sábado. 20.04.2024
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Fyodor Khitruk: El animador en el marco de la historia

Rafael Cisneros

Fyodor Khitruk: El animador en el marco de la historia

La estructura del capitalismo se basa en abarrotar al consumidor de deseos y necesidades tanto como se pueda. La estructura del socialismo es evitar la propiedad privada tanto como se pueda y que el obrero reclame sus respectivas tierras trabajadas. La estructura de la Unión Soviética es, a partir del socialismo, liberar al mundo (o cuando menos una parte, La Madre Rusia) del capitalismo. La estructura del cine es… contar historias, todas las historias posibles. ¿Cine y Unión Soviética? Una de las combinaciones más fructíferas artísticamente hablando, y sin embargo, de los movimientos más devastadores que ha dado la humanidad: nuevas formas propagandísticas para la educación política y el fervor por la madre patria (Kino-Pravda, Film-Truth en inglés), enaltecimiento de los héroes nacionales, culto a la personalidad (Alexandr Nevsky), realismo socialista (Ballad of a Soldier), guerras civiles (Los Marineros del Kronstadt), entre otros incontables eventos. ¿Y qué les parece animación en la Unión Soviética? Un momento clave en la historia para desenvolverse por medios que uno pudiese manipular cada uno de los movimientos de los protagonistas y evocarle cosas a los espectadores. Unión Soviética, Cine y El Mundo. Cada ser humano viviendo, sobreviviendo y muriendo constantemente para el deleite de las circunstancias, la imaginación encuentra su apogeo en cada movimiento humano. La composición del cine se crea desde antes de decir ¡Luces! ¡Cámara! ¡Acción! ¿Entre más historias mejor? Quizás. De la gran muchedumbre del mundo, ¿entre más estilos mejor? Quizás. Aquí entran creadores como Fyodor Khitruk, uno esos grandes detalles que, para quienes tenemos una vaga idea de lo que en realidad significa “arte”, nos aseguran una guía, una propuesta, un pequeño milagro a petición de nuestro inconsciente: lo que siempre hemos necesitado ver, casi nunca ha estado ante el fácil alcance de nuestras manos. Khitruk nace en Tver, Rusia, el primero de mayo de 1917, fallecido en Moscú en 2012. Viaja a Stuttgart en los años 30 para estudiar gráfica e ilustración. En 1934 se instala en Moscú, donde continúa sus estudios hasta verse infiltrado en el universo cinematográfico gracias a una de esas experiencias que se agradecen para siempre. Al ver en el cine el corto animado de Los Tres Cochinillos de Disney supo que su vida sería dedicada a la animación. Basándose en los llamados “conceptos naturalistas” de Disney (donde, precisamente, los animales y las cosas cobraban vida para interpretar las emociones humanas) Khitruk ideó, diseñó y creó su propio estilo de animación: hábil, colorido, imaginativo, crítico y lo bastante vívido para deslumbrar a cualquiera que descubre su trabajo. He aquí varios ejemplos de ese cuerpo de trabajo excepcional: 1962. Khitruk inicia su carrera con el cortometraje de casi veinte minutos titulado Historia de un crimen (История одного преступления), donde un buen ciudadano, al ser molestado por sus ruidosos vecinos, acaba cometiendo un crimen que bien pudiera quedar o no justificado, según la percepción del espectador, sea o no un fuerte afiliado a las políticas del mundo. ¿La circunstancia es gratuita? Como todo en el cine: quizás no. Disturbios que inspiran al crimen por cuestiones personales: ¿no es a partir de la subjetividad que nace una idea? ¿Y a partir de las ideas la persuasión? ¿Y de ahí los movimientos? ¿Una pequeña metáfora de la reacción íntima de la Unión Soviética? Esta es solo una de las interpretaciones a las que invita el primer asomo de Khitruk a la vastedad cinematográfica.

1963. Khitruk hace El osito (Топтыжка), hermosa fábula acerca de la amistad entre un osito y un conejo que los padres respectivos no aprueban. Pasan los años y ambos crecen en su respectivo mundo para reencontrarse con la esperanza. ¿La amistad debe de estar justificada por algo? ¿Tan importante es la oficialidad de las especies y la pertenencia social para encontrarse con los seres que marcarán nuestra vida? ¿Es lo mejor corresponder a la respectiva clase y casta y distanciarse de la individualidad que es la verdadera energía del mundo? No es el primer corto sobre la amistad prohibida, pero les aseguro que es de los más tiernos y precisos que puedan encontrar en la animación internacional.

