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NOVELA POR ENTREGAS

Libreta de apuntes | Hortera Files (V)

Ricardo García

Libreta de apuntes | Hortera Files (V)

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Rosendo Vall. Poeta de medio tiempo salió de un bar de cierta clase. Para los mochos de la ciudad, de un bar de rompe y rasga. Con cinco docenas de billetes de a mil, amontonados en fajos en los bolsillos del pantalón, abrió las fauces de la noche y pensó que sería él quien tragaría madrugadas. Unos pasos lo seguían sobre las losetas de la calle Juárez.

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La soledad perpetua y el terror a la vida en su estado más puro agitaron un viento entre sus pensamientos para revolverlos con el alcohol y la noche perfumada de ron. Llegó hasta la casa de Clarisa. Nomás te hago el amor y ahorita me largo. Pensaría cuando contaban los billetes de la primera edición del negocio editorial con el taller literario. Azucena declaró que antes de encontrarlos encaramados en el acto sexual vio cómo guardabaél  gran parte del dinero en una mochila de manta.

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La noche de ese sábado, apenas brioso, lo condujo a un sueño reparador. Rosendo lo que quería era llenar las bolsas, acaparar el dinero, largarse por la noche maquillada, escapar de Andrea Roca. Se dejó caer como un demonio morfinómano en el sofá de la entrada. Su sueño no duró tanto. La pequeña Azucena llegó con el manuscrito para que se lo incluyera en la primera edición de la colección de poesía femenina. Clarisa, en su declaración, confirma que si bien le pidió que fuera el primero, también lo amenazó por zafio. La tuvieron que sedar con pastillas. Dicen que los arañazos encontrados en el rostro del cadáver se debieron a una furia desatada de Azucena. Estaba descubierto. Rosendo quedó en el fuego cruzado. Y debió revelar que hizo trampa para el concurso y enmudeció para siempre los pormenores de la participación de la pequeña en las orgías con el rector.

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Los minutos corrieron, las amenazas terminaron. Tomó el dinero y salió. ¿Qué tan abatidos están los solos? Cualquier suicida lo sabe. Por eso acude, preciso como nadie, a su funeral.

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Caminó unas calles más, surcando en los pensamientos como ladrillos en la pared. La sensación de ligereza le acomodó bien el descenso por la calle de Belauzarán. El humor baqueo, de muerte entre los dedos, iba en aumento. Con un brazo sostenía el bulto incómodo del huipil con el fajo de dinero. 

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La noticia de primera plana, registrada el viernes 26 de octubre, dio a conocer el crimen con grandes titulares:

Horrible y de una forma por demás bestial, fue asesinado el poeta laureado, Rosendo Vall, de 43 años, cuando el occiso trataba de llegar a su domicilio. A machetazos le desprendieron la cabeza de su tronco.

Hipótesis de la policía señalan que fueron más de dos los asesinos, quienes sanguinariamente dejaron el arma homicida –un machete de cincuenta centímetros– sobre el cuello destrozado de Rosendo Vall, el poeta.

A pesar de la vigilancia que existe en los alrededores del barrio de la Alameda, los asesinos abordaron con facilidad y acabaron con la vida del poeta por la madrugada.

Los hechos sucedieron en Alameda 123, zona centro. Se cree que también lo despojaron de dinero y efectos personales.

Andrea Roca Izquierdo, representante de la dirección de Relaciones Culturales de la universidad, pidió al pueblo de Guanajuato “apoyar a las autoridades urgentemente, para que no sucedan cosas como ésta”. También señaló, con lágrimas en los ojos, que se había perdido uno de los baluartes contemporáneos del arte, de la universidad. Aseguró que “su equipo de trabajo tiene órdenes precisas para mantener vivo el espíritu poético de la región”.

Rosendo Vall salió del bar denominado El Consulado, aproximadamente a las tres de la mañana, horas de ayer, según informó Idelfonso Morales, cantinero del lugar.

Esa mañana, como a las seis treinta, Faustino López, de 32 años, barrendero de la zona, se dirigía a remover los botes de basura, pues el camión recolector no tardaba en pasar, cuando se encontró con un cuadro desgarrador: un hombre yacía bañado en sangre y el cadáver aún tenía el machete sobre el cuello.

La policía investiga el espantoso crimen, aunque todavía se encuentra desconcertada. La policía no descarta que el asesinato tenga visos de vandalismo o un ajuste de cuentas. Fue sustraída una cantidad, aún sin definir, de las pertenencias del occiso.

Rosendo Vall, en su vida artística, fue maestro de la universidad, promovía la lectura y trabajaba en varios talleres de poesía.

Peritos de la procuraduría del estado sacaron huellas de la escena del crimen.

