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DUERMO SOLA

Mi último acoso

Giselle Ruiz

Mi último acoso

#miprimeracoso no lo recuerdo con precisión. Tengo flashazos a menudo, sobre todo en momentos donde el alcohol me domina y mi cabeza toca la almohada. 

Me veo de pie y a uno de mis tíos hincado, tocándome.

De inmediato bloqueo la imagen.

#Nofuemiúltimoacoso pero es el que tengo más presente: Primer día de la Feria Nacional de San Marcos 2015, mi mejor amiga y yo acudimos a una reunión de precopeo antes de ir a aquel hervidero de personas deseosas de alcohol, diversión y, ¿por qué no? sexo.

Tenía muchas ganas de usar vestido. Ambas nos pusimos de acuerdo, estuvimos un rato en aquella mini fiesta y salimos alrededor de las 10:30 pm para ir al punto de inauguración obligado.

Al salir de la casa donde nos encontrábamos vimos a un hombre alto y muy delgado caminar hacia nosotras. Tenía pinta de traer unos pases de cocaína encima. Comencé a sentir esa sensación conocida: el corazón acelerado, los ojos fijos hacia el frente y los oídos cerrados a cualquier vulgaridad. Pasó a mi lado, ninguna palabreja. Me creí a salvo hasta que sentí su mano sobre mi trasero, no sólo un roce, un apretón. Me hirvió la sangre, no pude articular palabra. Mi mejor amiga no se dio cuenta, me vio algo rara y me preguntó si estaba bien. Asentí con la cabeza, ni siquiera a ella pude decirle.

¿A qué voy con esta historia conocida por todas las mujeres? Simple, nunca había podido contarlo abiertamente. Jamás me hubiera atrevido ni siquiera a pensar en escribirlo para que cualquiera lo leyera. Sin embargo, hoy más que nunca me siento comprendida y tengo la fuerza para no callarlo nunca más.

El pasado 24 de abril, mujeres (y hombres) tomaron las calles de ciudades como Monterrey, Querétaro, Aguascalientes, Puebla, Guadalajara, etc., para alzar la voz contra la violencia machista que se vive a diario.

Sorprende, ¿no? Esta movilización estalla justo cuando pareciera que hemos aceptado la condición de acecho en las calles, al grado de amedrentarnos pensando, incluso, que es nuestra culpa.

Sí, eso pensé cuando recibí aquel apretón en el trasero. Estaba segura que era mi culpa por llevar un vestido ceñido, por exponerme de tal manera. Pero tras darle vueltas y quitarme la vergüenza, me di cuenta de que tengo y tenemos el derecho de ejercer nuestra libertad en todos los aspectos.

Podemos y debemos usar la ropa que queramos sin temor a que nos griten “piropos”, nos digan “puta” o nos muestren el pene. Debemos salir a las calles sin miedo a ser tocadas en contra de nuestra voluntad. Debemos y tenemos el derecho de permanecer en nuestras casas sin sentir el corazón en el estómago por quedarnos solas con un tío, un hermano o hasta nuestro padre. Cualquier cabeza de familia tiene el derecho a dejar a sus hijos bajo el resguardo de personas capacitadas para inculcar el respeto y la confianza en otros.

“Vivas nos queremos” se volvió un lema. El hashtag #miprimeracoso abarrotó las redes sociales, muestra de que todas lo hemos vivido, símbolo también de que el acoso sexual no es exclusivo del género femenino. Cualquiera estamos sujetos a la posibilidad de ser incomodados, hombres y mujeres por igual. No es un problema femenino, es un problema de valores, de inconsciencia, de pérdida del respeto a nuestro igual.

No podemos seguir basando el discurso en un escueto “Tienes madre, hermanas ¿te gustaría que las trataran igual?” No, debemos basar la urgencia de cambio en el principio fundamental del derecho a la vida. Trabajar en esto podría llevarnos de manera definitiva a usar el hashtag #miúltimoacoso.

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