Es lo Cotidiano

Extrañando a Kieslovsky

Jaime Panqueva 

Extrañando a Kieslovsky

Gerardo Mares, in memoriam

Respecto al cine, me considero un espectador omnívoro. Pero recuerdo con cariño la vez en que tuve contacto por primera vez con eso que llaman cine de arte. Mis padres eran más de libros que gente de cine o teatro. No les gustaba mucho salir de casa, y al recordar lo que era Bogotá en los ochenta, hoy les hallo mucha razón. Gracias a mi hermana mayor y a una tía, que sigue siendo una de las personas más cultas que conozco, supe de lugares llamados cineclubs o cinemateca (no sé por qué, pero en Colombia se les llama así). Mi hermana comentaba a veces sobre aquél que organizaban en la Universidad Pedagógica, y creo que también me convidó. Pero no recuerdo haber asistido a ninguno; de oídas supe de Passolini, de películas como El imperio de los sentidos o Betty Blue. Nunca sentí curiosidad por verlas de joven. Debo confesar que, ya de adulto, tampoco me gustaron cuando las vi. Sé que quizá me perdía de mucho, pero la televisión, los libros y luego el betamax, me ayudaron a paliar esa carencia.

Fue más adelante, cuando era un joven ejecutivo, bien pagado y, por ende, soberbio, que me adentré en un bar fresa que, si mal no recuerdo, proyectaba cine en un local, por los lados de la 85 con catorce. Por encima de las mesas con botellas, vasos y a través del humo del cigarrillo, proyectaron Bleu de Kieslovsky. El golpe fue brutal, sentí que el cine se había reinventado como arte, no había visto una conjunción tan extraordinaria entre música, imagen y texto. A partir de ese baño de humildad, comenzó mi búsqueda de mejor cine y de películas clásicas. Esa visita cambió mi forma de percibir el cine y el arte. Sé que cualquiera que haya encontrado su película favorita en un cineclub o en la cineteca lo entenderá.

Poco menos de un par de años después de completar su trilogía magistral, de haber recibido el reconocimiento mundial y de escribir un guión para llevar a la pantalla La divina comedia, el director polaco murió de un inesperado ataque cardiaco. De eso ya hará unos veinte años.

No es fácil ver buen cine en pantallas grandes. La era digital quizá ha hecho más fácil acceder a los contenidos, pero nos ha quitado la experiencia colectiva, la de las botellas sobre las mesas y el humo. Hay qué admirar a quienes tratan de devolvérnosla.

Cuando empiezo a ver películas de Tarantino o Burton, que nunca puedo acabar, vuelvo a extrañar a Kieslovsky. La vida a veces es demasiado corta y frágil.