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Efraín Huerta: El universo poético del “Gran Cocodrilo”

César Zamora

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Foto: Aleksey Kondakov. Tomada de Facebook.
Efraín Huerta: El universo poético del “Gran Cocodrilo”

Yo camino en silencio por donde lloran piedras

que quieren ser palomas, o estrellas, o canarios…
Efraín Huerta

 

Voy hacia la vida como se va a la muerte o

al amor, sin saber nada. Todos los días

nos encontramos al pie de la sorpresa…
Thelma Nava

 

 

Maestro entre los maestros del artificio escritural. Genio de la mofa y el sarcasmo, muy agudo en sus observaciones y, para colmo, silaoense. Efraín Huerta nació el 18 de junio de 1914 en Silao, Guanajuato.

Poeta del alba, crítico de cine y teatro, periodista afilado que publicaba asiduamente en los diarios más importantes de su época.

Se desenvolvió como periodista profesional desde 1936 y se convirtió en un sarcástico crítico cinematográfico, literario y de teatro.

Con su poesía amalgamó el amor, la soledad, la vida, la muerte, la rebeldía contra la injusticia y la lucha contra la discriminación racial.

Una figura disidente y contestataria de la poesía latinoamericana, a la altura de la antipoesía del chileno Nicanor Parra.

Y así se describía a sí mismo en uno de sus catárticos poemínimos:

…Nació
en Silao.
1914.
Autor
de versos
de contenido
social…
Embustero
Larousse.
Yo sólo
escribo
versos
de contenido
sexual…

En su fase poética, el Gran Cocodrilo se distinguió por ser miembro fundacional del grupo Taller, al cual también pertenecían, entre otros poetas, Octavio Paz (1914–1998), Rafael Solana (1915–1992) y Neftalí Beltrán (1916–1996).

“Éramos un grupo de muchachos, nacidos entre 1914 y 1916; solíamos manifestarnos en los diarios, editábamos revistas poéticas y publicamos libros, frecuentábamos los cafés para leer nuestras creaciones en voz alta y concurríamos a las salas de teatro experimental, a las exposiciones de pintura, a los conciertos y a las conferencias”, rememoró Octavio Paz alguna vez.

Rafael Solana dirigió la revista Taller Poético, donde aparecieron publicados algunos poemas de Efraín Huerta, cuyo verdadero nombre era Efrén Huerta Romo.

“Aquellos jóvenes también asistíamos –a diferencia de la generación anterior– a las reuniones políticas de las agrupaciones de izquierda. Las relaciones de nuestra generación con la precedente (la de losContemporáneos) eran ambiguas: nos unía la misma soledad frente a la indiferencia y la hostilidad del medio, así como la comunidad en los gustos y las preferencias estéticas”, abundaba el autor del Laberinto de la soledad y Premio Nobel de Literatura en 1990.

“Los jóvenes habíamos heredado la modernidad de los Contemporáneos, aunque no tardamos en modificar esa tradición por nuestra cuenta, con nuevas lecturas e interpretaciones; al mismo tiempo sentíamos cierta impaciencia –y Efraín Huerta verdadera irritación– ante la frialdad y la reserva con la que la generación anterior veía las luchas revolucionarias mundiales”, proseguía Octavio Paz, camarada del poeta silaoense.

Como ya se sabe, el Cocodrilo obtuvo Las Palmas Académicas en 1945 –una condecoración que otorgan las autoridades francesas– y el Premio Nacional de Lingüística y Literatura en 1976.

“Efraín Huerta es uno de los poetas más importantes del siglo XX en América Latina. Su exquisito manejo del arte poético, aunado a su vitalidad expresiva, lo convierten en uno de los epígonos de su generación. Es un poeta de ruptura”, describiría la hija del poeta, Raquel Huerta–Nava.

Ni en su juventud ni en su madurez se mostró titubeante al utilizar las técnicas vanguardistas y, a decir verdad, con un toque magistral, concibiendo espacios que jamás habían sido explorados en la expresión poética.

Poeta vanguardista

Los poetas vanguardistas como Efraín Huerta concibieron una nueva noción de belleza poética que prescindía de la mayoría de los procedimientos poéticos que habían sustentado el edificio de la lírica occidental desde el Renacimiento –y cuya tradición poética se mantuvo vigente hasta el Modernismo–: la medición del verso o el tratamiento de su aspecto sonoro, “cuasi musical”.

