viernes. 19.04.2024
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FRAGMENTOS DEL LIBRO

Las canciones pop hacen pop en mí. Ensayos sobre lo cotidiano, lo ridículo, lo grotesco

Brenda Ríos

La nueva casa
La nueva casa de Amaranta Caballero.
Las canciones pop hacen pop en mí. Ensayos sobre lo cotidiano, lo ridículo, lo grotesco

XI

Es hora de comenzar a aclarar algunas cosas. Pero no le digas a nadie. Algunos viven mejor en el misterio. ¿No lo crees? el misterio de cerrar el pico. Tan fácil la unión de los labios para evitar que salgan las palabras como barquitos. Pasa un hombre en bicicleta, lleva shorts y una camiseta azul marino. Mira a todos lados mientras recorre la calle. Pasa una señora gorda concentrada en un pan dulce. Pasan los niños de la guardería de la vuelta. Tres de cada cinco tienen caritas llorosas. Bien. Primer misterio. Todo este tiempo se ha tratado de ti. Es decir, quiero decir, que mientras hablaba de mí quería sobre todo sacarte algo y que se te olvidara que estábamos hablando de mí. Debo decir que no funcionó. Pasa una muchacha con el pelo húmedo peinado de lado, viste de negro y desde el otro lado de la acera noto los ojos oscuros, la boca oscura y los senos breves, todo a la vez, un conjunto pictórico.

Segundo misterio: nada de lo que dije antes es verdad. No como entendemos la verdad de todas maneras. No de esa forma limpia que creemos que es. No sé si sé explicarme. La verdad es una persona atrás de la vitrina de los pasteles y los refrescos exhibidos.

Tercer misterio: pasa un muchacho con audífonos. Me mira pero no me mira. Trae puesto el aparato de imaginar otros espacios. Yo soy parte de su video musical. El misterio es el siguiente: me ve pero no. Cree verme pero lo que ve no soy yo.  Así llegamos al cuarto que no es el último lo digo mientras lo pienso mientras lo escribo.  Mientras, pasa un hombre peludo con la camisa abierta escupiendo en la acera. La calle es un trapecio. Bien. Tú cuando quieres decir algo te inclinas y usas una voz apenas perceptible. No quieres que te escuchen. Secreteas abiertamente. ¿Por qué es eso? no hablas en pasado. Eres pequeño. No frágil. Sólo pequeño.

Quinto misterio: lo que sé de ti. Dos cosas. Sospecho otras dos. Te las digo al rato si te veo. Sexto: más: no somos tan fuertes como decimos ser. En apariencia soportamos todo. Una grandilocuencia nuestra imagen propia. Somos constructores orgánicos de la idea del ser. Del deber ser. Usamos gafas oscuras, eso lo diría todo. Nos sumimos en días oscuros sin probar bocado sólo para adentrarnos más. Se me antoja ponerte el índice en el ombligo y sacarlo del otro lado limpito: adentrármete. Adormirte ya que andamos en esto. Misterio siete: no se trata de enamorarse. Eso sería abaratar todo. Como agregar agua al whisky. Y bien: hubo un tiempo que hubo y luego ya no hubo más. Ocho: funcionaría de la siguiente manera: nos miramos, nos tocamos el hombro, nos arrojamos al centro de cada uno y ya. Eso podría ser. No sé si tú. Esta historia que no empieza tantán.

XII

No suelo lanzarme así. Pasa una pareja joven arrastrando maletas. Que aún cuando no lo parezca me protejo. Como tú. Pasa una anciana con blusa floreada y los senos se bambolean al paso irregular. Me dicen muchas cosas en la calle. Pero uno que es digno hace oídos sordos. El otro día alguien dijo que hay que cuidarse de los que se creen los halagos. Puede ser. Yo agregaría que hay que cuidarse de todos, vanidosos o no. Sólo por no dejar.

