jueves. 25.04.2024
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Prometheus (2012)

César Zamora

Prometheus (2012)

Nosotros no sabemos a qué venimos, pero el universo lo sabe.

Alejandro Jodorowsky, cineasta chileno, vía Twitter

La imaginación no es un estado, es la existencia humana en sí misma.

William Blake, poeta inglés

Desde tiempos ancestrales —así lo pienso— el hombre se ha preocupado por descubrir qué hay más allá de la muerte, o qué tipo de cosas se hallan allende los tenebrosos límites de la vida terrenal (objetivo principal, quizá, de las religiones). La muerte, con sus misterios y entresijos, el temor que infunde, ha logrado intrigar al hombre, lo ha impulsado a desafiarla, a tratar de vencerla. Se han inventado pócimas y ritos para vencer a la muerte, es decir, para ser inmortal por los siglos de los siglos; dicho en otras palabras, para igualar las condiciones de los dioses (invento principal, quizá, de las religiones) o volver a la llamada “Edad de Oro” de la que nos habla la mitología griega, cuando la humanidad era pura e imperecedera, cuando los hombres gozaban de vida justa y feliz.

Ésa parece ser la premisa vertebral de la película “Prometheus” (Ridley Scott, 2012). Paralela al tema de la muerte, de cómo vencerla, van apareciendo las siguientes preguntas: “¿de dónde provenimos?”, “¿quién nos hizo, quién nos diseñó?” (O cómo se preguntaba en el catecismo: “¿quién nos creó?”, y si venimos de otra parte, “¿a qué venimos?”.

Desde mi defectuoso punto de vista (porque estoy medio ciego), “Prometheus” es una joya de la ciencia ficción, pues plantea, a veces a ultranza y otras de manera subliminal, hipótesis ante interrogantes de investigación como las que ya he mencionado aquí (por ejemplo, “¿de dónde provenimos?”). Desde luego, son interrogantes de la más alta complejidad, pero —y citamos a Ludwig Wittgenstein— los límites de nuestro lenguaje son los límites de nuestro mundo  y, por lo tanto, sólo un cineasta con la amplitud —y la pachequez— de Scott ha sido capaz de llevar esas interrogantes a la pantalla grande (Scott, cabe decirlo, tuvo una ventaja: recibió el apoyo de H. R. Giger, un artista excepcional, a finales de los años setenta).

No se crea, sin embargo, que se trata de una cinta de cabo a rabo original. Es vasta en referencias literarias, oníricas, pictóricas, obviamente fílmicas e incluso místicas. A lo largo de la trama hay inocultables influencias que mencionaré en mi personal orden de importancia): el siempre sugestivo mito prometeico (de allí el título de la cinta); los fascinantes “Mitos de Cthulhu” de H. P. Lovecraft (maestro de maestros en la literatura de terror fantástico); las escalofriantes pinturas del poeta inglés William Blake (visiones fantásticas de rico simbolismo); los biomecanoides y la delirante imaginación de Giger (un artista que, valga la expresión, cotorreó con Dalí, con Robert Venosa y con Jodorowsky); desde luego, innumerables investigaciones científicas sobre los agujeros de lombriz (un atajo a través del espacio y el tiempo); novelas sobre viajes interestelares y astronautas omniscientes —aquí debe sonar Interstellar Overdrive, de Pink Floyd—; estudios lingüísticos (¿alguien mencionó a un tal Agusto Schleicher?), e incluso alusiones (o alucinaciones) a la Biblia (Génesis y el libro del profeta Ezequiel).

Gracias a la destreza del guionista Damon Lindelof (reescribió el guión original de Jon Spaihts), todo este menjurje se condensa en no más de dos horas, tiempo durante el cual se narra una odisea espacial (notabilísima la influencia también de 2001: A Space Odyssey, de Stanley Kubrick) que se gesta a partir de que, en el año 2089, un grupo de arqueólogos descubre el mapa estelar de antiquísimas culturas y lo interpreta como una invitación de los “ingenieros” (diseñadores de la humanidad) a viajar hacia el planetoide LV–223, el único habitable de un sistema planetario específico. Peter Wayland, un anciano que se empecinó en ser inmortal, reúne recursos para la construcción y el lanzamiento de la nave de exploración Prometheus (Prometeo, el titán que osó robarles el fuego a los dioses del Olimpo para obsequiarlo a los mortales). A ese planetoide llegan en la navidad de 2093 (según Wikipedia, los planetoides son cuerpos que, sin ser satélites, no han alcanzado un tamaño suficiente como para adoptar una forma esencialmente esférica). La tripulación viajó en hipersueño o estasis (un término de la ciencia ficción que aún no comprendo muy bien que digamos) y de allí se desprende una extensa e interesante serie de planteamientos que convergen, de manera fantástica, en un insólito estudio exploratorio, del cual nacen hipótesis cuya afirmación o negación sólo puede darse en la mente de cada uno de nosotros.

HIPÓTESIS DETECTADAS:

  1. El hombre fue diseñado por una avanzada civilización alienígena
  2. El hombre es capaz de alcanzar la inmortalidad
  3. El hombre puede volver a un “Estado Ideal” o “Edad de Oro”, al entablar contacto con ancestrales civilizaciones alienígenas
  4. Existen universos paralelos
  5. Hay conexión con otros universos
  6. Extraños seres extraterrestres habitaron nuestro planeta mucho antes de que la humanidad apareciera, e intentan recuperar la tierra
  7. Surgirá una nueva raza.