viernes. 19.04.2024
El Tiempo
Es lo Cotidiano

EL DICCIONARIO BIOGRÁFICO DEL FRACASO LITERARIO (II)

C. D. Rose (traducción de José Luis Justes Amador)

Stanhope Barnes

C. D. Rose (traducción de José Luis Justes Amador)

Comparado con el de Casimir Adamowitz-Kostrowicki, el caso de Stanhope Barnes puede resultar significativamente más prosaico. Para Barnes no hubo insistencias en el lecho de muerte, ni último testamento, ni pariente o amigo enfrentado a un dilema moral. Su obra no –por lo que sabemos- pasó por los dientes de una cruelmente irónica trituradora de papel ni conoció ninguna llama amarga. No, Stanhope Barnes simplemente cometió el error –en una época anterior a las tarjetas de memoria, a Dropbox o al iCloud– de dejar el único manuscrito de obra en un tren.

En principio, éste parece un pobre ejemplo de fracaso. Este hombre, se podría pensar, no fue un gran artista frustrado por el destino cruel, sino simplemente un tonto. Nosotros, en el DBFL, sin embargo, diferimos. Stanhope Barnes estaba lejos de ser tonto y lo que dejó olvidado en ese asiento de segunda clase en la estación de Reading podía haber sido el equivalente de El proceso o La Eneida o “Porque yo no podía detener la Muerte”.

Nacido en una familia de clase trabajadora de Nottinghamshire en 1897, Barnes era parte de una generación formada por sus experiencias en los campos de batalla del Somme, experiencias que utilizaría en Here are the Young Men, la novela perdida en el tren que le llevaba a Londres para discutir su publicación con T. S. Eliot en Faber & Faber. El libro era un épica modernista que hubiera cambiado la percepción de los escritores de la primera guerra mundial como poetas condenados, para ponerlos –en cambio- en la forja moderna. Here are the young men era un trabajo de un profundo sentimiento sobre los horrores de la guerra,a a la par de Entre paréntesis o La Señora Dalloway. La magnitud de su perdida es incalculable.

Y aunque las circunstancias que rodean este extravío puedan parecer tontas, ¿qué tan cercanamente toca a nuestra propia experiencia? Pocos de nosotros necesitaremos nunca hacer una lección de vida o muerte, pero muchos perderemos –ya sea en autobuses o trenes o en bares o restaurantes– valiosos objetos, debido a la prisa, el estrés o la simple negligencia.

Freud, por supuesto, diría que eso significa que deseamos regresar a la escena de la pérdida, que estamos representando de nuevo alguna pena primaria. Y aunque estamos desconcertados por las razones por las que Barnes podría querer regresar a Reading, es necesario anotar que T. E. Lawrence también dejó olvidado el primer borrador de Los siete pilares de la sabiduría en el mismo lugar. ¿Hay, nos preguntamos, alguna asociación entre el homónimo de dicha estación y la similar naturaleza de estos descuidos?

Sólo nos queda preguntarnos qué pasó con el manuscrito. Corren historias sobre él: que fue descubierto por un lector ávido que lo quiso tanto que lo guardó en una caja fuerte o lo escondió en un ático para que fuera descubierto por una posteridad que aún no ha llegado, que lo encontró un extranjero amable que no hablaba inglés pero lo llevó a su hogar en Paraguay y lo hizo traducir al español en algo que, gracias a una traducción extremadamente pobre, se conoce como ¿Dónde están los jóvenes? (el recuento ampliamente exitoso de un equipo de jóvenes de futbol, de gira por la Europa devastada por la guerra, que caen bajo el fuego de un francotirador, llegando a ser incluso la inspiración de una telenovela de los años setenta), o que cumplió los requerimientos de otro pobre viajero, varado en valle del Támesis con una necesidad urgente de papel higiénico. Pero esas historias son sólo chismes y todavía han de probarse.

En su novela El ángel de la historia, Bruno Arpaia sugiere que la última y perdida obra de Walter Benjamin fue encomendada a un luchador antifranquista, que la utilizó para encender una hoguera que lo salvó de morir congelado en una ladera de los Pirineos cuando huía de sus perseguidores. Sólo podemos desear que la obra de Stanhope Barnes haya, en el último momento, salvado una vida.

***

José Luis Justes Amador (Zaragoza, España, 1969). Poeta y traductor. Licenciado en Filología Inglesa por la Universidad de Zaragoza y tiene un postgrado en poesía inglesa por la Universidad de Cambridge. Ganador del Premio Salvador Gallardo Dávalos en dos ocasiones, su libro más reciente es De Nadie (Ediciones de Pasto Verde). Colabora habitualmente con La Jornada Aguascalientes y Ultramarinos. Ha aparecido en revista como la Tempestad, Hermanocerdo o Letras Libres.

[Volver a la portada de Tachas137]