viernes. 19.04.2024
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La cultura popular en la edad moderna

Eduardo Celaya Díaz

La cultura popular en la edad moderna

El estudio de la historia ha tenido (más que sufrido) un cambio a partir de las propuestas historiográficas del siglo XX, tal como muestran obras de interés histórico como El queso y los gusanos de Carlo Ginzburg o La gran matanza de gatos… de Robert Darnton. Ambas obras abarcan el estudio de las mentalidades propias de la Edad Moderna (siglo XVI el primero, siglo XVIII el segundo). Ginzburg señala en el prefacio de su obra que si bien en tiempos anteriores se consideraba el estudio de las ideas de las clases subalternas como un esfuerzo que en la mayoría de las casos era poco fructífero por la supuesta escasez de testimonios escritos, gracias a la nueva aproximación histórica (en la que se aprovechan otro tipo de testimonios) es posible hacer una aproximación más concreta a las ideas y mentalidades de una época y de una ubicación específica. Ginzburg invita a sobreponerse a la postura de autores como F. Furet que consideran a las clases inferiores en la historia con una visión de masa, a través de la demografía o la sociología, y se propone adquirir conocimiento de las ideas y mentalidades por medio del abandono de las ideas preconcebidas, especialmente al anteponer la cultura de las culturas dominantes sobre la de las clases subalternas.

Si bien por medio de esta nueva metodología es posible hacer un acercamiento al pensamiento campesino u obrero de una época determinada, Ginzburg destaca que no es posible definir a las clases subalternas como el campesino o el obrero de la Edad Moderna, ya que no es posible determinar la idea de mentalidad colectiva en una sociedad tan variada como cualquiera puede llegar a ser; más bien podemos tener un panorama un tanto amplio (aunque preciso) sobre las ideas que llegaron a darse en condiciones y contextos determinados. En palabras de Darnton, “el historiador etnógrafo estudia la manera como la gente común entiende el mundo”[1], es decir, cómo las clases trabajadoras, alejadas de las revoluciones intelectuales y económicas, perciben ese mundo del que son partícipes, pero pocas veces tienen oportunidad de modificar.

Ginzburg elige a un molinero friulano del siglo XVI, mientras que Darnton se aboca al estudio de los cuentos campesinos franceses del siglo XVIII y los obreros de una imprenta del mismo siglo. La elección de este tipo de objetos de estudio puede parecer poco representativo, monográfico incluso, pero responde a la misma necesidad de diversificar y ampliar la visión de la Historia. No se pretende establecer pautas ni generalidades, más bien el punto está en analizar casos extremos y anormales para llegar a conocer el tipo de ideas y mentalidades que se dan en el tiempo. “No entiendo por qué la historia cultural debe evitar lo raro o preferir lo común, porque no puede calcularse el término medio de los significados o reducir los símbolos a su mínimo común denominador”[2]; la cultura popular no es una, como no es estática ni bien establecida. Más bien es diversificada, amplia, variable, siempre influida por una gran variedad de factores. Por tanto, autores como los nombrados se inclinan por el estudio de casos extremos, pues no es posible conocer las pautas de una mentalidad estática por el simple hecho que no existe.

Cultura popular contra cultura de las clases dominantes

La creación de las ideas, la concepción del mundo y la religión y hasta los movimientos revolucionarios se han atribuido siempre a las clases aristócratas y burguesas, dejando en un plano de simples espectadores y testigos a las clases trabajadoras, las llamadas “subalternas.” Esto lleva a una natural concepción aristocrática de la cultura, la cual es transmitida o heredada a los demás estratos sociales, quienes participan de esta cultura al aprenderla, no al crearla. La propuesta de autores como Ginzburg o Darnton es alejarse de esta concepción de la cultura como única y dictada, creada por la aristocracia. Cabe destacar que esta idea no es contemporánea, pues en el estudio de Ginzburg, al relatar la necesidad de Menocchio por compartir sus puntos de vista y opiniones sobre temas religiosos, se le acusa de querer abarcar temas alejados de su capacidad, y cierto zapatero le recrimina por tratar temas en los que no puede tener opinión, por ser un simple campesino[3]. La crítica de estos autores es en especial a los historiadores que han dejado a un lado la cultura popular[4] por considerarla subalterna, aprendida e influenciada por lo propuesto por burgueses y aristócratas, la concepción de “quienes no veían en las ideas, creencias y configuraciones del mundo de las clases subalternas más que un acervo desordenado de ideas, creencias y visiones del mundo elaboradas para las clases dominantes quizá siglos atrás”[5].

