viernes. 19.04.2024
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Buscando Caballos Negros

Francisco Rangel

Buscando Caballos Negros

Atravieso el lodo de las poderosas
metáforas
meta, meta,
meta por metro

Blixa Bargeld

Algo me llamó la atención mientras leía Busqué Caballos Negros En Otra Parte, de Antonio León. Ese algo consistió en que era divertido: si bien tiene un tono algo cínico, conserva una tensión que no baja nunca. Cuando lo terminé, me llevó a buscar cosas que me han gustado toda la vida: los escritores con humor.

Fue triste darme cuenta que los escritores con humor no son los más apreciados, o no lo fueron durante mucho tiempo. Antonio trae tras de sí una tradición de hocicones, pleitistas y gente que raya en la delincuencia. Que en muchas ocasiones, para defender sus palabras lo tuvieron que hacer con un arma o con los puños. En palabras llanas, que hay que traerlos bien puestos para sostener lo que se dice.

En español, esa tradición la llevaron con gallardía y pundonor gente como Francisco de Quevedo, mientras en américa latina nunca ha brillado. En el caso de México, desde la colonia hasta el siglo XX, no era de buen gusto tener humor. Exceptuando casos como los de Salvador Novo (línea directa de Antonio León) y Efraín Huerta con sus chistoretes que él mismo consideraba menores, pocos poetas han entrado al juego del humor. Pasará algo de tiempo para que apareciera alguien como Gerardo Deniz. Sin embargo, este último se sostenía por su alto nivel de dificultad, lo culto de su propuesta y que eso, en conjunto, causaba miedo. En los setenta y ochenta sobresale un jalisciense, Ricardo Castillo, de humor cruel e indomable. 

 Serán dos nombres quienes al final del siglo XX y en el primer lustro de los dos mil portan el humor a rajatabla: por un lado José Eugenio Sánchez, ligado a las estructuras de habla inglesa y con un humor similar. Por el otro, Ángel Ortuño, emparentado con las vanguardias humoristas de México, Colombia y Chile. La envidia y la malaleche de otros los ha llevado a listas como los 100 peores poemas mexicanos (vale la pena checar esa lista, están los mejores poetas).

Por supuesto que algunos poetas se acercaban al humor, pero no era una constante. Hay casos como los de Julián Herbert que tiene momentos geniales, pero sólo son algunos textos donde esa genialidad se alcanza con humor. Lo mismo sucede con trabajos como los de Carla Faesler, quien suele dar soluciones humorísticas a algunos de sus poemas, pero no es una constante. Y ello los diferencia de Sánchez u Ortuño.

En la segunda mitad de la década de los dos mil podemos observar cómo surgen varios poetas con veta humorística: Luis Alberto Arellano, Eduardo Padilla, Sergio Ernesto Ríos. Los tres distintos, los tres ácidos y malcriados. Padilla utiliza las tácticas de las vanguardias francesas y norteamericanas para expandir su virus de humor negro y machacón. Luis Alberto Arellano es una mezcla de patafísico bonachón que lo mismo puede alburear que sacar una sesuda teoría en el mismo poema. El caso de Ríos está emparentado con el creacionismo de Huidobro, unas gotas de Girondo y trabaja sobre soportes barrocos.

Después del dos mil diez se puede apreciar que hay muchos escritores humoristas, como siempre: muchos malos, varios derivativos y un conjunto que van de lo bueno a lo excelente. Nombres como Ismael Velázquez, Luis Eduardo García, Álvaro Luquín, Maricela Guerrero, Jorge Posada, Aurelio Macó, Inti García, Alejandro Albarrán, Xitlalitl Rodríguez, Xel–Ha López, Fanny Enrigue, son algunos de los nortes a seguir. Cada uno de ellos explota distinto, todos son inflamables.

Antonio León me llevó a buscar mis caballos de batalla: ese grupo de maldicientes con los que me siento en paz, y de los cuales él también es pariente.

Lo agradable de todos ellos es que puedes notar su tradición, evitan que se les note lo derivativo y agradeces que sean inteligentes, que no se escondan para decir y hacer. A todos se les sale la malaleche por los poros, y no es leche descremada.

¿Puede ubicar a sus caballos?

***

Francisco Rangel. (Celaya, Gto. 1975) Es padre de Familia y amo de casa. A ratos da clases, a ratos prefiere hacer de comer. Navajero con problemas de literatura, nunca al revés. Escucha música a puños y a puños vive. Gracias a su aburrimiento escribe y ha publicado un par de libros: Junkebox - Cartas a mi Hija (ICL, 2009) y Dios por Dios es Cuatro (Ediciones La Rana, 2010)

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