viernes. 19.04.2024
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Por qué y para qué un Encuentro Marina Arjona Iglesias

Alejandro García

Por qué y para qué un Encuentro Marina Arjona Iglesias


No se puede jugar con la ley de la conservación de la violencia: toda la violencia se paga y, por ejemplo, la violencia estructural ejercida por los mercados financieros, en la forma de despidos, pérdida de seguridad, etc., se ve equiparada, más tarde o más temprano, en forma de suicidios, crimen y delincuencia, adicción a las drogas, alcoholismo, un sinnúmero de pequeños y grandes actos de violencia cotidiana.
Pierre Bourdieu

I

En 2010, pocos lo recuerdan, se firmó un pacto para evitar coaliciones partidarias, entre la Secretaría de Gobernación y los líderes del PRI y del PAN. Era un pacto que no quería llamar la atención, que no quería involucrar a la masa, pero que se filtró. Decir Gobernación es decir Presidencia de la República. Fernando Gómez Mont, César Nava y Beatriz Paredes eran los firmantes. Hubo un cuarto a manera de testigo, y desde luego la gran presencia de Felipe Calderón, con la cobertura necesaria para sacrificar a su alfil y no poder impedir que el pacto se rebelara y se hicieran de cualquier manera las alianzas. Debo contextualizar para entender las líneas siguientes.

Terminó uno más de esos espectáculos para las masas en que la historia parece resuelta por los hombres de carne y hueso. Un documento firmado por cuatro hombres de vida pública (o tres señores de hablar delicado, labrado en la oratoria ortodoxa, y una señora de voz tronante, labrada en la oratoria del reclamo institucional), un convenio que dicen asomaba sólo la mitad del iceberg, la otra mitad era asunción de palabra de hombre. A la hora de la disputa y de los cambios de rumbo de los vientos la letra dice poco y la tal otra mitad del iceberg se ha deshecho con el calor gentil del trópico.

El espectáculo ha consistido en el filo de esa palabra de hombre que ocultó la letra y que parece ofender a nuestra inteligencia pues si bien siguen pensando que al pueblo pan y circo habrían de sospechar que hay quien se ríe no de lo gracioso del evento sino de la pobreza de la caricatura. La historia amenaza con convertirse en real maravillosa, con boda entre una princesa hollywoodesca y un Pinocho que por efecto de un beso devino de sapo de madera narigón en rutilante y solitario príncipe en el altar de una república.

Se han firmado pactos y pactos, la tercera versión está dentro de los límites de la recuperación priísta del territorio nacional. Allí los dedos de los líderes de los partidos están prendidos, con alfileres o no, sujetos al camino de nuestro país hacia la punta del desarrollo, aunque en el fondo, entre zipizapes y corrupción, pensemos que es más de los mismo, que los que quieren cambiar son los que nunca han cambiado y que acaso la vida sea solamente vivir con más de lo mismo.

Más allá de anécdotas y simulaciones, gracias a las cuales llega a drenar la bilis o a hervir el hígado según el rol que hayamos vivido en la ruta de esta realidad generada por los preciosos ridículos, vienen a mi mente las explicaciones de Marina Arjona Iglesias con base en las teorías de Mara Selvini Palazzoli: el hombre público establece un pacto para que las cosas no se muevan, en una curiosa coincidencia con la máxima de Gatopardo: que todo cambie para que nada cambie. Lo más lamentable de este suceso no es la risa, ésa es ganancia pírrica a la que no debemos renunciar. Lo más lamentable es que la ética aparezca en el lugar impropio, como supremo árbol de sanción al resto, en situación semejante a la que Marc Bloch señalaba a propósito de los Reyes Taumaturgos:

En el siglo XIV se originó una disputa entre el monarca inglés, Eduardo III, y Felipe de Valois, “verdadero rey de Francia”, en el que este último reclamaba la devolución de territorios franceses que aquél le había arrebatado. El inglés, deseoso de ganar a su causa a una Venecia neutral, envió a esta república a un embajador suyo, para que volcara en su favor a la Serenísima, y este diplomático, cuando compareció ante los gobernantes venecianos, esgrimió con perfecta seriedad el siguiente argumento: si Felipe de Valois es en verdad rey de Francia, como pretende, que lo demuestre exponiéndose a ser devorado por leones hambrientos. La razón de esta propuesta, que a nuestros oídos suena extraña, reside en que entonces se creía como artículo de fe que ningún león devoraría, ni rasguñaría siquiera a un auténtico monarca.  (Los reyes taumaturgos, p. 7)

Ahora los leones se llaman detector de mentiras y las legitimidades están en el humor de las casas de poder.

