jueves. 18.04.2024
El Tiempo
Es lo Cotidiano

Que si el libro, que si la película

Rafael Cisneros

Que si el libro, que si la película

Algo que siempre hará ruido a los fans literarios es el hecho de saber que existe una película basada en su libro favorito; o al menos en un libro al que le tienen grandísimo afecto. Éste es un tema de especial controversia. Nos preocupamos por la fidelidad del material y los personajes y claro que nos vamos a preocupar: son historias que nos transportan a una versión, ya no tanto “alternativa” de la realidad, sino un tanto más apegado a lo que esperamos de la propia vida, y que de alguna manera vivimos al paso de sus párrafos.

Nuestras influencias son la auténtica vida paralela. No la muerte, sino el mundo que estas influencias nos ofrecen, lo que crean para nosotros y lo que creamos a partir de ellas. Muchos lectores jamás hallarán conformidad con las versiones cinematográficas, porque siempre estarán expectantes de una traducción explícita y definitivamente fiel de sus propios placeres. Siempre esperarán algo digno de lo que ellos piensan que debe ser y, en su debida decepción, siempre se mantendrán fieles a esta estúpida guerra entre las películas y los libros (donde los ignorantes dirán por default que el libro siempre será superior, así lo hayan leído o no. Además, si estas lógicas por default fuesen las más plausibles y aceptables, tendríamos menos de la mitad de los íconos que han hecho nuestra vida).

Las expectativas son el mayor móvil de las adaptaciones cinematográficas. Y es totalmente comprensible. Pero existen los que razones en ambos bandos. Hay quienes aman tanto la versión cinematográfica como el libro (incluso en algunos casos, nos gusta más que el libro). Esto pasa, precisamente, por una palabrita que es la clave de todos estos malentendidos: adaptación. Es una adaptación cinematográfica, no son copias textuales que no harían favor a nadie; a cada cual su chaqueta mental.

La adaptación consta, precisamente, de denotar elementos importantes de la debida trama, y construir una historia basada en imágenes que ofrecen las palabras y el estilo narrativo de esas palabras, creando no sólo una alternativa visual de nuestras imaginaciones, sino una aportación a las temáticas que el susodicho libro intenta manifestar. Las películas y los libros son interpretaciones de la realidad y cada una debe tener su espacio, su manifestación y, sobre todo, su apreciación.

El resplandor, por ejemplo. Ya sé que es un ejemplo viejo, pero sigue funcionando y aplica como el mejor de estos ejemplos. Stanley Kubrick tomó los elementos más relevantes respecto al miedo en estado puro, las atmósferas y la fatalidad de cada personaje. Más que un historial de violencia doméstica que, a fin de cuentas, podía quedar implícito durante fragmentos clave de las escenas, los personajes ya se encuentran desarrollados al llegar al hotel: con sólo ver los rostros de Jack Nicholson y Shelley Duvall sabemos cómo podríamos reaccionar y pensar, de tal manera que logre desarrollarse el punto clave de la historia: el horror.

El resultado es la leyenda que todos amamos y vemos repetidas veces. En la mini-serie de El resplandor que Stephen King produjo de puro coraje, sólo porque la versión de Kubrick no era fidedigna al alcoholismo de Jack Torrance y a las sensaciones forzadas de terror sorpresivo, ningún elemento funciona. Ninguno. Es un enorme pedazo de tedio vengativo que quiso forzar todo cuanto estaba a su alcance, para demostrar que el terror debe ser de cierta forma. ¿Qué caso tiene que todos y cada uno de los párrafos del libro tengan una toma concebible y filmable? ¡Sería exhaustivo! Sería como hacer películas, tal cual, para gente que no desea acercarse siquiera a un libro y no por el hecho de crear una adaptación cinematográfica.