Para conocer la cultura popular no es suficiente conocer las expresiones de estas clases, pues no se puede obtener un retrato fiel y homogéneo de la mentalidad campesina u obrera por medio de un cuento o de la literatura producida en la época; será simplemente una de las expresiones que configuran esta mentalidad. “No pretendemos afirmar la existencia de una cultura homogénea común tanto a campesinos como a artesanos de las ciudades […] de la Europa preindustrial”[6], más bien se pretende capturar un caso de mentalidad ajena a la cultura dominante, que demuestra la independencia mental de cada clase social. Incluso entre la misma clase, ya sea campesinos franceses o molineros italianos, se llegaban a dar amplias diferencias en la concepción del mundo, al mismo tiempo que compartían elementos comunes, pues “estos grupos no habitaban mundos mentales completamente separados”[7].

Para presentar la argumentación de estos elementos, se analizará brevemente el caso del molinero friulano presentado con Ginzburg, de mentalidad independiente por un lado y fuertemente influenciado por estímulos ignorados por las clases dominantes por el otro; se contrastará con los argumentos presentados por Darnton acerca de la ideología campesina en Francia del siglo XVIII, además del célebre episodio de la matanza de gatos perpetrada por un grupo de obreros de una imprenta. Conviene comenzar con el caso de Menocchio, el molinero, de quien conocemos, gracias a la investigación de Ginzburg, las influencias y principales concepciones que predicaba y por las que fue acusado y procesado por la Inquisición.

Imprenta y Reforma

El caso de Menocchio (un molinero con una biblioteca bien nutrida, que amaba la discusión de las ideas y abordaba la realidad a partir de la duda) causó una fuerte impresión y escándalo para sus contemporáneos y hoy día la Historia mantiene la peculiaridad de la personalidad del mismo molinero. La prudencia y la reserva no son parte de sus valores más preciados, pues más que ello, valoraba su propia idea de la verdad respecto a los temas religiosos y teológicos. Curioso es también el momento histórico que le tocó vivir, lo cual puede haberlo impulsado a difundir sus ideas, investidas de cultura popular y cada vez más alejadas de lo que se consideraba la cultura adecuada y pertinente. Se le acusó fácilmente, por tanto, de hereje.

Ginzburg da una explicación clara para el atrevimiento de Menocchio de alejarse de los cánones establecidos, de la cultura dominante, la imprenta y la Reforma protestante. De acuerdo al historiador, “la imprenta le otorga la posibilidad de confrontar los libros con la tradición oral en la que se había criado”[8], especialmente por la marcada influencia que ciertos textos tienen en su imaginario; además de que “la Reforma le otorga audacia para comunicar sus sentimientos al cura del pueblo, a sus paisanos, a los inquisidores”[9]. Podemos aducir a estos dos sucesos la valentía de Menocchio para expresar abiertamente su idea del mundo y la religión, aunque no es suficiente, como bien analiza el autor. Inicialmente se apoyará en sus lecturas[10] y en las ideas reformistas que llegan a Italia a mediados del siglo XVI, pero es también la tradición oral, permanente y mutable, la que configurará muchas de sus ideas.

Durante los interrogatorios realizados al molinero podemos rescatar las apreciaciones que tenía acerca de los sacramentos, los cuales consideraba mercancías que los frailes tenían para controlar a la población[11], ideas que podíamos relacionar a la mentalidad luterana[12] o reformista. Ginzburg, analizando la postura de Menocchio, llega a señalar que, si bien se puede creer al molinero luterano, su pensamiento es más cercano al de los anabaptistas, pues incluso en un interrogatorio se demuestra su desconocimiento del significado de la justificación y la predestinación[13]. Sin embargo, tampoco podemos clasificar a Menocchio como anabaptista, pues muchas de sus creencias van en contra de lo predicado por este grupo. ¿Cómo podemos clasificar entonces al molinero? No hay una respuesta clara para catalogarlo, ya que su pensamiento es una mezcla de varios estímulos, tanto la lectura de ciertos textos – como el Decamerón, de donde tomará su idea de la tolerancia, la Biblia en lengua vulgar (comparó con sapiencia los textos de los evangelios) o El Florilegio de la Biblia, en donde pudo captar una gran cantidad de términos que influenciarían su mentalidad. Pero también sus propias experiencias: lo que veía, lo que escuchaba, un probable contacto con un grupo luterano que se sugiere, pero no se puede confirmar. Todos estos elementos formarán parte de su ideología, su cultura popular, que le sesgará de su propia comunidad y de la mentalidad católica romana, la cual simplemente se tacha de luterana.

