viernes. 19.04.2024
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GUÍA DE LECTURA

La ley del menor, de Ian McEwan

Jaime Panqueva

La ley del menor, de Ian McEwan

Uno debe siempre agradecer que le regalen un libro. Más si se trata de un ejemplar de la editorial Anagrama, con lo caros que están; y mucho más si se trata de la novela más reciente de Ian McEwan, La ley del menor. Ambientada en la Inglaterra contemporánea, es protagonizada por una jueza de lo familiar que discurre entre dos dilemas, uno personal y otro laboral, que termina inmiscuyéndose en su vida sentimental. Uno de los tópicos favoritos de McEwan, los conflictos éticos que penetran en la atmósfera personal, como se puede recordar en Sábado (2005). Fiona Maye debe resolver un paradigmático y poco original (hay que decirlo también) caso: ordenar una transfusión de sangre para salvarle la vida a un joven a punto de cumplir la mayoría de edad, quien se niega a recibirla por sus convicciones religiosas. Paralelo a esto, la jueza enfrenta una crisis familiar: su esposo de sesenta años le pide permiso para echarse una cana al aire con una joven de su universidad.

McEwan despliega su prosa por los derroteros de la argumentación jurídica con la elegancia y profundidad a la que nos tiene acostumbrados, con un drama perfectamente contenido, sin sobresaltos, ni malabarismos; una novela con flema inglesa, que urde con calma y precisión cada detalle de los personajes, sin que ello le impida dar un giro de tuerca final para sacudir al lector.

En la ya habitual traducción de Jaime Zulaika, quien ha trabajado todas sus novelas desde Expiación (2001), La ley del menor nos permite también comparar los sistemas legales y los ambientes desde donde se imparte la justicia. Con relación a nuestro México actual, valdría bien la pena un análisis crítico, no sólo entre el derecho consuetudinario y el escrito, entre los sistemas de valores y aparatos legales, o las relaciones entre el indiciado y el juzgador, sino tan sólo entre las preocupaciones cotidianas o tareas de un juez inglés que, por ejemplo, llega caminando de su departamento a los juzgados, e interpreta al piano Schubert o Mahler, de memoria. McEwan rinde con esta novela un tributo a los valores de la civilización tan denostada o puesta en entredicho por muchos otros autores, pero tan indispensable para la convivencia pacífica y el funcionamiento de cualquier sociedad.

Por fortuna, y sí, me refiero a México, aún perviven en nuestro sistema judicial hombres y mujeres virtuosos, aunque poco o nada se escriba sobre ellos, que, entre otras cosas, leen a McEwan y regalan sus libros. No podía finalizar estas líneas sin agradecer a uno de ellos por su bondad.

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