Adaptación: tomar elementos que puedan traducirse con un lenguaje visual equilibrado, es decir, imágenes que reflejen una interpretación plausible del texto: imágenes que se pueden aceptar por separado, que siguen la línea, las ideas y (aunque suene cursi) el corazón de lo que ya está escrito. A veces funciona, a veces no. Les comparto cuatro casos en los que tuve la satisfacción absoluta de saber que algunas de mis películas favoritas, o algunos que sólo me gustaban a medias, tenían un extraordinario antecedente literario y que, al poder leerlos, me hallé en la total felicidad de tener libro y película en la misma estantería de grandes descubrimientos.



 

No country for old men

Ya conocía a Cormac McCarthy antes de saber de ésta película. Había leído Meridiano de sangre por ahí de 2006, y pienso que es de las mejores novelas que se han escrito. Sin embargo, la película de los Coen basado en el noveno libro de McCarthy, llegó a mí en circunstancias de urgencia. Oí hablar de ella a principios de 2008, antes de que ganara el Oscar a Mejor Película.

Me topé con encabezados que decía que Javier Bardem hacía uno de los más grandes villanos de la historia del cine y una de las actuaciones más aterradoras que se han hecho. Intrigado por esto y por el hecho de ser una película de los Coen, la renté, que yo recuerde, un viernes por la noche. No esperaba semejante peliculón, perfecta por donde la vean.

Esto acrecentó mi curiosidad por el libro. Lo compré a la primera oportunidad. Lo que obtuve fue un libro frío y calculador, trepidante, meticuloso, atmosférico y, desde luego, un juego de violencias con excelentes cualidades. Su sordidez es llevada a un grado tal de interés y motivación que resulta un libro tan memorable como aterrador. La historia de un gran malentendido que termina en persecución y en constante roer de uñas. Uno puede sentir la aridez de la tierra en cada oración dedicada a describir los escenarios.

Brutal en circunstancias y degollador en su prosa apasionante, No Country for Old Men es una historia inolvidable, una historia que raya entre el thriller-psicológico y el western-gótico.



 

Midnight cowboy

La primera vez que vi ésta película tendría unos 17 años. Sentí una incomodidad tremenda. Me costó digerirla. Sentí que era aún más extraña que cualquier cosa que haya hecho Terry Gilliam o David Lynch. Me pareció excesivamente cansada y confusa, al punto de sentirme sucio: sus visuales e historia llegaron a confundirme a tal grado de no encontrarle significado, sorprendiéndome aún más que semejante rareza ganara el Óscar a Mejor Película en 1969. No fue sino hasta la segunda vez que la vi, unos siete años más tarde, que no solamente comprendí su valía, su historia, su contexto cultural y sus excelentes personajes, sino que le hallé un perfecto espacio entre mis preferidas de todos los tiempos.

Al ver que se basaba en la novela de un actor y autor llamado James Leo Herlihy, intenté buscarla por cielo, mar y tierra. El libro actualmente está descontinuado en muchas partes y podría considerarse una rareza literaria. Nunca iba a topar con la novela. Dejé de buscar, además de que, en realidad, no hice mucho esfuerzo por encontrarla. Pero hallé la novela en una tienda de antigüedades y la compré por cinco pesos. Exacto, el azar me brindó nada más que cinco míseros y afortunados pesos. Llegué a casa y la terminé en un par de días.

Fue una experiencia literaria inolvidable, impresionante. La prosa de Herlihy se sentía como el ruido en los negativos de la cinta, corrosivo y sincero, su forma de contrastar la ingenuidad de la aspiración personal con la fatalidad urbana brindan una fuerza totalmente absorbente. Fue todo un hallazgo, un libro impresionante, una novela tan lograda como su excepcional versión cinematográfica. James Leo Herlihy se suicidó con una sobredosis de pastillas en 1993 en Los Ángeles, California, a la edad de 66 años. Descanse en paz, un talento tristemente olvidado de las letras norteamericanas.



 

The silence of the lambs

La cinta es también de mis favoritas. Fue una película que tenía prohibidísima hasta antes de cumplir unos… ¿qué les gusta?, 15 años. Cada que la pasaban en la tele y mis padres aprovechaban para verla, yo siendo un niño de entre 7 y 9 años, me pedían que cerrara la puerta de mi habitación para que no pudiera verla. Pero podía escucharla. Yo fingía jugar en voz baja cuando realmente ponía especial atención a cualquier diálogo o sonido en la película que me permitiera imaginar lo peor. ¿Quién no ha hecho eso con alguna película prohibida?

