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Un poco de jazz en México

Esteban Cisneros

Un poco de jazz en México

 

El 5 de marzo debería ser fiesta nacional. Ese día, en 1954, se llevó a cabo la primera gran sesión de grabación de jazz en México para Orfeón, sello importante por donde se le vea. Fue producida (léase patrocinada) por Roberto Ayala, aficionado del síncope de la nueva música y chalado visionario, uno de pocos que traían discos desde Estados Unidos y que habían hecho una especie de secta cuyo primer y último mandamiento era “amarás el jazz sobre todas las cosas.” La idea era, de una vez por todas, llevar música importante y moderna a los escuchas mexicanos, que el capricho de los locos y los inquietos entrase en la vida de cualquier hombre de a pie.

El jazz no se convirtió en plaga, pero al menos las señales de humo habían sido captadas por los de ojos y oídos aguzados. Las grabaciones eran impolutas y los ejecutantes, superiores: Héctor Hallal “El Árabe”, quien había girado por los Estéits durante años, era el saxofonista tenor; Mario Patrón, costeño, milagro, tocaba el piano junto a Pablo Jaimes, que había estudiado por años a Art Tatum; César Molina, pulmones prodigiosos y cerebro diligente, y Pepe Solís, quien había tocado en la big band de Everett Hoagland, eran las trompetas; el contrabajo corría a cargo de Víctor Ruiz Pasos, músico prolífico y de larga carrera; Tomás Rodríguez y Román López tocaban el saxofón como si hubiesen nacido con él ya pegado a los belfos; y el mítico baterista Tino Contreras, que había ido a Harlem a los 19 y regresado con las manos llenas de mugre y jazz, haciendo de las suyas.

No se podía pedir mejor grupo. Estaban los mejores, los más rodados, los que habían ido y regresado, los del nombre en la marquesina del circuito de bailes. Esta era una selección mexicana hecha para ganar.

Las fotos de la sesión delatan a unos hombres entecos y enmostachados, con elegantísimos greguescos y camisas no muy nuevas, que podrían pasar por transeúntes ordinarios de no ser porque no caminaban como la gente normal: daban pasitos sincopados, chasqueaban los dedos, se golpeaban los muslos como llamando a la chica de viernes diciendo ven siéntate acá y miraban hacia el suelo para poder concentrarse en las notas que sonaban en la cabeza más que en las caras que se cruzaban en su camino. Eran seres nocturnos, suspicaces, hiperestésicos.

Eran lobos. Habían visto el futuro y tenían que contárselo a alguien. De hecho, ya se habían tardado. Tal vez demasiado. En otros lugares el futuro había llegado hacía décadas y el hombre de a pie participaba de él.

La primera grabación de jazz en México es un batiburrillo muy rico de viejos standards, versiones de canciones muy mexicanas y grandes composiciones originales de estos canis lupus modernistas. De Pennies from Heaven y I’m in the Mood for Love se pasa con gracia y naturalidad a Cuando vuelva a tu lado o Bésame mucho. George Gershwin le da la mano a María Grever y Benny Goodman a Consuelo Velázquez. Jeepers Creepers se toma un trago con Contigo a la distancia y el mundo está en orden.

Y las novedades: el Minueto en La de Tino Contreras, descrito en las notas como jazz barroco; Cuerdas tristes de Víctor Ruiz Pazos acariciando su hipado contrabajo con un arco de violín; las bailadoras Mambo en Blues de Mario Patrón, Viernes a las nueve de Héctor Hallal y Rumbola de Contreras; la genial Casbah de Mario Ruiz Armengol, homenaje al cafetín de bohemia avanzada donde se reunían los músicos, los artistas y los lobos a contar historias de la ciudad.

Como dicen las notas interiores de la edición de álbum triple que lanzó Orfeón en 1969, eran “diez músicos y una idea.” Visto hoy sorprende por muchos motivos. El primero, su maestría y pasión desaforada. Segundo, su calidad interpretativa que lo hace un documento histórico sobresaliente y un paso obligado a revisar en la historia de la música popular mexicana. Tres, su intención de conciliar la tradición con lo moderno. Las grabaciones suenan importantes, como si supieran que nunca van a envejecer y que, si lo hiciesen, lo harían con enorme dignidad.

Por otra parte, sorprende también que estas sesiones sean una fotografía nítida de un momento extraño: la vanguardia autóctona palidecía, tal vez, ante el bebop y los excesos que ya se practicaban en otras latitudes (el On the road de Kerouac había sido terminado tres años antes, aunque fue publicado hasta 1957.) Pero, después de todo, era una vanguardia en nuestro contexto, un primer acercamiento a un sonido que había llegado a México por la frontera norte hacía muchos años pero que se quedó en pequeños tugurios vaporosos y tardó bastante en acercarse al centro, perdiéndose en carreteras y moteles de paso. Éste fue, como también dicen las notas del disco, “el principio, la brecha que abrió el camino al jazz en México.” Jass it up, boys!

 

                                                                                                                                             C/S.

 

 

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Esteban Cisneros (León, Guanajuato) es panza verde, músico de tres acordes, lector, escritor, dandi entre basura. Cuanto sabe lo aprendió entre surcos de vinilo y vermú. Cree con fervor que la felicidad son los 37 minutos que dura el primer disco de Dexys Midnight Runners. Procura llevar una toalla a todos lados por si hay que hacer autoestop intergaláctico.

 

 

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