Artemio López, rector de la universidad, señaló que descartaba el posible móvil de ajuste de cuentas, ya que Rosendo Vall era uno de los más queridos colaboradores de la universidad y que confiaba en “Andrea Roca para que hiciera las gestiones y cambiara el nombre del Teatro Principal por el de Rosendo Vall como homenaje a su trayectoria”.

Por su parte, Juan Panseco, director del Instituto de Cultura, declaró que se haría un tiraje histórico de los libros de poesía de “el poeta para que viviera, trascendiera en la mente de los guanajuatenses”.

Finalmente, se informó que sus restos serían velados con una guardia de honor en las instalaciones del mesón de San Antonio, en el centro de la ciudad, para luego trasladarlos a la ciudad de León.

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Las pesquisas extraoficiales narran que Rosendo Vall huyó con una cantidad importante de dinero, fruto de los talleres literarios. En su huida, Rosendo trató de escapar de inmediato, pero se sospecha que algún escritor muerto de hambre le aconsejó lo contrario. 

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Fuentes allegadas a Rosendo, el impresor en este caso, dijo que le había recibido cerca de treinta mil pesos esa noche para iniciar un tiraje de una alumna de su taller: Azucena. Por lo que se cree, lo hizo para limar asperezas por el asunto del plagio.

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No todo es dinero.

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Unos momentos después, llegaron a la imprenta dos tipos preguntando por Rosendo. Este hombre mencionó el posible paradero del poeta.

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Elegir un compinche de farra es tan sencillo y al propio tiempo tan complicado como dar con un buen compañero literario. Rosendo no lo sabía. Empezó la borrachera sin destino.

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El buscador de peligro suele desdeñar a sus depredadores. La fama le acedó las neuronas y bebió sus primeras copas en el bar de La Media Luna. Adulado, afamado y alimentado, no hubo sospechas de su perseguidor.

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En ese bar se encontró también a Trinidad Maldonado. Escritor de tinta china. Hablaron de las ventajas de ser un poeta laureado, de trascender en el pueblo que lo había visto crecer como escritor. Ambos discutieron por gerundios, participios y por el futuro editorial del municipio. 

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El mesero dijo que en un momento la discusión se tornó desagradable. Muchos gritos. Trinidad Maldonado le recriminaba haber ganado el premio. En este sentido los escritores son tan soberbios que no pueden ver el éxito en el otro. Siempre habrá un contrasentido para denigrar a quien es ganador. ¿Por qué? Porque la envidia es uno de los factores que explotan en el lugar menos indicado. Podemos imaginar la cara de Trinidad Maldonado al ver publicados los resultados en el periódico. Un hueco en el estómago, una mancha de sangre en el espejo, el mareo, las náuseas, todos estos síntomas entrando por los ojos.  El espejo dice eres un perdedor, además, jodido, porque no recibirás el premio. Luego el atentado contra la inteligencia. Se tiene que descalificar al calificador. Los merecimientos no van a ningún sitio. La operación cicatriz tarda un tiempo, tanto que cada que se ve la convocatoria es igual que tragar mercurio. Entonces el ganador del premio es una ofensa, una mentada de madre laureada. Un trapo mojado en la faringe. Por eso las premiaciones están solas; porque nadie quiere ser un perdedor público, por eso se concursa bajo pseudónimo, para no exhibir la pobreza, la bajeza de nuestros, sí, hay qué decirlo, hijos.

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Lo más seguro es que Rosendo Vall tuviera muchos enemigos. Seguro los más iracundos y violentos ataques fueron recibidos por los intelectuales subvalorados que concentra la ciudad.

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Los intelectuales, si podemos denominar así a los rastrojos de caspa que se reúnen para descifrar venenos de serpientes, son una especie de idiotas posmodernos. Si bien, en teoría debieran estar del lado del entendimiento, en Guanajuato son el cliché de la crítica. Si bien debieran estar del lado de la conservación de las letras, en Guanajuato son el perfecto apodo de la peste. Contrarios a su individualismo, en la ciudad son una especie gregaria que anda en los bares, pasea en los cafés o se encarna en su alma máter.

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Para apreciar el desprecio de sus congéneres, de sus pares, los intelectuales de la ciudad profesan de misoneístas. Todo tiempo pasado es mejor. Prefieren la tinta china que la computadora. Compran en los tianguis de segunda mano para erradicar la moda, piensan que el dinero no da la felicidad, esto en ningún momento como viles franciscanos, sino que repelen el trabajo porque es muy tosco. Prohíben las películas de Hollywood, tal y como si se tratara de un abuso, una transgresión a la inteligencia y rebautizan las cintas de medio pelo, de bajo presupuesto, para darles un valor extraordinario. El misoneísmo les hace repeler los premios.

