viernes. 19.04.2024
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El nombre de la cosa

Karen Lee Galindo

El nombre de la cosa

A diez horas de despegar un cohete, un pollito pierde su pico. Si se tratara de un pollito como los otros, como cualquiera, no repararía en contar este cuento. Tantos pollos pierden el pico, unos van a las primeras planas de periódico, otros simplemente posan para la literatura.

Su pico no era de marfil ni de mármol, mucho menos de bronce. ¡Qué importa el material de las cosas! Ya somos ciegos al plástico, pero sabe rico.

Pollito, pues, le decían, sin que él pudiera pronunciarlo. Pronunciarlo, ¿con qué pico?

—¡Andale, Pollito! ¡Cántanos! — se burlaban sus amigos.

Y es que cuando no hay tantos pollos en el mundo, se llama a los de la misma especie “amigos.”

Pollito extrañaba su pico, sólo para comer o para decir: “AH, OH, ÓRALE, WOW”.

Un día que deseaba ser noche, Pollito salió de su casa. Ni pío.

Decidió que iría a desgastar los suelos del mundo con sus pequeñas patas. Eso de vivir en un lugar de pollos picudos no le convencía.

Caminó lo que pudo, lo que quiso y lo que su cuerpo cedió.

Llegó a Irlanda. No hablaba irlandés… y bueno… no hablaba nada…

Praderas verdes, verde todo, todo verde. Y si las montañas irlandesas tuviesen boca… o pico… en un vistazo dirían… amarillo, amarillo todo, todo amarillo.

En su caminar cortito, topó con un gnomo cuya estatura apoyaba bien a la acústica entre él y Pollito.

—¿Cómo te llamas? — preguntó el… ¿qué les digo? Evidentemente saben quién preguntó a quién. —Que cómo te llamas, pregunté. ¿Qué no me escuchas?

La mente de Pollito dibujaba globitos cuyo texto era más o menos éste: “Escuchar, claro que escucho, pero cómo le digo que lo hago.”

Y es que el gnomo seguramente era partidiario de la idea de que la materia prima para escuchar son las orejas, para hablar el pico, para pensar el cerebro, para amar el corazón. Así lo dicta la ley.

Y, ¿no me vas a decir cómo te llamas?

Pollito movía las alas.

Entonces voy a adivinar yo. Si lo hago me darás tus plumas. Si no lo hago te daré mi arcoíris. Y mi olla… exprés… sin las monedas de oro… confórmate con el arcoiris.

Pollito asintió.

Vamos a ver…

Pollito parpadeó.

El gnomo se detuvo un segundo a reflexionar entrecerrando los ojos y torpemente, quitándose un cabello rojizo que dejó su cabeza para hacer travesuras en sus pestañas.

Hmmm… te llamas… te llamasss…

¿Ariel?

Pollito frunció la… el… los… Pollito frunció algo en su rostro, y levantó la ceja. Sí, levantó la ceja. Y luego negó con la cabeza.

A ver, dame pistas, haz mímica. ¿Cuántas palabras? ¡Anda!

Pollito levantó el ala derecha y vio su… su… ¡No era posible! ¡Que la naturaleza hiciera a los pollos sin la suficiente libertad de expresión!

Quién fuera humano para levantar el dedo índice indicando el UNO propio de no llevar un apellido.

Pollito hizo mil maromas para actuar la sustitución de su nombre. Se señaló a sí mismo con su ala. Recorrió su cuerpo con la mímica que corresponde a las edecanes.

El gnomo decía nombres como si… uno… Pollito fuera irlandés… y dos… No hay dos.

Pollito seguía negando y poniendo su ala en su frente como si deseara en verdad que el gnomo adivinara, y perder el arcoiris, que sonaba tan tentador.

No hay qué decir más. Pollito ganó el concurso que el mismo gnomo organizó.

—Está bien— dijo el enano. —En Irlanda siempre cumplimos nuestra palabra. Aquí tienes.

El gnomo agitó una ramita de izquierda a derecha, como dibujando un puente en el aire.

El cielo se pintó de colores y el gnomo, dejando polvo, también.

Pollito miró ese enorme semicírculo cuando de pronto… ¡TRAS! El gnomo volvió a aparecer.

Casi lo olvido. No te pregunté tu nombre. Bueno, vaya que lo hice al principio, pero digamos, no te lo pregunté una vez que ganaste. Toma. Aquí un papelito. Escríbelo.

En cursiva y con tinta verde: POLLITO.

Así que Pollito… hmmm… tan fácil como eso… ¡Qué bonita letra, Pollito!

¡TRAS!

El papelito tenía algo más escrito por atrás… pero el gnomo olvidó leerlo. La prisa siempre nubla los sentidos.

La tinta verde revelaba algo así: “Hay quienes ni con ojos, ni con saco, ni con ollas ni con pico, le saben dar nombre a las cosas”.

***

Karen Lee Galindo (León, Guanajuato, 1989) estudió Comunicación y se encuentra estudiando una maestría en Educación Artística. Sus diversas pasiones la han llevado por los caminos del teatro, la danza, la música y la literatura.

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