viernes. 19.04.2024
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EL DICCIONARIO BIOGRÁFICO DEL FRACASO LITERARIO (5)

Thomas Bodham

C. D. Rose (Traducción de José Luis Justes Amador)

Thomas Bodham

Hombres como Thomas Bodham son raros en estos tiempos. Nacido en una familia empobrecida del epónimo pueblo de Norfolk en 1720. Thomas supo que estaba destinado a ser un viajero desde que a la edad de dos años se le cayó en la cabeza, desde el estante en el que estaba, el único libro de la familia, El progreso del peregrino. Él era demasiado pequeño para recordarlo pero esa historia le contaban cuando Thomas preguntaba por la enorme cicatriz que tenía en su enorme frente. Con la ayuda de la escuela dominical y de un pastor amable Thomas aprendió a leer por sí mismo, practicando su nueva habilidad en el único libro de la familia, hasta que su padre lo cambió por un cerdo en el particularmente duro invierno de 1732. El cerdo murió al poco tiempo y a Thomas sólo le fue concedido comer sus patas.

El libro había alimentado su sed de aventura, algo que se supone que los libros deben hacer, y como muchos jóvenes de su aldea, Bodham se lanzó al mar tan pronto como pudo, lejos de las planicies que lo rodeaban como un fertilizante escaso para su inquisitiva mente. Es más, nunca le perdonó a su padre su filisteísmo y también le apetecía viajar por el mundo. Como un acto de venganza, se llevó al viaje el único tesoro que le quedaba a la familia, un par de hebillas doradas (entregadas a los Bodham, según la historia de la familia, por el rey Carlos en persona), creyendo que le traerían suerte y fortuna.

Algunos años después, abandonado en Goa por un traicionero mercante portugués, Thomas descubrió que no podía soportar ya más el mareo permanente que le perseguía desde que subió por primera vez a un barco en Great Yarmouth, ni la dieta marina y continua de bacalao salado y col en escabeche. Aunque todavía sentía anhelos por la aventura que hasta ahora no se había presentado, notó que echaba de menos esos campos planos y abiertos y que quería comer algún producto derivado del cerdo. Por eso decidió volver a sus Puertas de Perla, a su Caballo más Hermoso y a sus Montañas del Deleite, emprendiendo el camino a pie desde las costas occidentales del subcontinente hasta Norfolk.

Fue cuando comenzó el viaje que decidió también registrar las aventuras que tuviera, alentado a escribir, tanto por el miedo a olvidar como por el deseo de demostrar que su fantástico viaje había ocurrido realmente. Y así, armado con pergamino, tinta de calamar y cualquier cosa que le sirviera para escribir, comenzó a pergeñar su gran obra, The Lyffe and Travells of Thos. Bodham, Esq.

La brevedad requerida nos impide contar sus asombrosas aventuras, y de lo único que podemos estar seguros es de su final.

Debemos basarnos en rumores y en las notas a pie de página de sus descripciones de Jerusalem, Damasco, Estambul, Bizancio y de remotas aldeas rusas, tribus y pastores de cabras, pashas y palacios, porque lo único que sabemos de cierto es que, habiendo cruzado el Bósforo y llegando a las puertas de Viena, un mercader que auguraba una fortuna a Bodham le propuso publicar su gran obra. A nuestro personaje, que estaba sin blanca y demacrado, le convenció la historia de aquel hombre y entregó su enorme manuscrito (que ya había alcanzado las más de mil páginas). Apenas había hecho eso cuando el mercader deslizó una navaja entre las enflaquecidas costillas de Bodham, matando al instante al desfallecido viajero.

El mercader, sin mayor interés en lo que creía que era un montón de despropósitos mal escritos, usó el manuscrito para alimentar a sus cerdos, quitó las brillantes hebillas de los gastados zapatos del viajero y, después, dispuso del cuerpo del mismo modo que había dispuesto de las fascinantes y maravillosas páginas que eran la épica de la vida de Bodham.

La historia de Tomas Bodham es una épica sin escribir, pero no menos épica por eso. Si hubiera vivido hoy, él podría haber elegido hacer un recuento de sus experiencias como un blog o actualizaciones de Facebook. Nos preguntamos, con una perplejidad genuina, por qué tenemos la impresión de que su recuento no habría sido mucho mejor.

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