Los aventurados vanguardistas impusieron el uso casi exclusivo del verso libre, reemplazaron los complejos efectos sonoros de la métrica por una noción intuitiva del ritmo del verso e, invariablemente, redujeron el cultivo de ornamentadas figuras poéticas, especialmente la comparación, la metáfora y, en algunos casos, la alegoría.

Como maestro del auto–sarcasmo, Efraín Huerta decía ser “el orgullosamente marginado, el proscrito”, comprometido –como todo artista auténtico– con su propia conciencia

En síntesis, el autor silaoense estuvo inmerso en una “estética de la impureza”, en oposición a la “poesía pura”.

Como maestro del auto–sarcasmo, Efraín Huerta decía ser “el orgullosamente marginado, el proscrito”, comprometido –como todo artista auténtico– con su propia conciencia.

“Es el poeta de la rebeldía, cuya obra recupera cada vez más la fuerza expresiva al paso del tiempo”, señalaba su misma hija hace algunos años.

Poco a poco, Efraín Huerta se convirtió en un ejemplo de un poeta vanguardista de nuevo cuño, con el restablecimiento del shock, de la sorpresa, a pesar de que ser poeta en la década de los años sesenta fuera tarea harto peliaguda –y a pesar de la ansiedad que producía tener supepadres poéticos–.

Nadie puede negar que el influjo de Efraín Huerta sea enorme, no solamente por el prestigio de su interpretación de la sociedad mexicana de su tiempo a través de la poesía, sino también por la felicidad de sus innovaciones no formales.

En una época iconoclasta y anti establishment, que entremezclaba la poesía de los beatniks norteamericanos, las invenciones del arte pop, los happenings y las corrientes vanguardistas de improvisación espontánea, el vate silaoense producía novedosas combinaciones, efectos inéditos (lo que probablemente harían José Agustín o Parménides García Saldaña en la narrativa juvenil de los años sesenta).

Sobre el cariz amoroso de su padre, Raquel Huerta–Nava, historiadora, poeta y ensayista, escribió lo siguiente:

Su poesía tiene muchas vertientes y nos ofrece innumerables lecturas; bebamos aquí de la vertiente luminosa de su amor, de la patria de su corazón y de su juventud que lo llevó a trascender su generación cronológica como uno más de los poetas nacidos décadas después. Es el suyo un caso extraño por su constante ruptura con los moldes, y por eso se dificulta comprenderlo en su justa medida y trascendencia dentro de la historia literaria del siglo XX.

Los poemínimos

Como producto máximo de su ingenio, se podría citar su prolífica incubación de poemínimos como pájaros que se estrellan contra la sociedad cuadrada, square, para extraerla de un habitual y monótono estilo de existencia.

“Creo que cada poema es un mundo. Un mundo y aparte. Un territorio cercado, al que no deben penetrar totalmente indocumentados, los huecos, los desapasionados, los censores, los líricamente desmadrados. Un poemínimo es un mundo, sí, pero a veces advierto que he descubierto una galaxia y que los años luz no cuentan sino como referencia, muy vaga referencia, porque el poemínimo está a la vuelta de la esquina o en la siguiente parada del Metro”, disertó Efraín Huerta sobre sus minúsculos y catárticos poemas.

“Un poemínimo es una mariposa loca, capturada a tiempo y a tiempo sometida al rigor de la camisa de fuerza. Y no lo toques ya más, que así es la cosa, la cosa loca, lo imprevisible, lo que te cae encima o tan sólo te roza la estrecha entendedera –y ya se te hizo–…”, exponía.

E inclusive algunos chavos pintaron poemínimos de Efraín Huerta en muchas bardas de la Ciudad de México en los años ochenta del siglo XX.

Amor poético

Con ella compartió el asombro literario, con ella disfrutaba del enorme regocijo que produce la lectura y con ella se casó por segunda ocasión. El inventor de los poemínimosse enamoró de la poetisa Thelma Nava (México, 1932) en la industria cinematográfica.

