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CINE COLISEO

Carne, sangre y hueso

Gerardo Mares 

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Carne, sangre y hueso

Un raro sentimiento de tristeza se ha logrado filtrar por el diafragma de la cámara del estupendo cinefotógrafo Peter Suschitzky en Eastern Promises, trabajo de encargo del realizador canadiense David Cronenberg… nada inusual en ambos aspectos debido al amplio panorama de un cineasta que ha trabajado bajo los códigos de la tragedia a lo largo de su carrera, llevando a la muerte a un montón de personajes, algunos entrañables y otros categorizados como aberraciones carnales o de psique tortuosa.

Identificado como un esteta del horror gore a finales de la década de los setenta y ochenta, y definitivamente consolidado como un autor internacional –por derecho propio- a raíz de la exhibición de la provocadora Crash en el Festival de Cine de Cannes, ganando el reconocimiento mundial, dos que tres abucheos de inconformidad y de pilón el Premio Especial del Jurado, Promesas Peligrosas confirma el cambio de rumbo hacia la dramatización en cánones convencionales con cierta experimentación en la mezcla genérica con predilección en las atmósferas del film noir, acento y corriente cinematográfica que ya había sido ensayado con harta lucidez, a través de su no muy conocida The Brood, la elegiaca La Zona Muerta, la onírica Videodrome y más recientemente con las sombrías, decantadas y a ratos siniestras Dead Ringers y A violence story.

Promesas Peligrosas es un raro filme de ensayo –que en primera instancia parecía no prometer gran cosa- entre el drama de una enfermera solitaria y sin identidad propia, perdida en un universo íntimo e incomprensible (dada la parquedad asumida por el realizador), donde las raíces rusas han tomado por asalto un confinado medio ambiente hogareño.

Sinopsis: Anna, una enfermera (Naomi Watts) auxilia en el alumbramiento de un bebé cuya madre de origen ruso fallece víctima de un cóctel de violencia física, drogas y desnutrición. El bebé es el producto de una violación perpetrada por Semyon, un jerarca de la mafia rusa –apodada Vory V Zakone-, afincado en la capital londinense. Anna se dedica con un empeño que raya en lo obsesivo a dar con el paradero del padre de la criatura, apoyándose con el diario –escrito en su lengua de origen- de la difunta inmigrante. Kirill (Vincent Cassel) y Nikolai (Viggo Mortensen) son un par de hampones de baja calaña, quienes se deshacen del cuerpo de un delincuente. Entre ambos se establece una ambigua relación de amor-odio, sobre todo por el homosexualismo latente de Kirill. Por casualidad, Anna localiza a Semyon para que traduzca el diario. A partir de ese momento, Anna se ve inmersa en un submundo de apariencias y acoso delincuencial. Nikolai protege a Anna y su familia del acecho de Seymon. Scotland Yard busca encarcelar al torvo jerarca a través de Nikolai, de quién ya no sabemos si es un agente infiltrado o un delator. La bebé, bautizada con el nombre de Cristina, es raptado por Kirill. En un callejón que topa con el Támesis, Kirill intenta ahogar a la niña en medio de una crisis nerviosa. Anna y Nikolai llegan para impedirlo. Anna adopta a la bebé y a través de una elipse, Nikolai arriba a la cúspide de la organización criminal en un rito iniciático.

Pero la historia de destierro girará hacia asuntos más torvos y despiadados, en una vorágine de violencia descarnada que surge desde los intersticios urbanos, tratada bajo la atmósfera del cine gansteril con delirantes cotas al thriller psicológico. Para quienes no estén tan acostumbrados al tratamiento realista de las imágenes, la película es un descenso a los abismos del barrio bajo londinense, donde gracias al oficio de su fotógrafo de cabecera, el director logra reconstruir un estilizado universo marginal, de ambiente gélido, inclemente y bastante húmedo, no apto para correrías turísticas.

En este laberinto de ladrillo y hormigón, un hampón ucraniano es degollado por un mozalbete con cierto retraso mental, para ser asesinado días después, en un ajuste de cuentas dentro de un cementerio urbano. A diferencia de cineastas chapuceros como Guy Ritchie, aquí los baños de sangre estremecen por su virulencia sin concesiones, carente de vestigios humorísticos o visos de espectacularidad para librarla con la censura.

Lo sorprendente de esta propuesta cinematográfica es la total ausencia de la parafernalia típica del policiaco o la pirotecnia de la acción balística. Al contrario, las armas utilizadas por los gamberros personajes cronenbergianos resultan ser navajas curvas, pinzas y hasta cables oxidados (¡ejem! esto es una especulación personal), capaces de mutilar cualquier parte de la anatomía humana en cuestión de segundos, gracias a un filo por demás eficaz. Aún fascinado por los conceptos de la Nueva Carne, de la que es creador y gurú, el director se apoya en los efectos especiales de la vieja guardia –dejando para mejor ocasión la tecnología digital a la que le profesa una saludable fobia-, ya que en su filmografía siempre ha existido la preocupación por mostrar, de la mejor manera posible, cierta sensación táctil del tejido epidérmico con todo y sus llagas, supuraciones, heridas o deformidades físicas, muy propias de sus engendros fantásticos o personajes “convencionales”.

De hecho, gracias a esta obsesión por la carne, Cronenberg elabora una antológica trifulca en la historia del film noir dentro de un baño sauna, con Nikolai en completa desnudez recibiendo en el cuerpo navajazos que producen heridas bien cruentas, repeliendo así mismo con furia casi bestial la agresión física de un par de pandilleros, llevando la violencia gráfica a un nivel superior, cercano al realismo, y por lo tanto más desagradable, incómoda y repulsiva para el espectador, en evidente estado de shock gracias a la eficacia narrativa y destreza técnica de Ronald Sanders, a cargo del montaje en un manejo virtuoso de la fragmentación espacial.

Ante un mundo en permanente paranoia social debido a los desplazamientos migratorios hacia zonas de primer mundo, sorprende la ecuanimidad del director para recrear un universo de maleantes de poca monta, alejado de prejuicios o estereotipos raciales, a pesar de trabajar con actores como Vincent Cassel, figura fetiche del género mismo en su natal Francia.

A contracorriente de la moda del cine de acción desatado, verborreico y posmoderno, ejemplificado con la filmografía de Robert Rodríguez y su compadre Quentin TarantinoEastern Promises se erige como un magistral ejercicio de estilo por cortesía de un realizador comprometido hasta la médula con su estilo, desgraciadamente poco valorado y de mediana repercusión en el rancho, debido la nula difusión de sus posteriores largometrajes.

Eastern Promises (Promesas Peligrosas)/ D: David Cronenberg/ G: Steven Knight/ F en C: Peter Suschitzky/ E: Ronald Sanders/ M: Howard Shore/ Con: Viggo Mortensen, Naomi Watts, Vincent Cassel, Armin Müller Sthal, Jerzy Skolomowski, Tatiana Maslany, Josef Altim y Aleksandar Mikic/ P: Focus Features, BBC Films, Astral Media, Corus Entertainment, Téléfilm Canada, Kudos Film and Television, Serendepity Point Films, Scion Films y Shine Pictures. Estados Unidos-Reino Unido-Canada. 2007.