jueves. 18.04.2024
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Cuadros para una exposición

Edgard Cardoza Bravo

Cuadros para una exposición

1.  El tiempo en un atril

Las 7:07 pm, el Museo de la Concordia: a reventar. El acto convocado (inauguración de la exposición pictórica de Blás –con acento- Popoca) está rindiendo los frutos esperados: el interés de la más rancia sociedad endovitense. ‘Veinte obras maestras, producto del esmero y refinada imaginación de un virtuoso del color’, reza el tríptico en couché. En el costado derecho de aquel amplísimo patio central –resguardando la puerta del salón de exposiciones- se distingue un breve estrado sobre el que se levanta majestuoso, en urgencia de discursos, un atril de pie ornado en grecas. Del mismo lado, pero en la parte opuesta –junto a la entrada a las oficinas del museo- dos largas mesas, esquinadas, anuncian que el evento es de lo más chic: vinos y bocadillos de postín aguardan el remate de esta algarabilla, escoltados por media docena de meseros de leva y corbatín. ‘¿Y Blás Popoca donde andará?’, se oye decir.   

    Si hiciéramos un censo de los más depurados prohombres y damas de buena crianza de la sociedad de Endoví, serían seguramente todos estos impacientes y perfumados personajes cuyos ojos coinciden repetidamente en el más conocido locutor de radio de los medios de Endoví, que actuará como maestro de ceremonias y que busca nervioso en los compartimentos de su frac de alquiler el papel con las anotaciones que lo harán perdurar en la memoria del arte con glamour. El tiempo se hace eterno...

    Y Blás Popoca no aparece.

 

 

2.  De esdrújulos acentos

    “Estamos reunidos en este día de gloria para los ojos expectantes y la fina inteligencia, con un motivo como no habrá dos en mucho tiempo: la presentación en sociedad de veinte nuevas obras, hijas de la peculiar sensibilidad de Blás Popoca. El programa a degustar ha de ser amplio, como amplia es la simpatía y el talento de nuestro artista. Ilógico, anómalo sería, que sus bienquerientes y admiradores no expresáramos nuestro regocijo por este hecho loable como pocos. Contaremos entonces, antes de proceder al corte del listón inaugural, con la participación de amigos, autoridades que nos acompañan –que casualmente guardan también estrechos vínculos con el artista- y colegas pintores que ubicarán en su justo marco técnico-teórico-profético esta exposición”.

    “Para dar paso a la primera parte del programa de esta noche, recibamos como se merece, con un aplauso caluroso, a nuestro amigo, el ínclito, el ubérrimo, Blás Popoca”...

    Y como surgido de la paleta mortecina del Greco –caballero de la mano al pecho, cuasi Mesías emergiendo estigmático de los flashes fotográficos- aparece enfundado en un atuendo color azul quemado lustrosísimo, afín a la ocasión, el alargado, flemático y enjuto: el tezlechosa, el barbenpiocha y afamado Blás Popoca. Y comienza el desfile de plástica melcocha para enjundiar las líneas y el color de Blás –con acento decíamos- Popoca.

3.  Misterio en perspectiva

    Tras el estrado y el discursante en turno, aún más: tras la cinta de vívidos colores que no se ve para cuándo sea desellada, apenas se divisan algunos de los marcos engolados de cuyo contenido pictórico y su autor se sigue hablando. Imposible es, hasta para el más avezado par de ojos, distinguir algún indicio claro en aquellos lejanos contornos que penden de los muros bajo sus reflectores de luz triste. Es así que no queda más que imaginar los contenidos de la todavía velada y flamante exhibición a partir de lo que dicen las voces del estrado. Según se escucha, los temas e intenciones son variados. Las influencias pueden rastrearse desde la Grecia Clásica hasta el cómic y el graffiti. En la pintura de Popoca bien caben los motivos animales –sus cerdos voladores de cielos de fábulas latentes, por ejemplo- lo mismo que los temas ecológicos o el hombre en actitud contemplativa que escruta en los senderos de la luz... Y sus recursos técnicos no tienen parangón... Y su estilo es tan propio como pocos... Y la personalidad de sus creaciones es como pirotecnia en día de fiesta...

    Esperemos entonces con paciencia a descubrir qué hay tras esa larga fila de oradores y el estrado con grecas en el pie y la cinta de vívidos colores casi ya derretida por el calor humano y los discursos.

  

4.  Esbozo con fondo de botana

    De este lado –mientras- también ocurren cosas en relación directa a lo que se desgrana en el atril. ¿Somos todos fragmentos del montaje? Como en las largas filas de los bancos: dos elegantes chicas de pedigrí, seguro se mueven sigilosas entre la multitud, libreta en mano, inscribiendo a los próximos disertadores. Los ya anotados han empezado a hurgar en sus bolsillos buscando una tarjeta, algún papel, donde verter las líneas generales del próximo discurso: consultan al vecino, intercambian señales y gestos a lo lejos, concentran sus ideas y ya no importa más lo que siga ocurriendo en el estrado hasta que por merced de su intelecto vuelva a brillar la luz en el recinto con sus esclarecidos comentarios.

    Los meseros de leva y corbatín sólo se miran, consultan el reloj y deciden cobrarse el sobretiempo con ambigúes que muerden de a poquito sin perder su adustez de guardias suizos.

5. Las buenas costumbres

    ¿Y Popoca? ¿Dónde estará Popoca? –nos preguntamos todos-. Después de tantas horas y minutos se han tocado los tópicos usuales y han brotado ascendencias familiares que acaban pernoctando en Estambul. A estas horas resulta que el vínculo Popoca, que la sangre pictórica Popoca es un río con tantos derivados que sería difícil que existiera un país en el mundo, alguna raza, que no fuera pariente de Popoca.

    Pero también resulta que un discurso ha llevado a otro discurso: este instante nos dice que casi la mitad del auditorio ya es miembro del Colegio de Oradores, y las buenas usanzas nos sugieren que el camino indicado es que hablen todos. ¿Cómo cortar ahora este aluvión de egos desbocados, sin violar el Manual del Buen Vecino?   

    El torrente de verba continúa, el nudo inaugural prosigue intacto, pero el homenajeado no aparece. ‘Se ha juído, se ha fugao, y cómo no, si va para tres días el argüende’, se diría en mi léxico patán. “Qué bueno que se fue, me tenía hasta el gorro su presencia y su atuendo de cielo atormentado y su pose de divo de a de veras” –comenta uno de tantos oradores.

    Yo adivino al insigne Blás Popoca, en alguna distante buhardilla, bajo la sola luz de una luciérnaga, ensayando su nombre sin acento.