Finalmente la vi a los 14 años y fue de los hallazgos capitales de mi vida. Estaba ante una de esas películas donde todo parece estar hecho con sumo cuidado, todas y cada una de las tomas tan acorde a la fluidez de la historia. Las tomas cumplían con la interacción de los personajes y los hacía funcionar de la manera claustrofóbica que se tenía pensado. Era elaborar personajes a través de estrategias fotográficas y no simplemente engañarnos con cuadros bellos, for the simple sake of beauty. Era tan buena que ni siquiera quería molestarme en leer el libro. Por supuesto que me equivoqué.

El día en que le di la oportunidad al libro arranqué en una experiencia que duró más o menos, una semana, no porque fuera una lectura lenta, sino porque devoraba tan insaciablemente que me di a la tarea de repartirme el suspenso a lo largo de siete días, a modo de mini-serie. La prosa es una implacable disección de las mentes criminales y justicieras. Thomas Harris logra una novela de suspenso como pocas. Con un bagaje psicológico tremendo: la ansiedad asecha en cada capítulo, tomándose el tiempo para envolverte en una atmósfera enferma y perturbadora hasta el detalle.

La historia de Clarice Starling en debate moral con su labor de atrapar a Buffalo Bill y su complicidad con Hannibal Lecter, es un librazo y un peliculón, ambos para el mismo estante de predilecciones.



 

The two towers

He oído comentar muchas veces que la escritura de Tolkien, al final, no es lo que esperan. Los fans de las películas buscan los libros con especial ahínco y los coleccionan con esmero. Curiosamente, son pocas las veces que los tocan. Concluyen que la escritura de Tolkien es, en veces, sumamente agotadora. Que muy descriptivo, que en exceso detallista y minuciosa e innecesariamente extenso. Estando acostumbrados a digerir cosas como Las Crónicas de Narnia, es natural que encuentren agotadores capítulos donde, por ejemplo, sólo se centra en describir un paseo por el bosque. Patrick Rothfuss aplica estos pormenores del maestro Tolkien, también de forma brillante: descripción de viajes, desarrollo amplio de personajes, búsqueda constante de misterios y situaciones que se toman su tiempo para crear una historia épica. A lo que voy es a que yo fui de los que creció primero con las películas que con los libros. Preferí leerlos después de que la trilogía de Peter Jackson llegara a su fin.

Una vez que comencé a leerlos… francamente, no encontré agotamiento alguno. Me parecieron excepcionales, de lo mejor que jamás he leído. No estaba leyendo el best-seller que me vendían los medios: estaba leyendo párrafos de las alturas de Chaucer, Boccaccio, de Lady Murasaki, de Ariosto y Meyrink, los cantares de Petrarca y Cavalcanti. Tolkien no era un autor que transcribía sólo buenas ideas, era un creador de lenguaje, un hombre de letras, un cartógrafo de la imaginación. Creó una de las historias más fascinantes de la literatura universal. Mi personal favorito: Las Dos Torres. Es mi libro favorito de Tolkien. Es el más drástico en decisiones y donde se acrecienta la sensación de pérdida.

Las Dos Torres contiene muchos de mis pasajes favoritos de toda la trilogía, además de incluir el capítulo que, creo yo, da reminiscencias a la literatura gótica más terrorífica del mundo, en los niveles de Poe o de los precursores de los Mitos del Cthulhu. Me refiero a El Antro de Ella-Laraña, mi capítulo favorito del libro. Uno que no te dejará dormir.


*Rafael Cisneros (León, Guanajuato, 1988) es escritor y cinéfilo. Ha producido, dirigido y editado numerosos videos para publicidad, grupos pop y cortometrajes artísticos. Ha publicado, bajo varios seudónimos, numerosos cuentos.

[Ir a la portada de Tachas 153]