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Las chaparreras de Benigno

Yara Ortega

Las chaparreras de Benigno

Y Si dijera que lo recuerdo, mentiría…

Como me lo contaron, trato de recordar.

Que la Lupe conoció a Julián (bíblicamente, pues). Pero ya dendenantes tenía sus queveres con Luis. Y que como la dejó con dos hijos, se tuvo que echar a la vida. Fornicaria primero, luego casquivana para acabar como una suripantilla mas de anc’á “La Francesa”, que es como llamaba la gente del pueblo a la mujerona de “Allá, al otro lado del puente”; donde se juntaba la muchachada a fisgar y si traían dinero, echar un conquián o uniquiotro albur. Unos centavos alcanzaban para la copa del “refino”; y si llegaban al tostón, el brindis alcanzaba toda para la tertulia congregada.

Si “La Francesa” era ya casi ni recuerdo de lo que en su esplendor fue, los charros de a caballo la frecuentaban por la lengua rápida p’al retobo; pero su clientela preferida eran los “viboreros”, mote con el que se conocía a los arrieros por el cuero de serpiente con que fajaban los pantalones, casi siempre repletos de onzas de oro y ya de perdida, monedas de plata de ley. Esos normalmente dejaban buenas propinas a cambio de la “bautizada” de mozuelos apenas con bozo bajo las narices, o la “comulgada” de otros mayorcitos, cuya iniciación no habría sido muy satisfactoria y acudían a su “profesionalismo” cuando cercanos al “Séptimo” (sacramento, el de arras y anillos), ocupaban “consejos” para cumplir “como los hombres”, y querían la certeza de que antes de un año su nombre sería perpetuado.

Eran tiempos borrascosos, en los que por pueblos y ranchos se hablaba aún de la “revolufia”, cuando el “padre” López suplantó al “Cuco” si los niños no se querían dormir. Días de zozobra, cuando Benigno Amante, uno de los dilectos parroquianos de “La Francesa”, era respetado por hocicón y maltratón, gatillero él de Inés Chávez, pánico de Los Altos, azote de Tierracaliente y terror del Bajío Bronco de entonces… y aún ahora.

Beno, como se le conocía entre las pirujillas, tenía un dicho, que aún queda en la memoria de quienes no lo conocimos pero lo recordamos a cada “Toque de Ánimas”: –“¡Ah chingaos, cuánto cabrón muerto! Pura gente buena, que antes no tenía el pinche gusto de morirse”-. Y borboteaba de risa el muy panzón, cara de pinacate avinagrado, ancho como la verdolaga, cuando a sus espaldas y a sotovoz, algún ingenuo replicaba: – “Y a saber si este culoalzado no le dio su ayudadita”-. Tierra y terrón hacían eco de la conseja; que si ya su pistola no tenía en dónde rayarle cada que el Purgatorio estrenaba inquilino; que por eso traía en la faltriquera dos carabinas y un máuser. 

Benigno también era arriero. Pero las mulas nunca iban de balde. De ida mercaba sarape y rebozo fino, que iba colocando hasta Jiquilpan. Paraba en Sahuayo por guarache claveteado y sombreros de faena, que bien chachareaba pasando Morelia y Pátzcuaro, de donde se hacía de chocolate y bateas o palanganas hasta de Uruapan. Esto lo tracaleaba en Tierracaliente, de donde conseguía oro y plata repujados, unos de Tlalpujahua y otros de Taxco; lo esperaba el coral negro y rojo y algunas chucherías de porcelana china y mantones de Manila traficados por sus medieros en Acapulco, y de ahí a la meseta tarasca, donde la indiada se ajuareaba y los ricos estancieros adornaban las casas grandes de los patrones. Y también las chicas. Y de vuelta, con lo que sobraba venía a parar por acá, de paso a Guadalajara.

Beno era, pues, sospechoso de surtir también armas y parque en Los Altos a los alzados cristeros, y al que le llegara con la “lana” apoquinada o estuviera dispuesto a dejarse despelucar a cambio de un “cuete” y sus respectivas balas, por una riata trenzada de más de tres cabos para los charros facetos, o un buen machete, que igual servía para la zafra que para una escaramuceada de los “pelados” envalentonados por el charanda… que también traía Benigno.

Decían los mochos y las persinadas de todos lados, que a este puerco trompudo le hacía tambache la posadera, porque traía enroscado el rabo que Satanás le dejó en prenda del maligno entendimiento que tenían en contrata. Que era capaz de tragarse medio guajolote en el almuerzo y un lechón antes de la merienda. Que dormía con un ojo, mientras con el otro miraba los trasiegos de sus ayudantes. Que los meros piores chamucos vomitados del infierno le ayudaban en el arreo. Que miaba y cagaba sin apearse del cuaco. Que dormitaba a rayo tendido de sol y que dos horas con una piedra en la nuca le bastaban para descansar de dos jornadas. Que con el pensamiento dirigía la mulada y que un negro zaino y un albino mestizo de chino le leían las intenciones en la cabeza y la cola de la hilada de bestias.

Si sí o por si no, le echaban las cruces. Lo “magnificaban” en el plan y en la sierra, porque sólo la bendita oración de la “Mano Poderosa” los libraría de sus malignas intenciones. También, como ganado, se levantaba rancheritas, y si le sobrevivían a la “estrenada”, las vendía en el primer puerto al que llegara. Como nunca faltan las malas lenguas, de él se decía que su caballo floridurazneado de pelo y buena alzada, traía la rabadilla chamuscada de tener contacto con el “Trinche del Diablo” que se cargaba entre las chaparreras, pero que era como macho desverijado en pago por sus pecados. Nada se le pudo comprobar.

Benigno Amador hacía “maldiojo” de tan fuerte la mirada. Que si la ponía en una bestia y no la compraba, ésta moría al tercer día. Si en un charro agraciado, se perniquebraba o pandeaba antes del próximo jaripeo. Si en una mujer y no la usaba, ella se secaba, enjutando de día con día. Una milpa que no elotiara, se enagüataba en la lluvia o se retostaba en las secas. Por eso, aunque de mal tono, se le festejaba la llegada, aun fuera a deshoras. Las mujeres tortiaban mientras los hombres le hacían la plática y algunos hasta la “cruzaban” pa’brindar por su prosperidad.

De este modo, sólo Benigno fue testigo del encuentro de Julián y Gilberto. Tan artero el primero como marrullero el segundo. Y de cómo el “Negro”, perro del mal, se la cobró. Y todo en el mesón del puerto de Santa Ana. Antes de la crecida que tapó Penjamillo y Tlazazalca. Apenas jiloteaban los maíces.

Entonces Benigno supo para qué servían las chaparreras en los charros mas braga’os: p’a que la gente no divise la cursera o los miados.