Una muchacha se maquilla en este instante la cara pálida como carretera brumosa y el pelo cae en capas y usa aretes grandes y una blusa roja a rayas. Me da por pensar que un buen día se levantará envejecida y entonces qué. Entonces qué. Por mi parte no pienso en eso. Pero es la edad de pensar en eso. Zas. Uno envejece y los instantes se amalgaman en recuerdos mal elaborados. La memoria, te contaba, es una cosa de papel. Empieza como árbol y termina en papel.  El lápiz es objeto extendido de la boca. Lápices como dientes. Los dientes son órganos sexuales. Los dientes mastican y saborean. La piel es de azúcar. Una calavera dulce. Eso somos. Esqueletitos empalagosos. De alguna manera todo esto tiene una correspondencia: hablar es hacer el amor. Si la boca, si los dientes, si la lengua, si las palabras son objetos puntiagudos y penetran. Y las otras palabras responden. Las carcajadas serían el orgasmo jajjajajajjajajajaja... a bocajaradas hacer hijos. La muchacha del maquillaje comienza con el rímel y sus ojos toman forma.

Te preguntaba cómo creías que esta historia debía seguir. Dijiste que lo ibas a pensar. Te digo lo que creo: te tomas muchas pausas para pensar. Ibuprofeno con cafeína es lo que deberías de tomar, eso y una siesta de 16 horas. Después me dirás desde la franqueza de la vigilia lo que seguiría. O este ejercicio vano no es de escribir. ¿O sí? último misterio: no te dije que en la madrugada cuando soñé no fue contigo. Y que, contra todos los pronósticos, me das miedo.

XIII

Que mi vida es soleadita. Con patio al frente y dos macetones que sobreviven el medio abandono que suelo llamar independencia. Que las canciones pop hacen pop en mí. Que por aquí buscaba ciertamente algo que no recuerdo. Así como abrir la puerta del refri y quedarme suspendida porque ya no sé qué era lo que necesitaba. Enfrente de mí una familia. El padre tiene orejas enormes. Ya sé qué quiero ser de grande: una señora comegalletas. Sale caro vestir a los niños. Y las colegiaturas, válgame. Mis padres confiaron en escuelas públicas. Te diré. Soy una muestra representativa de esta nación. Pateo si me tocas el tema. Pero tú, tú me puedes tocar los temas que quieras. El niño de esta familia se me acerca y señala algo y dice "silla" claro y fuerte. A él le pertenece la palabra, y él a sus padres que lo miran crecer en sus pantalones cortos y su camisetita naranja. El niño que deja sus manos viscosas en todas partes de camino a sus padres. Recorre cinco metros en un andar inseguro. Toca las sillas en el camino. Las reconoce.

¿Quién dice tu nombre y te reconoce? ¿Y te toca con manos que se pegan? así los otros se van y se quedan las marcas del toque. Escenas del pasado. Hacia atrás el pasado. Sobre la espalda del padre joven que se esfuerza por fijar recuerdos. La memoria se queda en los hombros. Recuerdo que. Fue cuando. Entonces tenías. Y embarras en el pan tostado una imagen inalterada.