1966. El hombre en el cuadro (Человек в рамке) es la ingeniosísima historia de una lucha entre retratos que buscan un lugar en la pared del mundo; un hombrecillo descolorido resguardado en su marco que, como Hitler en su momento, asciende gracias a su don de palabra y demás estrategias de convencimiento, llegando finalmente a poseer tantos marcos que él mismo se pierde en el centro de ellos, desapareciendo, siendo nada más que una horrenda colección de marcos. ¿La banalidad del ascenso al poder? ¿El absurdo de las posesiones nacionales? ¿La denuncia hacia las dictaduras? ¿El patetismo de los hombres obsesionados por alcanzar puestos temporales que no hacen más que enaltecer una vaga idea de “intentar” mejorar las circunstancias de su país? ¡Vamos! ¿Quién da más?

1968. Khitruk realiza su corto animado Film, Film, Film (Фильм, фильм, фильм). Es su propia carta de amor al cine a su vez que una magistral sátira del proceso cinematográfico, concentrado en las maneras de hacer de la Unión Soviética pero que bien podría englobar todo deseo del que daría cualquier cosa por dedicarse a contar historias el resto de su vida. El proceso creativo de una producción: una fuerte labor con momentos bajos y percances, pero, ¿qué cinéfilo no desearía vivir semejantes situaciones fuesen cuales fuesen las dificultades mientras la consecuencia puede ser la película de nuestras vidas, nuestra personal obra maestra? Pues en este cortito es uno de los más grandes logros del arte de plasmar la incontrolable e implacable movilidad de los seres humanos en pleno trance de su labor, con personajes tan sencillos que llegan a emanar más vida que la carne y hueso, con una asombrosa construcción de circunstancias, con metáforas tomando formas literales y hermosas (desde la musa hasta la bruja Baba Yaga) y un score inolvidable que la Hanna-Barbera ya hubiese querido tener para las violencias de Tom y Jerry.

1969-1972. Khitruk adapta con maestría al personaje emblema de Alan Alexander Milne, una bolita de chocolate que bien podría parecer un oso panda cuyas “travesuras” son, en realidad, la auténtica poesía de los niños: las preguntas, los cantos, los juegos, las circunstancias. Hablamos de Vinni-Pukh (Винни-Пух), el Winnie Pooh de los rusos. No hablamos de aquel bobalicón de Disney hecho de felpa que rondaba por el Bosque de Los Cien Acres bajo el efecto de una borrachera simplona (aún con la suficiente simpatía para convencer al público). Hablamos de un poeta, no necesariamente de los escritores de versos, sino de los que basan su vida en el indescriptible hecho de vivirla. Vinni-Pukh explora, pregunta, plantea y canta de arriba abajo con sus amigos del bosque de una manera casi retratista: la ingenuidad de los niños abstrayendo el furor del cielo y de la tierra, una versión tan divertida como conmovedora del verdadero sentido de la niñez. El existencialismo se hace presente en cada uno de sus contados episodios: como el primero en la pequeña serie donde Vinni-Pukh se presenta entre rimas y exploración del bosquecito de los Cien Acres (paisajes que parecieren haber brotado de la humilde fascinación de una criatura de 2 a 4 años) hasta topar con el árbol de las preguntas; ningún simbolismo barato. No, se trata de un árbol en cuya cima vive un panal de abejas que fabrican miel, ¿para qué?, pregunta el osito: ¡Para que yo la coma! Respuesta obvia, quizás, pero es toda una aventura llegar a la respuesta que da inicio a los juegos. ¡Y qué juegos! Juegos de preguntas tras preguntas que representa sin pretensiones la sabiduría innata del ser humano, esa tabula rasa a pleno proceso de encantamiento. O como aquel otro episodio en el que un triste burrito Igor lloraba sobre un charquito, planteándose el patetismo de la vida, la falta de sentido y la mala suerte a través de un rostro bien dibujadito de gris y penuria que podría conmover a cualquiera (y digo, cualquiera). Vinnie Pukh le asiste primero como un simple conocido para después inaugurar la clásica amistad del cuento. Igor explica que algo falta en la vida, que nada luce bien desde ningún ángulo. Explica que le falta su colita, perdida o robada en el gigantesco bosque. Explica que es su cumpleaños y que a nadie le importa. El osito queda sorprendido e inmediatamente emprende la pequeña búsqueda del regalo perfecto, topándose con un Pigglet que nada tiene de fastidioso y artificioso como la llorona rosadita de Disney y un Búho que posee una candor ávido de humildad que no lo tiene el ave intelectualoide de… ya saben quién. Vinnie-Pukh pregunta: “¿Estas seguro que falta tu cola?” Igor busca y rebusca en su rabito. “Estoy seguro”, dice. “Una colita está o ausente o presente, no hay de otra”, responde el osito. ¡Wow! Y digo Wow con el furor de los niños. Frases que no son otra que este juego de cuestiones y preguntas con las que el ser humano ha estado jugando toda su vida, más tarde formalizadas por academias admiradoras de los ismos. Igor encuentra su colita, celebra al fin su cumpleaños, recibe los mejores regalos ever y hace los mejores amigos que puede pedir; diría Nick Garrie: life is followed as it should. Otro milagro en la colección de nuestra memoria. Un logro, dígase, lo suficientemente épico como para aliviar el corazón y reforzar aquella frase de la que hacen mención en la cinta Magnolia de P.T. Anderson: no es peligroso confundir niños con ángeles.