Sumisión y rebeldía

¿Cómo entender una mentalidad, una conjunción de ideas, que llevaría a las clases dominadas a revelarse y tomar por asalto los castillos franceses, enarbolando las ideas de igualdad y fraternidad, en especial en base a la cultura popular? La contraposición de ideas, en el caso de Menocchio, a lo establecido por los frailes, los cardenales y los príncipes cristianos, es una muestra clara de rebeldía y aborrecimiento de la sumisión que, si bien es difícil concretar en el plano material, el molinero elige manifestar en su pensamiento y en su concepción del mundo y la divinidad. Señala Ginzburg que “según Bajtin, esta visión del mundo, elaborada a lo largo de los siglos por la cultura popular, se contrapone expresamente, sobre todo en los países meridionales, al dogmatismo y a la seriedad de la cultura de las clases dominantes”[14]. Estas ideas suelen estar impregnadas de antiguos rencores, además de la ya mencionada cultura popular y las influencias que llegan a permear un pensamiento, en el caso de Menocchio, los libros y los grupos luteranos; en el caso de los campesinos franceses del XVIII, la tradición de cuentos y relatos que reflejan su concepción del mundo[15]. Es importante señalar que esta cultura popular, a simple vista cotidiana y carente de importancia histórica, será rescatada siglos o décadas más adelante como base de las aspiraciones y rebeldías, “la aspiración a una renovación radical de la sociedad, la corrosión interna de la religión, la tolerancia”[16], son ideas que se dilucidan ya en los cuentos o en las declaraciones de Menocchio, en los rituales de cencerrada, de carnaval, o de una matanza de gatos en apariencia desordenada y sin fundamento.

Ejemplos de estas bases del pensamiento revolucionario se reflejan en la figura de los ogros de los cuentos franceses, que recuerdan a la burguesía preindustrial, o la oposición casi absurda del molinero friulano por las dignidades religiosas: “Menocchio no reconocía a las jerarquías eclesiásticas ninguna autoridad en cuestiones de fe”[17]. Sin duda estas ideas, que se reflejan en forma ya bien desarrollada en declaraciones, cuentos o rituales en las clases subalternas, vienen cargadas de un amplio imaginario que permea las actividades y demuestran los rencores y opiniones, a veces veladas, a veces manifiestas, acerca del orden social, religioso y hasta económico de las clases trabajadoras.

De la herejía a la matanza de gatos

El caso de Menocchio, que podemos tomar como ejemplo de la represión de mentalidades heréticas en la Contrarreforma, puede ser comparado con el caso relatado por Darnton de una matanza de gatos a manos de obreros de una imprenta. Tienen factores en común: la rebeldía y la oposición a la cultura de las clases dominantes, permeada por una cultura popular bien constituida, aunque poco manifiesta en documentos o testimonios bien estructurados. En el caso de Menocchio, sus ideas y concepciones salen a la luz precisamente por el mismo ambiente de censura que se crea al luchar contra la Reforma protestante. “En plena Contrarreforma las modalidades represivas eran distintas, y antes que nada pasaban por la individualización y, en consecuencia, la represión de la herejía”[18]. La rebeldía del molinero se expresa en el campo ideológico, por una parte en las mismas concepciones del molinero, por otro en su afán de dar a conocer lo que pensaba a quien pudiera oírle. Por otro lado, los obreros de la imprenta manifiestan su desprecio por las normas sociales de la burguesía preindustrial con la matanza ritual de gatos que, según explica Darnton, al ser las mascotas de sus patrones, merecían ser odiados por las clases oprimidas[19]. Uno demuestra su descontento con afirmaciones teológicas, con una concepción independiente de la divinidad, otros lo hacen con la fuerza física, por medio de la muerte, la destrucción y los juicios simbólicos. Los dos lo hacen con las herramientas que tienen a la mano, podríamos llegar a llamarles armas.

