Es lo Cotidiano

CINE COLISEO

La larga noche de las Momias de Guanajuato

La larga noche de las Momias de Guanajuato

Siempre me embarga un sentimiento de nostalgia por el pasado cuando los recuerdos invaden mi mente, y ésta me transporta de regreso a los días en que depositaba mi regordeta humanidad –por ese entonces, finales de la década de los setenta- a las funciones de matinée de los sábados y domingos en los desaparecidos cines León, Reforma, Américas y, por supuesto, El Coliseo; un circuito de exhibición desaparecido y que fue edificado en el Centro Histórico de la ciudad de León; salas monumentales que vieron pasar sus glorias mucho tiempo atrás y que en su época de vacas flacas, se dedicaron a la proyección de toda la gama de películas sobre las aventuras de charros o vaqueros con sabor mexicano (Luis Aguilar, Eulalio González “Piporro”, Gastón Santos, Antonio Aguilar, Mario y Fernando Almada, Manuel López Ochoa, Los tres Villalobos, Valentín Trujillo et al, en fin, un mundo rural aparte); de las peripecias de los cómicos de época (primordialmente de los filmes protagonizados por Viruta y Capulina, en algunas ocasiones historias donde figuraba Manuel Espino Clavillazo o alguno que otro cómico de segunda división como el Borolas o Pompín Iglesias, acompañadas en más de una ocasión con alguna comedia romántica estelarizada por la bella Angélica María o las del triunvirato hispano compuesto por las gemelas Pili y Mili y la descarada militante franquista Marisol).

Y para fortuna de la vociferante plebe, en el horario estelar, cerca de las 12:00 horas como culminación de tan extraño ritual, la exhibición de las cintas que recrearon los delirios argumentales protagonizados por la santísima trinidad del México de nuestros recuerdos: Santo, Blue Demon y Mil Máscaras.

Dentro de este género tan vilipendiado por la crítica cinematográfica por razones bastante acertadas acerca de la baja calidad de las producciones, la economía –o tacañería- de sus recreaciones, decorados, maquillajes y efectos especiales, además de la perpetua inverosimilitud de sus argumentos, destaca una película que por su alta dosis de imaginación es una mezcla desquiciada del fantástico autóctono con el cine de acción hiperchafa: la que enfrenta a los legendarios encapuchados con fuerzas mefistofélicas que se ocultan en el interior de momias con origen indeterminado, ataviadas con harapos de segunda división y que difícilmente lograron ocultar las carnes incorruptibles gracias a un pacto fáustico mencionado en el guión.

Este inusitado estado de preservación será la punta del iceberg de un misterio que será revelado por el guía de turistas y una probadita de las fuerzas tenebrosas que acecharán a la población guanajuatense durante varias noches de terror… El valor estimativo de la película Las Momias de Guanajuato es que actualmente es considerada una pieza de museo (digno espécimen como pocos para aparecer en la sección correspondiente publicada en Tachas, en la realidad, el cinema que honró la memoria de los paladines de la justicia), obra de adoración de culto y la ficción que otorgó a la hermosa ciudad colonial y a sus no menos famosos esperpentos, el estatus de personajes centrales.

No está demás mencionar que la película terminó de arraigar para la posteridad en la psique social mexicana como una figura legendaria a tener en cuenta, la presencia de Blue Demon quien es, fue y será su verdadero protagonista, y no el enmascarado de plata, situación provocada en gran parte gracias a la terquedad de la cinefilia de barriada, llegando incluso al descaro de otorgar el título no oficial de Santo contra las… y dos que tres críticos que encumbran y pontifican la presencia del enmascarado de plata nomás por puro reflejo condicionado. No es raro pues que la industria del cine se aprovechara de la ingenuidad congénita de los mexicanos, con una trama infantiloide aderezada con la aparición de estos villanos de naturaleza extravagante.

Sinopsis: En la vetusta ciudad colonial localizada en la región del Bajío, un grupo de viajeros ingresan al atractivo turístico más famoso y lucrativo donde casi son testigos de un hecho insólito: debido a un pacto satánico mencionado por Pingüino, una guapa mujer logra percibir de reojo la reanimación de una momia de considerable altura desmayándose de inmediato, lo que provoca la reprimenda y retirada del grupo. Ya a solas en el hipogeo del cementerio, las momias despiertan de su letargo y amenazan la integridad del célebre enano que yace en el suelo semi-inconsciente. Esa misma noche da inicio la temporada de lucha libre en Guanajuato con un encuentro entre dos rivales del bando rudo y la célebre pareja formada por Blue Demon y Mil Máscaras, glorias del pancracio, ganado con algunas dificultades, el bando técnico. La momia Satán –el pseudónimo del despojo antaño luchador que cien años antes fue derrotado por un antecesor del Santo- abandona el cementerio y vaga por las calles de la ciudad hasta llegar a la arena de lucha libre, donde ataca a traición a Blue Demon dejándolo inconsciente. Al rememorar su combate, es descubierta por el velador al que estrangula. A partir de esa noche se suceden una serie de homicidios perpetrados por el espectro, quien busca con estos hechos delictivos atraer la atención del enmascarado de plata. Blue Demon y Mil Máscaras, intuyendo la trampa que trata de perpetrar Satán, no les queda otro remedio que enfrentarse con más músculo que materia gris a una buena cantidad de espantajos de fortaleza considerable. Satán logra incriminar a Blue Demon en un asesinato. Las autoridades policiales inician la persecución del luchador. Las momias noquean a los luchadores en el hipogeo y los encierran dentro de una cripta. Santo llega esa misma noche a Guanajuato para hospedarse en un hotel sin saber acerca del aquelarre desatado por culpa de su antecesor. El enmascarado de plata se enfrenta a las momias que les cierran el paso en una conocida avenida y es tal su poderío que algunos espectros caen de bruces sin recibir golpe alguno, quizá debido a las bien ensayadas fintas de los característicos guamazos a la mandíbula patentados por el luchador. Sin saber bien a bien porqué, el enfrentamiento llevado a cabo en una plazuela donde se aterroriza a la población, se traslada al cementerio por corte directo donde los luchadores arman una zacapela que parece no tener fin, hasta que los tres alegres compadres, sin importarles el perjuicio al erario público, chamuscan el patrimonio municipal más lucrativo con la ayuda de unas pistolitas marcianas high tech importadas de contrabando desde la mismísima Atlántida, armas que funcionan como lanzallamas portátiles…

