Es lo Cotidiano

Dios se hace presente para sí mismo y para Antonio

Jimmie Espinoza

Dios se hace presente para sí mismo y para Antonio

El día comenzaba a nublarse y las aves avanzaban cada vez más rápido para no ser alcanzadas por la inminente lluvia, mientras la gente se aglomeraba en la iglesia de San Nicolás en la ciudad de México, sólo para iniciar el novenario de su santo patrono. Era demasiado temprano para ingresar al lugar sacro, pero demasiado tarde para no empaparse.

–Hemos realizado todo lo cristianamente posible para que vinieran todos los feligreses de la parroquia –Decía doña Prudencia. –Pero parece que don Fermín se ha dado a la tarea de entorpecer nuestro empeño. Tan solo el día de ayer congregó a ocho equipos de futbol, y claro, los papás de los niños tuvieron que estar presentes y no vinieron a misa, por lo que no se enteraron de la hora en que iniciaríamos con el rosario.

–No te apures –replicó Doña Gertrudis. –El diablo aparece en los lugares menos esperados y con la cara más angelical posible, Dios hará lo posible para que su obra se realice a buen grado. La Santísima Trinidad y el séquito de sus ángeles obrarán de manera divina, y San Nicolás intercederá por ese ateo llamado Fermín.

El reloj marcaba las ocho de la noche y sólo habían acudido dieciséis personas incluyendo a Doña Prudencia y a Gertrudis que eran las santurronas de la parroquia, quienes presidian la Hora Santa de las mujeres adoradoras del niño San Crispín los días jueves.

Entre los asistentes estaba Graciela Montes, quien acudía frecuentemente a la iglesia de San Nicolás porque ese lugar era el único en que había encontrado paz, tranquilidad y parecía que hasta un poco de fe. Nadie entendía el por qué nunca hacía ninguna señal de la cruz al entrar al recinto sagrado, ni mucho menos el por qué jamás se le veía en misa, rosarios, Horas santas, Sitios de Jericó, exposiciones del Santísimo, cuaresmales, ni festividades religiosas; sólo acudía cuando nadie se encontraba en el oratorio, y en esta ocasión estaba presente, quizá por error.

El presbítero Antonio inició la celebración y la concluyó sin que nadie se percatara de su esmero en la homilía. Su ponencia derivó de aquella frase de San Agustín en que la gente suele ser curiosa por conocer las vidas ajenas y desidiosas para así corregir la suya propia. Habló del odio de Dios hacia el pecado y su odio aún más férreo hacia la tristeza, porque predispone al pecado. Pero como siempre, Gertrudis y Prudencia sólo estaban preocupadas por voltear hacia atrás para percatarse de quienes llegaban y quienes estaban en pecado.

Gertrudis Montes tampoco hizo señal alguna por prestar atención al hombre del Altar. De los restantes trece fieles, dos se durmieron en brazos de los rezos, cuatro fingían atender al ritual sagrado, pero cavilaban en distantes pensamientos profanos, y seis más veían a las incorregibles adoradoras del niño San Crispín que no paraban en hacerse entre ellas muecas de inconformidad; así que esa noche Dios se hizo presente en la Transustanciación sólo para Sí mismo y para el padre Antonio.