1973. Isla (Остров), un prodigio de la animación: la historia de un náufrago intentando salir de su pequeña isla. El final ofrece, quizás, la pizca de una esperanza, pero la soledad aún persiste cuando el náufrago recibe, quizás no una ayuda directa, pero sí una grata compañía de otro náufrago que llega en un tronquito y lo persuade a nada más que… nadar, perderse en una inmensidad desconocida para ambos, una inmensidad extasiada en la industrialización del mundo.

1983. El León y El Buey (Лев и бык), otra máxima de la animación donde se retrata el malentendido de los individuos a través del prejuicio que aportan las malas lenguas; un magnífico buey llega al corazón de una sabana donde habitan venados, conejos y un imponente león. Ambos se encuentran y la amistad no sólo es instantánea, es digna de la memoria del mundo. Una especie de zorro, gris y enclenque, obvio representante de la figura morbosa y delictiva a expensas de los prejuicios (¿Gollum?) Este siniestro mensajero crea un conflicto entre ambos mamíferos que pudo nunca haber existido. Otra fuerte y contundente denuncia al estereotipo racial.

Otros trabajos de este genio, cuyo acceso es un tanto difícil dadas las escasas traducciones y difusión de su obra, son los cortos Vacaciones de Bonifacio (Каникулы Бонифация, 1965), Otelo 67 (Отелло-67, 1967), Le Concedo Una Estrella (Дарю тебе звезду, 1974), Icaro y El Hombre Sabio (Икар и мудрецы, 1976) y Olympians (Олимпионики, 1983). Esto y más es Khitruk, my lads. La vastedad de sus maravillas apenas y serían descriptibles por la extraña particularidad del lenguaje, pero las consecuencias que uno vive por cada fragmento de su trabajo es simplemente inexpresable. No bastan adjetivos: “brillante” es apenas intentar explicar un preludio a la importancia de la obra de Khitruk. La Afamada Madre Rusia puede jactarse de que tiene a otro gigante en su reportorio artístico, de esos gigantes que, como Nabokov y Tolstoi, contribuyeron a la composición de la vida misma: contar historias. Lo único que me queda por decir al respecto es film, film, film, con unas cuantas lágrimas de felicidad y alguna que otra historia en mente. ¡Véanlo! ¡Hablen de él! ¡Que las caricaturas son para todas las edades! *** Rafael Cisneros (León, Guanajuato, 1988) es escritor y cinéfilo. Ha producido, dirigido y editado numerosos videos para publicidad, grupos pop y cortometrajes artísticos. Ha publicado, bajo varios seudónimos, numerosos cuentos.