viernes. 19.04.2024
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EL DICCIONARIO BIOGRÁFICO DEL FRACASO LITERARIO

Virgil Haack

C. D. Rose (Traducción de José Luis Justes Amador)

Virgil Haack

Aunque al principio fue despreciado por muchos críticos conservadores, el minimalismo se ha convertido en un  género respetable en los campos de la música y las artes visuales. Parece vergonzoso, entonces, que nunca haya recibido sus debidos laureles en la arena literaria.

Mientras que la obra de autores que van de Samuel Beckett a Raymond Carver a Donald Barthelme y Lydia Davis ha sido descrita como con algo de minimalista y el haiku y las minificciones son formas bastante practicadas, pocos escritores han logrado atreverse a tomar el relevo de Morton Feldman o Steve Reich, a enfrentar el reto propuesto por Donal Judd o Barnett Newman, o a seguir el mapa propuesto por Mies van der Rohe o los suprematistas de Kazimir Malevich.

Uno de esos pocos escritores valientes fue Virgil Haack.

Haack (descrito por aquellos que lo conocieron como con una prominente nariz en una enorme cara ovoide entre dos ojos diminutos, como si su propio rostro ya fuera una obra minimalista) apareció por primera vez en Nueva York, en el que pudo ser el annus mirabilis del minimalismo, 1964, llevando sólo una bolsa diminuta que contenía una Hermes Rocket (el más minimal de los instrumentos), yendo de galerías de paredes blancas a lofts desolados, llegando a participar, según fuentes apócrifas, en la primera presentación de In C mientras que intentaba frenéticamente editar su novela de influencia beat y quinientas páginas, hasta algo que estuviera más acorde con el tenor de los tiempos.

Después de años de trabajo, Haack (descrito por aquellos que lo conocieron como ‘un hombre de pocas palabras’) logró terminar el manuscrito de Untitled Work (No. 1) que envió a agentes y editores de toda la ciudad. Convencido de que menos era más, había escrito la palabra “yo” en la primera y única página de su novela.

Desafortunadamente (quizá debido a lo inadecuado de la Hermes Rocket) los agentes y editores de Nueva York tomaron, unánimemente, esa única palabra como un error del autor que se había olvidado de incluir los restantes capítulos.

Sin desanimarse, Haack se mudó a una habitación en un edificio ocupado por La Monte Young (un admirador de su obra) y así se encontró enfrentado con el minimalismo eterno. (La casa estaba repleta de drones que sonaban fluctuando permanentemente en la escala musical). En ese mismo sitio tuvo lugar su única lectura pública conocida: Angus Maclise golpeaba la tapa de un cubo de basura mientras que Haack entonaba un único fonema. El espectáculo duró tres días, tras los cuales Haack se desmayó de cansancio.

Obsesionado con la duración, Haack se concentró en su siguiente libro, una obra que consistiría en la misma palabra repetida una y otra vez.

Cuarenta y cinco años y muchos carretes de máquina de escribir después, Haack sigue escribiendo y nadie sabe cuál es esa palabra.

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