En Las ventajas de ser invisible, la versión al cine del nuevo clásico de la literatura caguengue, la muchachada se encuentra confundida por la programación radiofónica local, empeñada en rotar Heroes, de Bowie, a todas horas. Un dudoso triángulo sexual (porque está claro que a éstos no se los echa ni su mamá) se hace preguntas pendejas acerca del mundo de adultos trabajadores de tiempo completo en el que les tocó vivir. El protagonista, un aspirante a tener el látigo de la escritura del que hablaba Capote, se enamora de una chica buenona pero freaky, aventurera pero sensible: una nueva Winona Ryder sin haber pasado por el tamiz de la cárcel por robar chácharas, ni haber sido asaltada en los tazos del premio Óscar por Angelina Jollie. El joven escritor, con ayuda de su amigo el jotito apedreable, inicia un viaje introspectivo en el que oscuros secretos de su pasado vienen a cuento. El verdadero misterio es la disfunción eréctil a tan temprana edad. Se trata pues, de una de esas películas donde las tías tienen cero valor narrativo y bastante furor uterino.