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La sobrevivencia de los amantes en el cine

Fernando Cuevas de la Garza

La sobrevivencia de los amantes en el cine

Parejas de todo tipo que buscan trascender las dificultades propias de los contextos en los que viven, transgrediendo normas o avanzando contra los prejuicios acumulados, acaso sabiendo de antemano que el amor no pertenece al ámbito de la felicidad, sino de la sobrevivencia. Disponibles en plataformas virtuales o en los establecimientos de costumbre, cada vez más escasos.

Romance sobrenatural

Dirigida por el férreo independentista Jim Jarmush, después de Flores rotas (2005) y Los límites del control (2009), Sólo los amantes sobreviven (Alemania-RU-Francia-Grecia, 2013) plantea la dificultad para sostener la motivación vital a la que se enfrenta una culta pareja de vampiros, mientras van siendo testigos de la decadencia imparable desde siglos atrás, ahora evidenciada en una ciudad como Detroit, símbolo del postcapitalismo abandonado a su suerte y atrapado por la corrupción y la delincuencia, después de ser la vigorosa ciudad del automóvil. En contraste, ahí está Tánger como hábitat, donde todavía se cree en el amor entre tonos amarillos de luz inocua.

En tono de lúgubre nostalgia, aderezado por diálogos que se bifurcan entre el apunte histórico-artístico y la  justificada lamentación por las conductas humanas, seguimos a la viajera Eve y al músico anónimo Adam, nombrados así en tono fundacional, cuando se reúnen y les cae de sorpresa la hermana de ella, una adolescente pesadita (también a los vampiros les pasa) que rompe la estética dinámica entre pausada, amorosa y victimista de la pareja, cual amantes malditos asumiendo su condición de eternidad.

El casting es preciso y ahorrador de maquillaje: Tilda Swinton y Tom Hiddleston funcionan como los enamorados en las tinieblas, así como Mia Wasikowska en plan caprichudamente insoportable, Anton Yelchin como el dealer buena onda de guitarras y Jeffrey Wright de sangre, ambos representando los únicos contactos con el exterior para el protagonista. El gran John Hurt redondea el reparto de esta historia gótica posmoderna en la que parece ser claro que solamente hay una condición para la sobrevivencia.

Romance otoñal

Dirigida y coescrita por Ira Sachs (Infieles, 2007), El amor es extraño (Love is Strange, EU-Francia-Brasil-Grecia, 2014) plantea con empatía las dificultades a las que se enfrenta una pareja homosexual ya entrada en años, justo a partir de que deciden casarse después de dos décadas de relación, como si de una maldición se tratara: uno de ellos es despedido de su empleo como maestro y tendrán que dejar el departamento donde viven para refugiarse, por separado, en casas de amigos o vecinos, según el caso, cual muestra de cómo las clases medias se encuentran a la deriva en tiempos de turbulencias inmobiliarias.

A las dificultades de la pareja, interpretada con brillo natural por Alfred Molina y John Lithgow, se le suman las de los personajes que los rodean, en particular del matrimonio con el hijo adolescente, también en pleno proceso transicional, y de la pareja de policías rompiendo estereotipos. La capacidad de adaptación a las nuevas condiciones de vida según la dinámica de sus respectivos anfitriones se pone a prueba, y la distancia forzada de los ahora esposos coloca la perspectiva para la reflexión sobre los lazos construidos. Sutil y emotiva.

Romance prohibido

Dirigida por Drake Doremus (Con locura, 2011), Pasión inocente (Breathe In, EU, 2013) es la crónica de una infidelidad anunciada en la que un agente externo se inserta en un sistema lleno de fisuras invisibles, en este caso, una joven estudiante de música que llega de intercambio a una familia integrada por los padres y una hija de la misma edad que la nueva inquilina. En apariencia, la cotidianidad marcha por rumbo definido, pero frente a la ruptura de la rutina los resultados pueden ser reveladores y devastadores al mismo tiempo, como para no poder aguantar la respiración.

Aunque previsible, el manejo de las situaciones y personajes va subiendo en tensión de manera creíble, en particular por el consistente andamiaje de situaciones y por las actuaciones de Guy Pearce, como el músico al fin insatisfecho entre la interpretación y la docencia; Amy Ryan como la esposa que lo sabe todo pero dice poco; Felicity Jones, con la sensibilidad estética a flor de piel (ahí está la pieza We Played Some Open Chords de A Winged Victory for the Sullen) y Mackenzie Davis, entre la sensación del desplazamiento y la valoración de la amistad. Cualmúsica propia del romanticismo, el desenlace se va precipitando hacia rumbos de intensidad combustible.

Romance consaguíneo

Dirigida por el escocés Kevin Macdonald (El último rey de Escocia, 2006; Los secretos del poder, 2009), Mi vida ahora (How I Live Now, RU, 2013) relata la incursión de una joven neoyorquina (Saoirse Ronan, obsesiva) que tiene que viajar a casa de su tía en la campiña inglesa, donde empezará a convivir con sus primos, primero de manera reticente por sus propias telarañas mentales, incluso parlantes, y después sintiéndose parte de una singular comuna familiar, al grado de enamorarse del mayor (Tom Holland, entregado), justo cuando estalla una guerra de la que no se sabe mucho.

Con elusiva cámara panorámica integrada a una fotografía intensa que se acompaña del emotivo score de Jon Hopkins, y con canciones articuladoreas de secuencias, el relato busca construir ciertos simbolismo como el del halcón para salir de la zona de confort y centrarse en el objetivo para fortalecer la inesperada y dura aventura de esta joven, asumiendo responsabilidades con la prima pequeña y después con los demás en un contexto de ausencia de la ley y de preceptos adultos, acaso para empezar a encontrar, donde menos se lo espera, el sentido de su vida.