Este relato de uno de los cineastas más prolíficos dentro del género es a todas luces una obra tierna y alucinante a la vez, donde bajo su falsa apariencia “de normalidad” todo es absolutamente excéntrico, desproporcionado y excesivamente delirante; de una trompicada narrativa fílmica que sin embargo sentó las bases para la explotación de la premisa en varias producciones posteriores, con elementos a saber.

Un relato que por excepcional ocasión incluyó un desafío sobrenatural que rebasó la capacidad de reacción de los personajes epónimos, enfrentándose a una considerable cantidad de espantajos que los superaban en cantidad y fuerza física a pesar de una motricidad corporal ralentizada, que no les impedía soltar descontones y patadas con una rapidez imprevista dicho sea de paso; audacia técnica que incluyó manejo de cámara y sonido subjetivo sobre todo en la inspirada secuencia onírica en el hipogeo del desaparecido museo; heterodoxia narrativa por encima de la ortodoxia académica –probablemente los saltos en el eje de acción sobre todo en la secuencia de la persecución policíaca y en el clímax de la acción final se deban en gran parte a la ineptitud del continuista que a un sentido de ruptura de la tradición fílmica-; un casting de bajo pelaje con actores de probada militancia en el género e invaluable dignidad para apoyar estos productos del subdesarrollo; la ausencia de una figura de autoridad religiosa para este caso y en los filmes posteriores que se piratearon la anécdota, como una simple presencia decorativa o a veces malévola para acentuar la casi nula elaboración atmosférica (sacerdotes, diáconos, obispos, cruces, holly water, pastores, ayatolas, similares y conexos) incapaces de contrarrestar la energía maléfica que anima a los acartonados entes salvo los músculos de los tres émulos de Prometeo; un cementerio municipal como antesala al infierno, inconscientemente si se quiere, pero como habitáculo del mal dentro de un lugar católico altamente sagrado para nuestra grey.

Las momias de Guanajuato, con ser una película más enfocada a la acción física pugilística, posee un déficit importante de la misma, aunque cuando esta violencia se desata, no hay poder humano que la detenga. E incluso, gracias a este pandemónium, a contracorriente de la convención dramática, alguna que otra dama pierde la vida debido a tremendo apretón de cogote.

Contra lo que opina una buena cantidad de cinéfilos, melómanos y expertos en el tema, una dedicatoria especial merece la creación melódica de la autoría de Gustavo César Carrión y que emperifolla las secuencias climáticas de luxe, score indudablemente pop que podría pertenecer sin dificultad a cualquier largometraje de Quentin Tarantino, nomás para enfatizar su probable e inminente revaloración posmodernista.

Filme generador de considerables ganancias monetarias (Nueve semanas de exhibición en su corrida de estreno en la ciudad de México, ni más ni menos. En provincia, muchos años después, existió una corrida anual en cines de segunda corrida que es donde probablemente inició su veneración de culto), tarde o temprano la escuela impuesta no tardaría en encontrar alumnos dispuestos a realizar los subsecuentes bodrios para el inconfesado deleite de Moisés Viñas, de Rafael Aviña, de José Xavier Navar, de Raúl Criollo, de Nelson Carro, de Emilio García Riera, de un humilde servidor, y estoy seguro que para el “sano” esparcimiento de más de un centenar de mexicanos ávidos de consumir estos sueños guajiros de opio u otras yerbas malsanas parecidas al orégano. Pero eso ya es otro cantar.

Las Momias de Guanajuato/ D: Federico Curiel/ G: Rafael García Travesi sobre un argumento de Rogelio Agrasánchez/ F en C: Enrique Wallace/ E: José W. Bustos/ M: Gustavo César Carrión/ Con: Blue Demon, El Mil Máscaras, Santo el enmascarado de plata, Elsa Cárdenas, Patricia Ferrer, Jorge Pingüino, Juan Gallardo/ P: Películas Latinoamericanas S.A, Producciones Fílmicas Agrasánchez S.A. México 1970.