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Rosendo Vall podría ser misoneísta pero más arropado al lado capitalista. En el bar La Media Luna cambió algunos billetes. Esto seguramente fue notorio ante los ojos de Maldonado. Quizá otro bombazo en su ego. Más tarde diría Trinidad Maldonado que no hay mejor escritor que uno muerto, en referencia a que los diarios aumentaron el valor literario de Rosendo.

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En los matutinos del sábado 27 de octubre se reprodujo la noticia del crimen y se pretendió ampliar y aclarar algunos datos:

El doctor Óscar Ramírez, director del Servicio Médico Forense, quien actuó en las diligencias como médico legista y encargado de practicar la autopsia, estimó que fueron por lo menos dos los homicidas quienes, agregó, deben estar trastornados mentalmente dada la crueldad con la que actuaron.

El poeta presentaba además lesiones en los hombros producidas con el plano del machete. Se apreciaron también lesiones de arma punzocortante tanto en los brazos como en la cara y el cuerpo, hematomas en los pómulos y en la boca, así como fractura de tabique nasal. Las uñas tenían rastros de sangre y piel. “Lo que indica que el occiso opuso resistencia.”

El cuerpo no se hallaba amordazado, por lo que se piensa que el crimen se perpetró en ese lugar. El capitán Jesús Álvarez comentó que los homicidas conocían perfectamente los hábitos de Rosendo Vall, ya que se condujeron con toda libertad por la rutina del poeta borracho.

Se presume que luego de esperarlo en la esquina de la Alameda, y al llegar hasta donde se encuentra el puente que da al estacionamiento de la universidad, un lugar con poca luz, decidieron sacrificarlo.

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La mayoría de los intelectuales de la ciudad son alérgicos a los reventones de los premios; letárgicos y litúrgicos derroches de betún intelectual, cuyos más álgidos momentos corresponden al momento en que el director del premio se lanza a dar el discurso del avance cultural de la región, mientras una jauría de envidiosos escupe insolencias o se desquita prodigando sarcasmos preñados de envidia.

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Rosendo quiso ir a buscar otro refuego, se lanzó a buscar la quimera de lo nuevo. Un poeta premiado y millonario es un ser amplio y misterioso como un palacio en el desierto. Pero después, cuando al fin descubre que no merece tal honor, la conciencia y, todavía peor, la entrañable mediocridad lo hicieron buscar compañía. ¿Qué es Rosendo Vall sino un poeta, es decir, un fugitivo de la adultez? Sin maña pero con prisa descubre que el tan anhelado paraíso es un club de tontos y aburridos madrugadores.

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Ante su primera noche jubilosa, Rosendo sólo había sacado provecho de los rastrojos: una desproporción a su rango. Había convivido con escritores que no escriben, con editores puñeteros, con intelectuales como beodos de clóset. Una vez escalado el Himalaya de su edad, iba a pertenecer a los rancios escritores de clichés. A lo sumo, andaría hablando a la radio cultural para corregir a los ineptos, escribiría en los blogs de los periódicos para escupir su estulticia, o de perdida amanecería enfriándose el culo en una banqueta de la calle de Sopeña intercambiando regateos filosóficos con los sabios de La Dama de las Camelias.

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¿Cuál es la fijación que nos obliga a hacer auditoría sentimental cada vez que platicamos con ese viejo amigo de parranda? ¿Para qué engordamos el caldo de las fintas futboleras de nuestros amores perdidos? Era la hora de hurgar en otros pendejos, sobre todo si Rosendo era de la raza que gusta sufrir de todo, que le va a los equipos que van perdiendo cuatro a uno, que se orina en los pantalones a la hora de cambiar de guardia en un boxeo de sombra. Esa noche salió derrotado.

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Maldonado no es de los que matan. Las trincheras nocturnas de la ciudad de Guanajuato pueden montarse desde cualquier perspectiva. Los analfabetos se hunden en ciertos bares teiboleros. Los semianalfabetos en los bares de punchispunchis y los karaokes. Los analfabetas funcionales se forman en circuitos cerrados de lo cutre y lo apestoso. Entre más hieda el baño, mejor recito las vocales. Trinidad Maldonado era alfabeto.

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Invadir las cuevas que no nos pertenecen tiene un encanto raro y exquisito. Entre Sopeña y la Juárez los clandestinos viajan en un itinerario bien definido, como japoneses a la caza de una instantánea. Es fácil encimarse cuando las trincheras ya están vencidas y los tragos no han hecho el efecto; entonces acaban bebiendo lo que sea en El Pequeño Juan. Rosendo se fue a meter en una trinchera aún caliente. Y salió en un fuego cruzado.

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