Ella tuvo como mentor al humorista vasco Simón Otaola, asiduo visitante de la librería de Polo Duarte, donde fácilmente se encontraban las principales novedades literarias de diversos rincones del mundo.

En el ámbito del séptimo arte, Thelma solía trabajar al alimón en la elaboración de un boletín. Y, por lo común, trabajaba junto con Efraín Huerta, autor de Absoluto amor (1935).

Sin saber exactamente cómo, ella y Efraín se descubrieron amorosamente, luego de intercambiar algunos libros.

“Solía regalarme hermosos libros de poesía, empezando con la suya. Un día, sin saber cómo, Efraín y yo nos descubrimos amorosamente. Fue el nuestro un amor apasionado en verdad. A pesar de que nos veíamos frecuentemente, nos escribíamos cartas casi todos los días”, compartió la poetisa.

Y tras dos años de romance con Thelma, Efraín firmó el acta de matrimonio.

“Después de dos años de noviazgo nos casamos el 6 de septiembre de 1958 y compartimos más de 25 años de vida. El 21 de mayo de 1959 nació nuestra primera hija, Thelma, y cuatro años después, el 29 de junio de 1963, nació Raquel, quien siguió el hermoso camino literario”, relató la musa eterna del poeta.

Evocó que el Gran Cocodrilo siempre se distinguió por ser un hombre cordial y solidario, cuyas pasiones fueron la poesía, la política, la música ranchera, el futbol y los toros. Un poeta de la ciudad y del amor, pero también un padre amoroso y vital.

“Efraín fue siempre un excelente padre, amoroso y consentidor. Nuestras hijas siempre tuvieron la cercanía con la literatura y con el arte y crecieron en un ambiente muy sugestivo en cuanto a todo lo relacionado con la creación”, agregó.

Thelma sostuvo que jamás se suscitaron fricciones dentro de su vida marital por la pasión poética, a veces desbordada.

“Nunca hubo dificultades entre nosotros con respecto a nuestro quehacer literario. Aprendimos a manejar la situación de ser dos poetas con su mundo personal muy bien establecido y definido. Viajamos mucho por diversos países de América Latina y compartimos diversas tareas culturales y solidarias”.

El autor de Los hombres del alba (1944), uno de los libros cumbre de la poesía hispanoamericana, amaba muchísimo a su país. “Apreciar la vida y al país en toda su riqueza y en todo su colorido fue una de las grandes enseñanzas que Efraín nos dejó”, subrayó.

Thelma compartió con Efraín sus últimos 25 años de vida, en su departamento de Polanco, y fue testigo de su generosidad con los jóvenes escritores que lo frecuentaban a menudo.

Ella participó activamente en el movimiento estudiantil de 1968, al lado de José Revueltas.

“Odio la soledad de los sábados en que el mundo parece detenerse. Me inquieta el futuro de nuestro país y leo todas las mañanas los diarios para saber qué sucede en el mundo, qué se escribe y se piensa frente a nuestra realidad de país tercermundista, al que amo por sobre todas las cosas y no cambiaría por ningún otro”, escribió la viuda de Efraín Huerta en su ensayo autobiográfico La seducción de las palabras.

David Huerta, hijo del Gran Cocodrilo y también periodista, dijo que la poesía de su padre “está llena de vida”.

“Creo que a mi papá se le ha leído mal. No es culpa de él ni de sus poemas, sino de cierta visión reduccionista que lo ha dejado como el simple autor de los poemínimos, como un poeta ingenioso, callejero, y no se le presta atención a sus obras mayores, como Los hombres del alba. Hay que volver a los libros de Efraín…”, reflexionó.

Efraín Huerta murió a los 67 años de edad, el 3 de febrero de 1982, después de un divertido paseo poético que comenzó en Silao (nunca dejó de escribir y en su máquina Rémington se quedó un artículo sin terminar):

“Ahorita
vengo,
voy a dar
un paseo
alrededor
de mi vida
ya vine”.

En el año 2013, el profesor David Arzola Hinojosa –quien en paz descanse– propuso crear una fuente ‘cocodrilaria’ –justo en el centro de la zona peatonal de Silao– que llevase el nombre del famoso vate silaoense del siglo XX, pero tal obra no se ha efectuado. Las autoridades locales ya lo han olvidado.