miércoles. 24.04.2024
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La vida de las flores

Mauricio Miranda

La vida de las flores


Parecía que las palabras se desprendieran del papel y se fueran colando por sus ojos a un ritmo que apenas le permitía respirar, algunas como “sol” o “pétalos” las reconocía casi sin leerlas, más por la forma que por las letras, pero otras palabras, las más largas o desconocidas, necesitaba partirlas en pedazos con mucho cuidado para no equivocarse, es-tam-bres, ¡estambres!, o gi-ne-ce-no, ¿giceneo? ¿Mamá, qué es eso? Nadie le respondió, quitó la mirada del libro y las letras que iban en el aire chocaron en su cabello largo.

Encontró a su mamá en el otro cuarto, hablaba por teléfono y caminaba de un lado para otro como si estuviera nerviosa. Mamá, mamá, dijo ella al tiempo que le sacudía el brazo. Su mamá cubrió con su otra mano el teléfono para que no oyeran que era una niña desobediente y fea y añadió gritando bajito que estaba castigada por muchos días. Antes que los ojos de la niña terminaran de cubrirse de lágrimas su cuerpo ya había sido empujado por la espalda hasta que estuvo afuera del cuarto. Los sonidos de la puerta que se azotaba y el metálico del seguro para que no pudiera entrar de nuevo la hicieron pensar.

Sus lágrimas retrocedieron, no era nueva en esta vida y de nada le serviría llorar o hacer escándalo en este momento. Decidió mejor ir a buscar a Laura, la que les ayudaba a cocinar y limpiar la casa, que además de ser noble, hacía lo que fuera por evitar un berrinche. ¿Qué quieres, Mariel, ahorita estoy ocupada? Ella ni se fijó en lo que decía Laura, le dio el libro y le señaló la palabra que no entendía. La verdad es que Laura sentía más miedo por el regaño que recibiría de la señora si no terminaba de sacudir, aspirar, barrer, trapear y lavar los platos y la ropa, que por el llanto, pataleo y gritos de Mariel, pero aquí entraba lo de su nobleza y pensó que si se apuraba un poco más podría ayudarla; sentía muy feo porque pobrecita niña con esa mamá que tenía y puso el sacudidor sobre algún lado y tomó el libro.

Supo al instante que esa palabra no la conocía, sabrá Dios, Mariel, dijo Laura, y se sorprendió de hablar como las sirvientas de las telenovelas, puso un dedo entre las páginas y vio la portada del libro, es que éste no es de preescolar, le dijo, es de tu hermana grande, por eso no lo puedes leer. Ya habían pasado cinco o seis minutos, Laura, sentía que su estómago se llenaba de angustia, porque por más que se apurara no alcanzaría a terminar. Mariel le dijo, por favor, por favor, dime qué significa. Otra persona en el lugar de Laura hubiera dejado a la niña y se habría puesto a hacer el quehacer, pero Laura reflexionaba y hacía comparaciones y juicios que le impedían tomar rápido una decisión, pensaba, por ejemplo, que si había accedido el martes anterior a darle el gel para que lo desperdiciara, fue algo malo; no podía esta vez, que le pedía algo bueno, ignorarla.

Los pies de Laura se movían con nerviosismo, seguro querían ir a terminar el quehacer, pero sus manos se apretaban entre sí y sus palabras imploraban sin ningún destinatario, ay, Mariel, Marielcita. Ándale le decía la niña, mientras seguía corriendo el tiempo, si hubiera ido desde un principio por el diccionario, ya estaría haciendo el quehacer, pero no hacía ni una cosa ni otra. Apretó la boca y dijo okey, okey y fueron por el diccionario. Mariel aplaudía sin separar mucho las manos y con entusiasmo, porque de alguna forma sabía que eso forzaba a Laura a ayudarle. Laura iba pasando las páginas tratando de encontrar la palabra entre las miles de letras chiquitas, pero la preocupación le dificultaba la lectura.

