viernes. 19.04.2024
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Sobre desguadalupanización y gestión comunitaria

César Zamora

Sobre desguadalupanización y gestión comunitaria

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A las chicas desguadalupanizadas (mujeres pensantes), ¿ especie en revivificación o extinción?

En franco declive creativo —más cándido que contestatario—, el poblano Alejandro Lora Serna recurrió a la imagen guadalupana —y al alienado payaso “Brozo”— para recuperar la popularidad perdida. La voz aguardentosa de Lora y el recuerdo de un power trío sesentero (Three Souls in my Mind) ya no daban para más. Al autor de “Triste canción” ya se le relacionaba más con el salinato y la telecracia1 que con los hoyos funkys,2 la irreverencia y la distorsión sónica. Ya no había cánticos ni rayadas de madre contra los políticos ratas, sino baladas más rayanas en lo Timbiriche o lo Garibaldi que en lo honky o lo dirty/groovy/yeaaah.

Para reconquistar el éxito radial —y comercial—, el rockero meció la cuna de las masas por medio de la himnología guadalupana (Carlos Monsiváis dixit). Para el disco “Cuando tú no estás” (WEA, 1997), Lora compuso la canción “Virgen morena” e ideó incorporar la guitarra —ya edulcorada— del jalisciense/pocho Carlos Santana como un gancho marketinero más (la grabación, por cierto, se realizó en Malibu). El resultado: un canto profano que fanatizó/catequizó a miles y miles de chavos ñeros (lumpen), afresados (burgueses), nerds, satánicos, skatos y cualquier otra categorización que podamos concebir y enumerar por aquí.

Lo más increíble de todo fue ver sacerdotes o seminaristas a un tris de dar codazos en el slam o monjas que portaban una playera del Lora guadalupano por encima del hábito (ni Nostradamus lo hubiese profetizado). E igual a los especímenes más perversos de la fauna rockera con su disco del Tri bajo el brazo (un disco, para mi gusto, insulso y prescindible). En sí, Lora guadalupanizó el rock chafita —mal llamado urbano— y se constituyó en el redentor de la raza marginada y/o hipsterizada de nueva cuenta (“éste es tu ritual, raza” es la arenga motivacional de otro rockstarcito de la escena mexicana: Saúl Hernández, y discúlpenme los adoradores de Chafanes y mutaciones posteriores).

Las tilmas, por más cirquero que parezca, comenzaron a ser un souvenir altamente demandado en los toquines, mientras que algún chilango vivaracho ofrecía las playeras guadarrockeras a las afueras de la Basílica (la principal habilidad de un emprendedor es detectar oportunidades comerciales y Lora nos lo demostró). Guadalupanizar todo no es cosa exclusiva de la música pop, sino uno de los trucos favoritos del bloque hegemónico (Antonio Gramsci dixit) para mantener a las masas aletargadas durante un buen rato, alejadas del pensamiento crítico o a la vera del camino reflexivo.

Guadalupe, como suplencia de Tonantzin, surgió en 1648 para, a semejanza de lo ocurrido con Lora, alcanzar un éxito descomunal en el ámbito del marketing religioso. Guadalupe, como amuleto o talismán español para someter a los pueblos del suelo americano, sirvió también como gancho marketinero para que Hidalgo se levantara en armas y no fuese tomado como un simple levantisco de ocasión o un blandengue alborotador provinciano. Guadalupe, como pintura hecha con plantillas, sirvió para “freír los sesos” como ahora lo hace Televisa —o TV Azteca— y sofrenar rebeliones colectivas a través de los siglos.

Porfirio Díaz, a pesar de cualquier viso de progreso que se le adjudique, amilanó a sacerdotes que, a mil años luz del fervor hipnotizante, pusieron en duda las apariciones en el cerro del Tepeyac —las que supuestamente ocurrieron en 1531—. E infinidad de personajes públicos cuyo máximo afán es mantener el orden establecido —como el ultraderechista Carlos Abascal—, anatemizan a quienes osan poner la razón por encima de la fe o proponen la variación por encima de la cotidianeidad.

En términos de cambio organizacional e intervención socioeducativa, ¿qué debiera hacerse para sortear el embobamiento exprés y propiciar, por el contrario, el discernimiento? Someter a debate este cuestionamiento implica poner de relieve el caso del historiador católico García Icazbalceta, quien, dicho sea de paso, dejó entre paréntesis sus creencias para evitar la intromisión de la veta emotiva en una investigación de tipo documental que le fue encomendada por el arzobispo Labastida en 1883.

Fuera de cualquier intento anticatólico, de lo que aquí se trata es de hacer un ejercicio reflexivo para evitar que cada vez menos nos veamos embobados por los símbolos que el establishment nos impone para confiar más en el milagro que en el hacer que las cosas sucedan, para confiar más en el manto divino protector que en los factores intrínsecos (Herzberg dixit) que, una vez detectados y potencializados, generan la chispa del cambio (la combustión interna).