XV

El interlocutor de todo esto eres tú. Sin ti no habría escritura. Esta escritura que ensayo. Y no tienes que mover un solo dedo para ello. La escritura es un despliegue en la ausencia. Escribo porque no te tengo. Sustituyo lo que eres por palabras que no son nada. Armo los puentes invisibles de mí hacia ti. Cándidos, enredados puentes. Se escribe porque no se puede uno desplazar en la presencia. Se escribe porque el cuerpo no se posee. La escritura es la inmanencia del deseo. No es placentero necesariamente el crecer de estos diarios de obladiobladá. Por eso digo, de este tiempo, el nuestro, hacia la muerte hagamos puentes. Antes que se caigan los escenarios de lo verídico. ¿Si digo agua beberé? Las persianas de árbol proyectan sombras a rayas en la estancia. Presencia rayada del sol de la una de la tarde. He pasado el día removiendo papeles. Fregando platos. Cuento los platos: doce en total. Dos a rayas. El horno de la estufa es una pantalla monótona. Lo más interesante de la semana: probarme unos zapatos altos. De cuero, con una flor en el borde. Femeninos. Lo que tiene flores suele ser femenino. Mujer: flor: femenino. Sencillo el orden de ideas. Se refleja también en que las mujeres caminan alzadas del suelo: inalcanzables. Etéreas. A diez centímetros de la tierra. Estuve a punto de comprarlos. Luego recordé cuando me torcí el tobillo y desistí. No seré femenina. Seré yo. Como sea. Juego mi corazón en cada ocasión que me compro zapatos. Una amiga mía me corrige cuando hablo, por si conjugo mal y eso. Para eso son los amigos: para la corrección lingüística y el préstamo de dinero. Ah, y para que rieguen las plantas cuando salimos de viaje. Otra cosa que estuve a punto de comprar hoy: un cachorro de labrador. Color claro. Pero no lo hice. Ni zapatos ni cachorro. Libre de femineidad y de maternidad. Es una pena. En verdad. Yo quería ser una mujer alzada en los tacones y pasear al perro dos veces al día. Me verían de otra forma. Una mujer. Una mujer-madre-de perro. ¿Qué más se puede pedir? ¿Para qué madres en tiempos nerviosos? Una mujer temblorosa sujetando la correa de un cachorro entusiasta. Una mujer-bestia. Ser feliz en el absurdo goce de los parques perrunos. ¿Cómo no se me ocurrió antes? sí, atajos para la felicidad. Sí, a todo sí. Olvidémonos de los no. pasaré la tarde en el centro comercial, comiendo helados y mirando vitrinas. Comparando los centímetros que me separan de los maniquíes sin cabeza. Recordando como pueda las tantas razones del vivir.

XVI

No sabes la pena que me dan los panes dejados a medias en los restaurantes. Panes abandonados en el gesto de la prisa de alguien que abandona el pan y su hambre y corre hacia alguna parte. Yo quiero correr hacia allá. Ninguna parte parece tan prometedora. ¿Hay algo peor que acostumbrarse a un trabajo mal pagado? una, que lo único que desea es comprarse unas botas hechas de ganado nacional melancólico y duradero; las botas -de agujetas, bicolores- cuestan la mitad del salario mensual de alguien que fue a la universidad. No hay tiempo para la frivolidad. Eso en sí me parece una grosería. ¿Y si no podemos ser frívolos? nos quedará la zozobra y la estulticia. ¿Hay algo más desagradable que encontrarse a alguien cuando uno busca empleo? en la misma fila... sonriendo. Recordando el nombre y reconociendo la necesidad y la competencia, tan humanos por otro lado, pero fuera del cubículo por favor. Es de noche y lo único que puedo pensar es en malteadas de café. Triturados los hielos. El azúcar se desplaza en la licuadora. Se convulsiona pero termina adaptándose a las paredes de la leche. Slup. Mi estómago es un refrigerador que respira. No se enciende si abres la puerta. Problemas técnicos. No te dije que me cansa vivir. Luego esto: no hay suficientes hombres. Luego, los mejores siempre están tomados. ¿Cuando yo tomé alguno hubo mujeres que pensaban en ellos? esa es buena. Los dejé ir. Pececitos al agua. No sé hacer anzuelos. Por ahí deberían comenzar los aprendizajes.

No tengo amigos con dinero. Me intimidan los templos y los restaurantes de lujo. Me intimida la vejez, los hombres hermosos y las vacaciones de fin de año. ¿Y a todo esto por qué hablo contigo?

Mira. Te digo. Fíjate bien. Aprende. Porque aquí no hay nada que aprender.

Trituraron la casa. La casa era un cubo blanco. Pusieron un árbol en su lugar.

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Brenda Ríos (Acapulco, Guerrero, 1975) Escritora. Editora (escribe ajeno, por docena) en el área de Publicaciones de Rectoría General en la UAM. Sobrevive la ciudad de México desde 1998. Este año cumple 40, no le pregunten cómo está. Dice que escribió (y por eso ofrece disculpas sentidísimas) Empacados al vacío, ensayos sobre nada, Calygramma, 2013; Las canciones pop hacen pop en mí. Ensayos sobre lo ridículo, lo cotidiano, lo grotesco, IVEC, Xalapa, 2012; El vuelo de Francisca, Pehuén, Chile, 2011; Del amor y otras cosas que se gastan por el uso. Ironía y silencio en la narrativa de Clarice Lispector, Tierra Adentro-f,l,m., 2005.