Ésa se parece, dijo Mariel, apuntando a la palabra ginecólogo, ésa no es, dijo Laura, pero en lugar de enfocarse a la palabra que buscaba, iba leyendo las definiciones de las palabras que empezaban con “gine”, todas tenían que ver con mujeres, es algo de mujeres, dijo Laura, para ver si con eso se contentaba Mariel, pero sabía que perdía su tiempo, porque además lo había dicho sin ningún énfasis. Aquí está, dijo Laura, y leyó “Verticilo floral femenino”, seguro esto ya ni Dios lo sabe, pensó, y se persignó porque le pareció un mal pensamiento, y eso le provocó incomodidad a Mariel, de seguro se trataba de eso malo que tienen las mujeres y que deben de ocultar a toda costa, en su escuela su maestra les había dicho que las niñas debían traer siempre su ropita interior arriba y abajo, aunque no quisieran, pero así tenían que estar vestidas para que no pasara algo feo. A Mariel no le gustaba usar corpiño, se levantó la blusa y le preguntó a Laura ¿verdad que yo no tengo nada? Y Laura se la bajó rápido, eso no se hace Mariel, no debes levantarte la blusa.

Laura se sentía agobiada de perder veinte minutos tan fácil y estar aún más confundida, a esto se le agregaba el malestar por el comportamiento de Mariel, ¿alguno de los señores que iban a la casa la había tocado? Mariel, ¿sí sabes que nadie debe tocarte aquí ni acá? y Laura se señaló sus pechos, que eran más grandes y más firmes que los de la mamá de Mariel, y luego se puso las manos sobre los glúteos.  Mariel le preguntó si eso era el giceneo y Laura le contestó, después de leer otra vez la palabra, es gineceo, Mariel, mira, gi-ne-ce-o dijo al ir pasando la punta del dedo por debajo de las sílabas, y no, no sé qué es, pero no es eso, dime si alguien te ha agarrado tus partes. Laura puso cara de esperar una respuesta, pero su mente se había perturbado con las palabras de floral femenino, su pensamiento imaginó una serpiente, un brazo grande y oscuro que se escurría por debajo de la falda de Mariel para arrancar una pequeña y delicada flor. Mariel, por su parte, se iba sumergiendo en un malestar inasible, como hecho de un humo que poco a poco se volvía más denso, su mamá la había regañado, la había corrido del cuarto y Laura se había persignado por una cosa secreta y mala y la había hecho sentir humillada con lo de la blusa.

Mariel iba a decir que no, que eso nunca le había pasado, pero asintió con la cabeza, sí la habían tocado ahí en su pecho, sabía que Laura la abrazaría y que ambas llorarían y que después se sentiría mejor. Laura pensaba, mientras la abrazaba muy fuerte y lloraba, que para qué le había preguntado si no podía ayudarle en nada. No había ningún adulto a quién decirle, sólo, claro, a la señora, que siempre la regañaba por todo, le decía que se pusiera ropa más holgada, la miraba con coraje y más si andaba algún hombre en la casa, en esos casos tenía que estar en la cocina aburriéndose hasta que dieran las ocho y entonces irse rápido al cuarto de servicio. Le podría decir a Mariel que le dijera a su abuelita, cuando su mamá las llevara a su casa, pero no sabía qué podría pasar, a la mejor la abuelita le diría a la mamá que la sirvienta le andaba metiendo cosas en la cabeza a Mariel y entonces la correrían y le costaba mucho trabajo conseguir un empleo que incluyera cuarto para vivir, siempre querían cartas de recomendación que nadie le quería dar y por otro lado se sentía despreciable de no ayudar a Mariel, por miedo a que a ella la corrieran.  

Laura tenía en la boca las palabras, dile a tu abuelita, pero se quedaba callada mientras que el tiempo seguía pasando y a la mejor también la corrían por eso, tenía prohibido aspirar después de las 7 y tenía prohibido dejar sucia la cocina y la sala y ya sin tiempo estaba en medio de las prohibiciones, en el centro del regaño de la señora mientras mantenía su cabeza agachada y rezaba para que no la corrieran. Tenía qué dejar a Mariel e irse a hacer lo más posible de quehacer, pero no la podía abandonar ahí después de que habían abusado de ella. No pudo decir lo de la abuelita y mejor le dijo, vamos a ver si está prendida la computadora para buscar qué significa esa palabra, ya no llores, Mariel, tienes qué ser fuerte. Laura tecleó la palabra y apareció una fotografía con miles de granos de polen iluminados por la luz del sol, a Laura le parecieron estrellas cercanas y diminutas, como si el universo pudiera tenerse entre las manos. En el pie de foto decía que el polen parte de los órganos masculinos de las flores en busca de los labios del gineceo y Laura cambió de imagen rápidamente.

