Es lo Cotidiano

Amalgama de leyendas

Berónica Palacios Rojas

Amalgama de leyendas

A Pablo Rojas Contreras

Chapala era llamado Mar chapálico, pues hacía grandes olas que salpicaban a los novios cuando pasaban por el malecón. Ahora, sólo hace pequeñas olas que cosquillean nuestros pies desnudos, cuando corremos por la arena quemada de su playa.

Todos los sábados cuando niño, iba con mis amigos al faro a pescar y a jugar a los clavados. Y el domingo después de misa de niños, íbamos a la casa de don Pablo, quien todos los domingos estaba en la puerta de su casa tejiendo con sus hilos de nylon, metiendo y sacando su aguja de madera que él mismo hacía. Era un campesino y viejo tejedor de historias. Pero el amor por el lago era más fuerte que eso. Hacía atarrayas sólo de encargo para algunos pescadores de la ribera.  La historias las contaba con tanta verosimilitud que todos los niños que nos acercábamos a él, creíamos cada palabra que brotaba de esa voz cansada, pero que fluía como río.

Para los chiquillos que éramos, ese viejo sí sabía florecer nuestra imaginación, pues les ponía sabor a las historias con los ademanes que hacía con sus manos surcadas de años.

Nos contaba del tesoro escondido en la cueva en el cerro del San Miguel, donde matábamos pájaros con las recuas; del dinosaurio dormido por encanto en las entrañas de ese cerro; de los aparecidos en el panteón; de los venados que hace mucho ya no bajan al lago a tomar agua; de la niña, una chiva que adoptó, pues se la encontró en Brisas; de cuando su padre fue revolucionario. Además nos platicó de su novia la viuda negra, ésa que mató muchos gringos y se hizo rica.

Nos hablaba de tantas historias nuevas, viejas y repetidas. Y cada domingo estábamos puntuales escuchando atentos, ya que al final del relato esas manos se mostraban generosas y nos daba un puñado de galletas o dulces.

Siempre nos recibía con una sonrisa transparente. Lo encontrábamos a teje y teje sus hilos de nylon. Al unísono de su voz metía y sacaba sin titubeos. Ese viejo entretejía muy bien las historias y algunas veces las hacía más interesantes y divertidas. Nos platicaba de cómo bajaban los tejones, ardillas y tlacuaches a la laguna y él los espantaba a pedradas; de cómo la gente iba a misa en lancha; de cómo las mujeres lavaban en la laguna; de cuando era chiquillo y maniobraba su canoa de carrizos en las olas del Mar chapálico. Cuando él era niño siempre andaba con los pescadores, lo llevaban a la laguna y siempre regresaban por el lado de la estación del ferrocarril. Le gustaba llegar a embucharle a las sandías y a los pescados que cocinaban los pescadores donde tendían, limpiaban o reparaban sus atarrayas y chinchorros. Nosotros veíamos cómo arqueaba las cejas cuando relataba una historia salpicada de su vida y decía que fue el mejor marinero de aguas dulces.

Algunos años después regresé a romper el encanto que tienen las cosas barnizadas de pretérito, y así poder constatar que no corresponden al recuerdo que de ellas tenemos. Nada es eterno y por eso rescato una de las tantas voces cansadas que habitan en Chapala, una historia de don Pablo, marinero de aguas dulces.

Mi niñez fue divertida y grandiosa, escuchando todas esas historias que siempre creíamos y recreábamos en juegos y en nuestra imaginación.

Además de contar historias, don Pablo daba consejos a los jóvenes imprudentes que osaban nadar muy adentro de la laguna, tiene corrientes encontradas y una venerada columna de vapor de agua. Además el lirio y el tule son dos enemigos que se añaden, ya que si alguien se enreda en ellos, muere ahogado.

Cuando los hombres inician a trabajar en la pesca, les advierte sobre los peligrosos vientos que ponían en aprietos a todo navegante, pues a veces alcanzaban los cuarenta nudos.

En algún momento, cuando fue gobernador González Gallo, Chapala vivía una de sus primeras sequías. Por medio del gobierno llegó la Secretaría de Marina. El capitán de la misión era orgulloso y engreído. Cuando llegó al pueblo, don Pablo se acercó a él presentándose cómo era su costumbre, para informarle sobre los diferentes vientos. Don pablo absorbía todo el conocimiento de los investigadores del vaso lacustre y después repetía las conclusiones, hipótesis y frases de memoria; así fue como se convirtió en marinero de aguas dulces.

Decía con certeza y claridad. Parece que lo estoy escuchando “uno de los principales problemas naturales del lago, es que genera túneles de viento y ellos varían el clima. Además, de acuerdo con el origen de los vientos, así son conocidos por los lugareños. El viento que sopla del oriente se le llama Mexicano; y si viene del sudoeste se le dice Colimote; si predomina del occidente se le denomina el Abajeño; y en el caso del norte es el Tapatío, pero si proviene del noroeste es llamado Poncitleco.

Bien dice el dicho, más sabe el viejo por viejo que por diablo,  y así Don pablo conectó muy bien el cerebro con la lengua, y repitió la teoría que había experimentado y practicado por varios años. Él hizo hasta lo imposible para que el capitán entendiera todo sobre los diferentes vientos, pero como respuesta el capitán sólo soltó una carcajada estruendosa para aquel hombre de manos generosas, o pobre diablo, como él le llamó.

La información que recibió aquel capitán de Marina, no se sostenía en ningún documento oficial, tan sólo en la palabra del viejo tejedor de historias, y esa noche el capitán salió decidido a navegar.

A la mañana siguiente, después de haber soplado fuertemente el Abajeño, encontraron varios cuerpos flotando entre la masa verde y espesa de lirio; y entre ellos estaba el del capitán.

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Berónica Palacios Rojas (Chapala, Jalisco, 1973). Lic. En Letras Hispánicas. Autora de los poemarios: Nostalgias (2002), Herencias (2003), Corazón por fuera (2006), Memoria Incendiada (2011) y Hombre mar (2015). Libros de cuentos: La duda y otros cuentos (2007), Chapala y el beso soñado (2008) y Remanso de mil aguas (2015). Actualmente es directora de la revista Papalotzi con beca del tres becas PACMYC y CECA (2013). Antologada en Poesía de raíces mágicas, anuarios 2004 y 2006, Mariposario (2007), Mapa poético de México (2008), Siberia (2010), La otra antología (2010), Espiral viajero (2011) Rotonda de papel (2012), Descendientes del fuego (2013) y Mujeres que no callan (2016). Además es coautora del CD poético Bosque de silencios (2013). Acuarelas suyas aparecen en Polvo de Luz, tseltal-español, 2006. Directora de Ediciones Papalotzi con treinta títulos hasta la fecha.

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