Es lo Cotidiano

¡Lo encontré vestido!

María Elisa Aranda Blackaller

¡Lo encontré vestido!

Inserto la llave. Abro la puerta. Entro. Miro el piso.  Hay un sobre.  Lo levanto. “No lo abras. Espera mi llamada.”  No hay remitente.  Reconozco la caligrafía.  Lo volteo.  Todo blanco.  Lo dejo.  Camino. Voy por agua. Sirvo un vaso.  Lo bebo.  Sirvo otro.  Lo medio bebo.  Miro la mesa.  Apoyo el vaso.  Recorro una silla.  Me siento.

Llama.  Contesto.  ¿Un hotel?  Acepto. En dos horas. Abro el sobre.  Hay instrucciones. Llegará primero él.  Elegirá la música.  Perfumará  la habitación.  Yo llevaré sabores.  Impondré las texturas.  Nadie verá.  Apagaremos las luces.  Entraremos a oscuras.  Uno primero.  Otra después.  Él se ocultará.  Yo lo alcanzaré.  Estaremos desnudos.  No veremos.  Sentiremos.  Oleremos.  Saborearemos. Oiremos. 

(Me gusta.  Es divertido.  Es osado.  Es sensual.  Es tierno.  Es amoroso.  Será delicioso.)

Espero. Pasan los minutos.  Ansío.  Llega el momento. Elijo mi maquillaje.  Lo aplico.  Me pongo un vestido y zapatos altos.  No uso perfume.  Me aplico crema. Piel satinada.  Salgo.  Voy por vino.  Elijo uno chileno.  Pago.  Ansío más.  Llego al hotel.  Pido mi llave.  Habitación 247.  Estoy registrada.  Tomo las escaleras. Subo dos pisos.  Camino medio corredor.  Veo mi bolsa.  Está abierta.  Falta mi cartera.  Regreso. Veo los escalones.  La encuentro caída. Vuelvo.  Escucho la música.  Me dejo guiar.  Vio que llegué.  Está recibiéndome.  Cierro los ojos.  Llego al cuarto.  Tango.  Palpo la puerta.  Está entreabierta.  ¡Qué emocionante! Entro.  Todo está oscuro. Abro los ojos.  Cierro la puerta.  Me desvisto.  Me descalzo.  Camino despacio.  Busco la cama.  La encuentro.  Recorro la sábana. Despacio.  Suavemente.  Entro.  No se mueve.  Extiendo mi brazo.  Siento su ropa.  ¡Ropa!  Me llama Diana.  ¡Diana!  Soy Javiera.  ¿Eres Carlos?  Es Reynaldo. Arranco la sábana.  Me disculpo.  Enciende la luz.  ¡Esos ojos!  Sonríe.  Miro la puerta.  Corro.  Levanto mi vestido. Recojo mis zapatos.  Me calzo.  Señalo el baño.  Asiente sonriendo.  Me apresuro.  Me visto.  Salgo.  Me disculpo.  Otra vez.  Otra más.  Sonríe. Cada vez más.  Está encantado.  Dejo la habitación.  ¡Uy, 245! 

Camino más.  247. ¡Ahí estaba!  No hay música.  Saco mi llave.  Abro.  Me saluda.  Apaga la luz.  Enciende la música.  Escucho su cierre.  Escucho sus zapatos. Escucho las sábanas.  Me quito los zapatos.  Voy hacia él.  Llego.  Siento la cama.  Abro la sábana.  Me meto.  Lo toco. Siento su piel.  Me toca.  ¡Estoy vestida! Enciende la luz.  ¡Lo siento!  ¡Ay Javiera!  Perdí toda concentración. 

Carlos.  No lo creerás.  Llegué hace mucho.  Pero pasó algo.  Con el vecino.  Es una tontería. Le cuento.  Estoy vestida.  Me desviste.  Mientras, hablo.  Estamos desnudos.  Noto el perfume.  Apenas, es suave.  Él me acaricia.  Nota el satín.  ¡Ay, el vino!  ¡En el auto!  Quiero volver.  Estoy tan nerviosa.  Ríe.  Me tranquiliza. Dejo de hablar.  Suspiro.  Sonríe.  ¡Cómo me gusta!  Saca una cajita.  ¡Feliz aniversario!  La abro.  Es una pulserita.  Me volteo.  Mira mi piel.  Abre los ojos. Grandes.  Sonríe.  Lee la carta. Sigue las líneas.  Siento sus dedos.  Me estremezco.  ¡Feliz aniversario!  Tomo mi vestido.  Saco un sobre.  Se lo entrego.  Lo abre.  Vuelo hacia Cuba.  Dos personas.  ¡Muy feliz! ¡Feliz! ¡Feliz segundo aniversario!

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María Elisa Aranda Blackaller
(León, Guanajuato, 1984) comenzó a escribir recurrentemente cuando tenía 17 años. Encontró en las letras un mundo creativo y expansivo que la invitó a la exploración. Desde entonces ha navegado entre cuentos, ensayos y haikus.

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