¿Qué es lo que decía? le preguntó Mariel, que no había alcanzado a leer, pero Laura no quería que en los oídos de la niña entrara lo de órgano masculino. Recordó el terror que sintió cuando su padrastro la forzó a sentarse en sus piernas y sentir su erección, le preguntó si no le gustaban los billetes de quinientos y eso era lo que a ella más le hubiera gustado, pero prefirió salirse de la casa. Cuando volvió en la noche su mamá la golpeó por andar de resbalosa. Laura no dijo nada y luego consiguió su primer trabajo gracias a una amiga que también había cumplido trece años, habían terminado apenas primero de secundaria y por eso no les quedaba más que dedicarse a la limpieza. Si hubiera sabido los abusos que de todas maneras iba a soportar, se habría quedado en su casa con dinero para gastar mientras terminaba la secundaria, habría conseguido trabajo en una fábrica, le habría respondido a Mariel lo que era gineceo y así no estaría aun preocupada por el quehacer, no, quehacer no, porque no estaría en esa casa, no sabría de Mariel, ni de sus problemas que ahora la hacían agobiarse. Lo cierto es que ella ya era grande cuando empezó a sufrir abusos, ya tenía pechos y sangrados, pero la niñita, a sus seis años, tan pequeñita, con su piel tan blanca, era algo horrible. Nada, Mariel, le contestó Laura, no decía nada, decía algo de las flores, pero no estaba lo que buscábamos.

En la pantalla inició la historia de una flor en cámara lenta, creció un tubito verde que decía tallo a un lado y luego la punta se fue mezclando con tonos rojos y amarillos hasta que se distinguieron los pétalos, parecían la falda de una bailarina que giraba con su largo vestido rojo, que al abrirse mostraba los estambres y en medio, como un jarrón, el gineceo, y la toma se acercaba a su boca, que esperaba anhelante el polen, el equivalente de los espermatozoides humanos. La pantalla se dividía en dos, en uno aparecía el esquema de una flor y en el otro el aparato reproductor de una mujer, sin ningún problema, en el caso de las personas, los espermas nadaban hasta llegar al óvulo, pero en el caso de la flor el polen tenía qué construir un túnel para encontrarse, en el vientre del gineceo, con la célula femenina. Se unían y se formaba una semilla, se unían y formaban un montón de células que se hacían brazos, piernas, cuerpo y una gran cabeza. El vientre de la flor crecía, los pétalos se secaban y se formaba una bola verde, un limón, el de la mujer también crecía como un limón color piel, que la mujer abrazaba al tiempo que nacía una sonrisa en su rostro.

Laura quería cambiar de pantalla desde que salió el aparato reproductor femenino, pero Mariel estaba tan absorta que no quiso molestarla y se la pasó sufriendo durante todo el video. La niña le preguntó si entonces el gineceo era lo de en medio de la flor y Laura le dijo sí, ya ve a jugar, como si fuera cualquier día, como si ya hubiera pasado lo del abuso, pero es que tenía tanto trabajo y seguro ahora sí iba a pasar lo peor. Se apretó el rostro con las manos, mientras pensaba ahora sí, ahora sí. Cuando volvió a abrir los ojos Mariel había desaparecido, muy probablemente se había ido a su cuarto y ahí, después, la esperaría con la piyama puesta para que le diera su leche con chocolate, si no es que la corrían antes. Laura caminaba dos pasos para un lado y luego se regresaba, no sabía qué hacer con tanta angustia. Mariel había salido al jardín, a buscar un gineceo y soñaba que su mamá tenía un hermanito semilla en su vientre y que se levantaba un poco la camisa para que ella pudiera ver su vientre redondo como una pelota y la dejaba abrazarla y las dos sonreían. Arrancó una flor, acercó sus grandes ojos amarillos para ver todos los detalles, el gineceo, los estambres, trató de aspirar su aroma, pero no olía a nada, dio dos giros de ballet, tiró la flor y se puso a jugar a otra cosa.