Es lo Cotidiano

Quiero sal, Mariana

Jeremías Ramírez Vasillas

Quiero sal, Mariana

—Quiero sal —gritó el viejo.

Mariana, su mujer por más de 30 años, hizo un gesto de rabia y apretó los dientes. Abrió la alacena y descubrió que la sal se había agotado. Fue a la bodega y su mirada se detuvo en una vieja lata cuya etiqueta arrugada y manchada se alcanzaba a distinguir la palabra “arsénico”. Sonrió.

—Cómo te tardas, vieja huevona.

Ella no contestó el reclamo y puso el enorme salero sobre la mesa. Sus ojos brillaban y una sonrisa apenas perceptible se dibujó en sus arrugados labios.

Desde la cocina, Mariana vio cómo el viejo, fiel a su costumbre, aderezaba el plato de frijoles con abundante sal. Y empezó a comer. Ella esperaba verlo ponerse rojo de pronto y toser desenfrenadamente. Y con los ojos como queriendo salirse, caer al suelo echando espuma. Pero el viejo terminó y hasta lamió el plato.

—Son los mejores frijoles que has hecho, Mariana —Y le sonrió, cosa rara en él.

Se levantó de la mesa y salió renqueando para acostarse en la hamaca del patio. ¿Se morirá mientras esté dormido?, se dijo. Y salió a observarlo, pero el viejo dormía plácidamente.

Antes de meterse el sol se despertó y le gritó a Mariana pidiendo café. Después de resolver los crucigramas del periódico, como cada noche lo hacía, se fue a dormir. Mariana lo seguía observando. En pocos minutos lo oyó roncar. Entonces fue a la cocina, destapó el salero y olió: no percibió el tufillo a ajo propio del veneno, sino sólo el aroma a sal. Hizo un gesto de fastidio y se llevó un puño a la boca.

Cuando el viejo despertó a la mañana siguiente, encontró a Mariana tirada en el piso de la cocina con el rostro bañado en vómito y vio el salero volcado en la mesa. Instintivamente tomó con los dedos el polvo blanco derramado y se lo llevó a la nariz: ¿Ajo?, se preguntó. Le gustaba el ajo. ¿Por eso los frijoles sabían tan buenos?  Se encogió de hombros y se sentó en una silla. La mañana empezó a avanzar. La luz del sol que se colaba por la hendidura de las maderas de las paredes pintaba rayas que avanzaban lentamente sobre el piso. El silencio sólo era perturbado por el vuelo de los moscardones que buscaban los residuos de comida y se paraban en el vómito de Mariana. El viejo sintió hambre. Entonces se puso triste. ¿Quién le daría ahora de comer?

Jeremías Ramírez. México, DF.  Estudió Comunicación (UNAM). Ha tomado talleres con Bernardo Ruiz, Guillermo Samperio, Ricardo Yánez, Alberto Chimal, Sergio Mondragón, Rocío Cerón y Ricardo Pérez Quit. Ha publicado: Comunicación educativa, Antología de cuento brevísimo, Arañas en el silencio, La rebelión de la memoria y El guerrero, la doncella y otras estatuas. Ha participado en libros antológicos: Memoria de Adultos mayores, Minibichiario, Historia de las historias, Poquito porque está bendito,  Alebrijes de palabras, Minificcionistas del cuento, Atlixco, la palabra escrita en el agua y Ficcionalia.

Ganador del concurso de El Cuento No. 134, de Edmundo Valadez y de Las historias, de Alberto Chimal. Finalista de Caza de Letras. Becario del Instituto Estatal de la Cultura de Guanajuato y de IMCINE. Ganador del XXII Premio Nacional de Cuento “Efrén Hernández”.

Ha dirigido 6 cortometrajes: Radio Búho, Parada paraíso, Mina, Sintonía 1700, La princesa del pacífico y Sirenas en la noche. Radio Búho obtuvo la mención al Mejor Corto Mexicano en el Festival Internacional de Cine “Voladero”, y seleccionado en Calle 13 de Madrid. Parada Paraíso ganó el 2º Rally Malayerba, del Festival “Expresión en Corto”.  Mina fue seleccionado en los Festivales Internacionales de Cine de Guanajuato, Morelia, Tijuana y “Calle 13”.