Lo más lamentable es que este duelo de caballeritos sin caballo y sin pentáculo (es esdrújula) se quiere promover como producto de la democracia que vivimos, como parte de un doble movimiento, el primero con sabor a ranchero pajón, el segundo con aroma a mustio mientras con los pies pisotea pollos y baila el rascapetates. Al presente lo han maquillado para que aparezca, hasta ahora, fino. Después de todo son honestos. Más vale tontos que locos y no hay piezas que muevan el escenario. Lo más lamentable es que la bomba de tiempo siga allí esperando la caída de los precios petroleros. Y entonces sí vendrá el rasgar de vestiduras y la generación de enemigos sigilosos e invencibles.

Díganme si no son importantes las enseñanzas de Marina Arjona Iglesias para la lectura de la realidad de este pobre amanuense que de vez en cuando se conmueve con las telenovelas de moda. Marina, además, hija de republicano español, conocía las contradicciones de la historia, las secuelas del desarraigo y del exilio, el transterramiento.

II

Pero paradójicamente quiero hablar de que efectivamente creo en el valor de los hombres de carne y hueso, de nombre y apellido, de ubicación precisa y andar conocido para el logro de la vida y para que la historia deje de ser lo mismo el peso de los procesos o de la comprensión, que de los sans coulottes sacados de la máquina del tiempo.

Recuerdo que en aquellos días, entre el capítulo de tan aguerrida novela, abrí los ojos como platos cuando una damita habló de matanza de mujeres en las casas de gobierno y no quiso incendiar el universo con las muertas de Juárez, eso se cocinaba en otro estudio de filmación. Bueno, entre esa escena y un examen de datos de ediciones recientes en Zacatecas volví a la certeza de lo importante que es la presencia de líderes en los espacios sociales. Sé que la rapacidad cubre nuestra buena voluntad y nuestro optimismo de abrirnos a los demás, pero eso mismo suele ser botín para los abusadillos. Cuando nos asomamos a los datos duros y damos paso a la memoria aparecen los conductores, los propiciadores, los gestores, los amigos, los verdaderos.

Yo, que suelo ser un pesimista a quien Marina solía decir que se parecía en eso de que tal vez no valiera la pena hacer ciertas cosas, en un evidente trabajo de muy bien te escucho, pero no te lo creas, debes ponerte a trabajar, será lo que te salve, acuérdate de que las telenovelas las harán los políticos y tú para eso no sirves, así que si no sabes más que enseñar y hablar de literatura, pues más vale que después de la queja y de la rabieta te pongas a trabajar.

Y no me lo van a creer que se me sacudían los males y las bilis y seguía con lo que medianamente hago y, lo que es más importante, era capaz de que me recompusiera, que asumiera que yo lo hacía solito, que yo lo hacía por gusto y que eso era lo que me permitía vivir y ser no un clavito en la pared, sino un elemento disolvente que a través de la risa podía trascender el resto del acontecer rutinario. Y a trabajar, ni modo.

Quiero mencionarles que el material humano con quien trabajaba Marina no era fácil. Era en palabras de Federico Esparza González, una reverenda sabanita bien orinada. Llegados de la heterodoxia, del desafine, del escepticismo, fue capaz de lograr que un buen número de universitarios que encontraban más gratificante no titularse que hacerlo, aceptaran que era un elemental problema de lógica: si empezaste a estudiar, fue para terminar, de otra manera no lo hubieras hecho. Y una cuestión tan sencilla logró que individuos solitarios, respondones, renegones, hicieran, con importantísima aportación de ella en trabajo, sus trabajos de titulación. No les doy el parte de los nombres, porque los voy a aburrir y no se trata de eso y menos ahora que esto empieza a parecer ya de por sí prolongado. Sólo concluyo en esta afirmación con que no es lo difícil conducir al que es disciplinado y sigue las metas con tesón, lo importante es meter a la casa al que se precia de vivir en la azotea. Burocráticamente diría que formó recursos humanos en área de altísimo riesgo.

Fue el eje vital del Grupo Pinos 97, que integró lo mismo al respetadísimo maestro Benjamín Morquecho que al lingüista más brillante y más generoso y más bondadoso que he conocido, Juan López Chávez y al polémico y no menos generoso poeta, teórico literario y periodista José Antonio Jacobo. Juntar esas voluntades nunca fue fácil, pero ella lo logró, encontrando especificidades, jerarquizando sin herir, hablando cuando era necesario, callando cuando decía mucho más que el grito o el rumor deslizado. Nuevamente había logrado una cuestión imposible. Marina influyó para que el agrafismo de Morquecho, su pasión por la palabra oral tuviera un sosiego y aterrizara en ese memorable libro Dos lecciones, influyó para que Juan tuviera un reposo y nos regalara su fundacional (e inconclusa) obra ¿Qué te viene a la memoria? Hizo que Jacobo transformara la adversativa en tierra ubérrima para esa completa visión de la poesía en México. De los demás, hoy me reservo las aportaciones para centrarme en las figuras fundamentales.

