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CINE COLISEO

Quien domina la mente lo domina todo

Gerardo Mares

Quien domina la mente lo domina todo

Pareciera que el wisecrack (diálogo ocurrente) que da título a la reseña y recitado con harta frecuencia por Kalimán, el superhéroe de mayor raigambre en la industria del comic nacional, fue tomado demasiado en serio por algunos cineastas que se dieron a la tarea de inventar a la criatura más fascinante y a la vez intrigante dentro de los márgenes de la imaginario fantástico: el telépata o ente telekinético.

En principio son seres no muy socorridos tanto en los códigos de la ciencia ficción como en las fórmulas del terror contemporáneo. Sin embargo, al paso de los años se puede localizar una serie de relatos de acabado alucinógeno –por  decir lo menos-, debido en gran parte a los disparates de sus proposiciones; por ejemplo, el mefistofélico villano de El Poder Satánico (Chano Urueta. 1966) que además de misógino e hipnotista, puede presumir ser de los pocos asesinos seriales que han pasado por la pantalla autóctona clase B. Con más pena que gloria, dicho con todo respeto.

No muy ubicuas en la memoria colectiva, algunas de las obras dedicadas a su figura se han convertido al paso de los años en clásicos revalorados, de una extraña naturaleza, tan difícil de abordar con inteligencia y verosimilitud, lo que ha resultado en una escasa filmografía al respecto, en híbridos de drama-acción con tintes de terror o ficción científica.

La primera gran obra temática viene de la mano de Brian de Palma en la adaptación que hizo sobre Carrie, Extraño Presentimiento (1976), ese abigarrado cuento del patito feo cuya victimización consuetudinaria (¡y en una de esas, hasta consensuada!) libera una fuerza paranormal capaz de aniquilar a medio mundo en la fiesta de graduación de una preparatoria infestada de gringos culeros. Más sanguinolenta de lo esperado, sin embargo, los cuadros referentes al cristianismo fundamentalista y las pulsiones sexuales de la protagonista convierten la trama en una historia de horror gótico. La secuencia final, pirada, excesiva hasta jalarse los pelos y muy probablemente irrepetible, la convirtió en todo un hito.    

En los albores de la revelación del concepto de la Nueva Carne, irrumpe con una fuerza inusitada un ejercicio de estilo de clara vertiente underground, que sin embargo sirvió para establecer en la industria hollywoodense a David Cronenberg. Definida como cine de guerrilla por Howard Shore, autor del score; Telépatas, Mentes Destructoras, puede definirse como un viaje a los oscuros rincones de la filosofía new age, al despertar de la consciencia por encima de las posibilidades humanas, a los misterios de la mutación y la energía vital.

Sin ser demasiado consciente al respecto, la cinta describirá con una contundencia implacable el mito de Caín y Abel, el enfrentamiento entre dos hermanos que no pueden coexistir en el mismo mundo, prototipos de una nueva especie con poderes fuera de cualquier control y en la búsqueda de la fusión carnal o mental en un sentido literal. De franca mirada pesimista, estos superhombres creados de manera fortuita por un fármaco experimental, serán insertados en un universo donde la anormalidad se abre paso de manera violenta e imprevista.

Plagada de simbolismos, metáforas y ácidas críticas contra la industria farmacéutica y los oscuros recovecos de la adicción a las drogas, la película representa el primer éxito comercial en la carrera del director. No conforme con escandalizar a las buenas conciencias con una gráfica secuencia donde le vuelan la cabeza a un cristiano, el excelente score de Howard Shore y los aún estupendos efectos especiales y de maquillaje de Dick Smith, otorgan un lirismo fuera de lo convencional a un enfrentamiento de antología: la pelea telequinética entre Darryl Revock y Cameron Vale; una orgía de hematomas, supuraciones, hemorragias y descomposición de la carne en evidente estética gore, putrefacción que será retomada más adelante en el remake de La Mosca.

En lo que respecta al legado que origina Scanners, además de las secuelas oficiosas y oficiales de Christian Duguay, que nunca logran equiparar la fuerza e inventiva de Cronenberg, la cinta anticipa ideas brillantes sobre el mundo virtual (además de la red Internet que no existía entonces, la escena de la destrucción de las computadoras desde un teléfono público remite al mundo computarizado de The Matrix de los hermanos Wachowski, un submundo con conexión neurológica entre humano y máquina, entre una realidad virtual a través de mecanismos biodigitales de hardware y software) que serán explotadas en otros filmes de reciente factura.

La temática del telépata será enriquecida por el propio realizador, tanto en Videodrome (1983) como en La Zona Muerta (1984), con un sino trágico enfatizado. Y en un desopilante ejercicio cámara en mano titulado Chronicle (Josh Trank. 2012) y párele de contar. De ahí en más, las desventuras de estas entidades desaparecerán del imaginario fílmico, a excepciones hechas de la saga de los X-Men (el personaje de Charles Xavier y Jean Grey), mutantes más bien políticamente correctos, a diferencia de los gamberros e indolentes telequinéticos descritos en la poderosa prosa del autor canadiense. Los scanners son malditos hasta lo más profundo del tuétano.

Telépatas, Mentes Destructoras (Scanners)/ D y G: David Cronenberg/ F en C: Mark Irwin/ E: Ronald Sanders/ M: Howard Shore/ Con: Jennifer O’Neill, Stephen Lack, Patrick McGoohan, Lawrence Dane y Michael Ironside/ P: Canadian Film Development Corporation, Filmplan, Victor Solnicki Productions. Canada. 1981.