Rius, quien quizá sea el educador social —o no formal— más prolífico de la historia reciente, nos pone un ejemplo: empaquetar profundas investigaciones históricas a manera de historietas fácilmente digeribles. Es, sin duda, un precursor de la intervención educativa a nivel macrosocial y en muchas de sus vertientes o modalidades (emprendeduría social, empoderamiento de grupos vulnerables, promoción de la resiliencia, educación para toda la vida, animación sociocultural, reconstrucción del tejido social, etcétera).

En un nivel praxiológico mínimo (nivel atómico de la intervención) podríamos pensar, por ejemplo, en recomendar una película o un texto que nos incite a salir de la autocomplacencia o del confort (el aislamiento genera debilidad, sobre todo cognitiva). En un nivel microsocial, se podría elaborar un programa de discusiones o debates grupales para poner diferentes temas en tela de juicio, como la guadalupanización de Lora, la disección de una cinta polémica o la emancipación femenina. A nivel meso, nos corresponde promover el respeto al carácter laico de la educación formal y la desvaticanización —urgente— de muchos centros escolares públicos.

Entre los elementos para el fortalecimiento de una comunidad (Gómez Villalpando dixit), encontramos el poder político. Guadalupe, como símbolo matriarcal por excelencia, se empleó a mediados del siglo XVI para desestructurar la integridad organizativa (cuanto más poder político pueda ejercer una comunidad o un grupo, mayor será su capacidad para revertir situaciones negativas o ampliar la gama de oportunidades benéficas/productivas).

En sentido sociológico, Guadalupe simbolizó la adhesión sólo para el solaz (satisfacción fugaz del nivel autoestimativo en la escala de Maslow) y el recogimiento (aislamiento), pero ya no tanto para la elaboración en conjunto ni para el intercambio de experiencias productivas (sólo el clero se enriquecía a costa de los idólatras que acudían “en bola” al templo de Guadalupe para depositar, a manera de óbolo obligatorio, una parte mínima de sus ingresos, una parte que bien pudo destinarse a la adquisición en abonos de ganado o a la producción agrícola).

Fuera de cualquier convencionalismo contestatario o cliché rockero, desguadalupanizar nuestro entorno equivale a desarrollar un plan para el adiestramiento de la gestión comunitaria (reducir la pobreza mediante la potencialización de las capacidades que un grupo posee). Desde los tiempos de Juan Diego, se ha hecho creer que la pobreza es, simplemente, un designio divino y la guadalupanización de México difuminó la noción revolucionaria del término, es decir, se echó por tierra que la pobreza —o la vulnerabilidad social— se puede  revertir si el grupo está dispuesto a emprender lo que sea necesario.

De acuerdo con el emprendedurismo educativo que ahora proponemos, la gestión comunitaria implica organizar para incrementar el nivel de: a) fuerza grupal y b) capacidad productiva autónoma (según el ya citado Gómez Villalpando, la definición especial de adiestramiento estaría inscrita dentro de una metodología para la potenciación; visto de este modo, el adiestramiento no significa una simple transmisión de conocimientos a los discípulos).

El adiestramiento con carácter desalienizante se utiliza como método para hacer a la gente consciente de ciertos temas, como las diferentes aristas del caso Ayotzinapa o la muerte de Chespirito en tiempos de ingobernabilidad. Cuando el resultado de esta toma de conciencia se traduce en una mejor comprensión de los problemas sociales, se empiezan a vislumbrar las soluciones. Desguadalupanizar significaría, entonces, tomar conciencia, darse cuenta de…

Rius, monero, humorista y educador social (Zamora, Michoacán, 1934), nos ha marcado el primer paso para (iniciar a) gestar el cambio: suministrar información que derruya patrones muy arraigados para aprender a: a) obtener conocimientos para la planificación, b) valorar adecuadamente las necesidades, c) redactar y oralizar propuestas, d) llevar registros y e) considerar, por fuerza, un paquete de contabilidad elemental y gestión de las finanzas (administración). Pero es más fácil creer, ciegamente, en milagros falsos y mantos que se hacen pasar por divinos, ¿no?

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1Término adjudicado al periodista Jenaro Villamil.

2Término acuñado por el ensayista Parménides García Saldaña.

Fuentes bibliográficas:

►Del Río, Eduardo (Rius) (1981). El mito guadalupano. Editorial Posada. México, DF.

►Gómez Villalpando, Armando (2012). Conviértete en un emprendedor educativo. Guía para la empleabilidad del interventor educativo. Universidad Pedagógica Nacional (UPN)/Secretaría de Educación de Guanajuato (SEG). Guanajuato, Guanajuato.

►Malacara Palacios, Antonio. Catálogo subjetivo y segregacionista del Rock Mexicano. Angelitos Editores. México, DF.

►Valdez, Merced Belen (2002). Allí la llevamos cantinfleando. Historia del Rock Mexicano. Publicación independiente. México, DF.

►Velasco, Jorge Héctor (compilador) (2013). Rock en salsa verde. Conaculta/Instituto Nacional de Bellas Artes. México, DF.