Fue asesora muy crítica de la Maestría en Enseñanza de la Lengua Materna. Y ahora veo que fue visionaria. Sabía en la que nos meteríamos. En que era un proyecto de largo aliento y entrañaba desafíos a cada tramo del camino. Nos conocía como la palma de la mano. Pero junto con López Chávez elaboró el proyecto. No le tocó ver el programa en desarrollo. En contraste con el poema de Eliot, mayo del 2003 fue el mes más cruel.

Marina fue una lingüista muy formada. Su trabajo le costó. Su mente tenía una estructuración que lo mismo reconocía la norma que las perturbaciones que la realidad, el habla, metía a cada rato. Eso explica en buena medida su capacidad para interactuar con la gente. Sabía lo que querían decir, lo que no podían expresar en términos precisos. Su disciplina la salvaguardó la mayoría de las veces de ese asomarse a la anomalía, a la perturbación, al maltrato. Sus análisis del habla popular son verdaderamente magistrales y hoy, su libro, Usos verbales en México y su enseñanza es referente de una manera de hacer lingüística y testimonio de una manera de analizar ajena a las modas y que muestra su sustento epistemológico y sus rutas críticas para bajar de la lengua al habla.

Quizás por eso transitó hacia la comunicación y hacia enfoques terapéuticos. Pero de Marina Arjona Iglesias aprendí que la comunicación debe tener una fase de medicina preventiva. Ella decía, los hombres a menudo, durante la borrachera, tienen lagunas mentales, y un día después ante el remordimiento y la sanción social, sospechan que han matado, que han violado, que han golpeado. Lo primero que tienen que hacer es decirlo, drenarlo, es una fase imprescindible para enterarte de que en el fondo de ti se mueven fuerzas encontradas, pulsiones acogotadas por la moral y por los cercos familiares, grupales, clasistas. La comunicación así se adelanta a la patología, la resuelve, la exorciza. Después, el camino es incierto  y el botín sobre la mente es para otros. Sus ensayos sobre maltrato, actitudes, formas de violencia, supeditaciones del léxico a la voluntad social permiten asomarse a ese individuo que ante todo debe recuperar su autoestima, su lugar imprescindible en la retícula social, su maravillosa presencia, y espero que el adjetivo escape al lenguaje telenovelesco y de literatura rosa y recupere la dignidad que se le debe.

Buena parte de la biblioteca de Marina Arjona Iglesias se encuentra en la Unidad Académica de Letras de la Universidad Autónoma de Zacatecas. Allí la guardamos y la usamos y buscamos la manera de que crezca, de que sea semilla, como todas las cosas que Marina nos heredó.

III

El 24 de mayo de 2003 Marina Arjona Iglesias sufrió un infarto. Forma extraña de referirme a quien dejó tantos alumnos titulados y vestidos con la camiseta de su respectiva profesión, a quien logró juntar los más diversos humores y temperamentos (Lucrecio hubiera reescrito su poema) y hacer que produjeran en cierto sentido, articulado y solidario, a quien propuso un Programa de Maestría original y constructivo, a quien fue profesional del análisis lingüístico, de la morfosintaxis del habla popular, de la capacidad de la comunicación como medicina preventiva o como vehículo reparador, a quien ante todo nos enseñó que el hombre importa, que sus acciones pueden estar envueltas en el desasosiego, en la duda, en el hoy no, pero jamás en la renuncia definitiva. Así nos tocó el reparto de las cartas. En 2010 se fue por los mismos procedimientos Federico Esparza González, sólo me duele el no haberle podido decir en fecha reciente lo importante que ha sido para mi formación y para mi vida. Se la debo. Creo que a Marina se lo dijimos varias veces y eso a causa de que nunca manipuló o ejerció falsa modesta, de esas personas que te callan cuando los quieren alabar, pensaba ella que el obsequio que se brinda debe aceptarse.

El ponerle nombre a los Encuentros sobre Problemas de la Enseñanza del Español en México, no sólo se justifica porque ella, junto con Juan, lo imaginó y lo llevó a cabo en sus 2 primeras versiones, sino también porque fue una figura destacada en el campo de la lingüística y de la educación, porque propuso alternativas novedosas a la enseñanza de la lengua, sino también porque fue el modelo de un grupo, el ejemplo (sin moralejas) de muchos individuos que buscábamos la tablita de salvación para sobrevivir, para degustar la vida.

Quizás el único problema es que el 24 de mayo de 2003 no se murió Marina Arjona Iglesias, las pruebas saltan a la vista, el problema radica en los que nos morimos ante la noticia, en los que nos eclipsamos con el impacto, en los que sobrellevamos el peso de los acontecimientos y sólo poco a poco habremos de recuperar la vertical sin presentarnos en una telenovela política o en un ruedo con leones hambrientos de saber si somos personajes reales.