Ya sea la denuncia por la opulencia de los religiosos, la aceptación de la idea de la tolerancia religiosa, la difusión de ideas ajenas a lo establecido como aceptable o la manifestación abiertamente violenta de la matanza de gatos como proyección de la violencia latente contra las clases opresoras, la cultura popular de la Edad Moderna está permeada de ideas de emancipación, rebeldía y rompimiento con lo establecido por las clases dominantes. Más allá de las guerras de religión del siglo XVI o la debatida crisis económica del XVII, los campesinos y obreros del periodo analizado buscan alcanzar un grado de emancipación (por unos en el plano ideológico, por otros en materia física y económica) de lo establecido y dictado desde las clases superiores. Estos impulsos son manifestados bien en un cuento, al identificar al ogro con el burgués, en la aceptación de un argumento herético y la desaprobación de la autoridad de los eclesiásticos en temas religiosos o en el deseo de igualar a los patrones burgueses a las condiciones miserables que se experimentan en carne propia, impulsos que son parte, de una u otra manera, de una cultura puramente popular. El elemento común entre el molinero friulano, los cuentos campesinos y la matanza de gatos es, por tanto, la existencia manifiesta de una cultura de las clases subalternas, una cultura que rescata temas de la tradición oral y las manifestaciones populares como los rituales pero, sobre todo, una visión del mundo particular, desde la perspectiva misma del trabajador, visión que se diversifica de aquella de las clases aristocráticas y burguesas. Una visión propia, a fin de cuentas.


[1] Darnton, Robert, La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa, trad. de Carlos Valdés, México, FCE, 1987, pp. 11.

[2] Ibíd., p. 13.

[3] Ginzburg, Carlo, El queso y los gusanos. El cosmos según un molinero del siglo XVI, México, Océano, Ediciones Península, 2011, p. 38.

[4] Término preferido por Ginzburg al no poder encontrar uno más adecuado. Cfr. Ibíd., p. 26.

[5] Ibíd., p. 11.

[6] Ibíd., p. 27.

[7] Op. cit. Darnton, La gran matanza…, p. 72.

[8] Op. cit. Ginzburg, El queso…, p. 27.

[9] Ibídem.

[10] Importante señalar que Menocchio era miembro de la clase, llamémosla ilustrada, de la sociedad en que habitaba, de ello que supiera leer y escribir.

[11] Cfr. Ibíd., p. 48-9.

[12] Ginzburg hace hincapié en señalar que por luterano se entendía cualquier tipo de pensamiento hereje o contrario a lo predicado por la Iglesia de Roma. Cfr. Ibíd., p. 60.

[13] Cfr. Ibíd., p. 62.

[14] Ibíd., p. 15.

[15] Para conocer el análisis de Darnton sobre la naturaleza de los cuentos campesinos franceses, en contraposición a su análisis en el siglo XX, o en contraste con sus adaptaciones alemanas, italianas o inglesas, referirse al capítulo “Los campesinos cuentan cuentos: el significado de Mamá Oca” en Op. cit. Darnton, La gran matanza…, p. 15-80.

[16] Op. cit. Ginzburg, El queso…, p. 28.

[17] Ibíd., p. 40.

[18] Ibíd., p. 44.

[19] El análisis que realiza Darnton sobre la figura de los gatos en la cultura popular, y las concepciones que los obreros de la imprenta tienen, en relación a la clase burguesa opresora, se pueden revisar en el capítulo “La rebelión de los obreros: la gran matanza de gatos en la calle Saint-Séverin” en  Op. cit. Darnton, La gran matanza…, p. 81-108.

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Eduardo Celaya Díaz (Ciudad de México, 1984) es actor teatral, dramaturgo e historiador. Fundó el grupo de teatro independiente Un Perro Azul. Ha escrito varias piezas teatrales cortas, cuentos y ensayos históricos.

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