jueves. 18.04.2024
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EL DICCIONARIO BIOGRÁFICO DEL FRACASO LITERARIO

Jürgen Kittle

C.D. Rose (Traducción de José Luis Justes Amador)

Jürgen Kittle

Mientras que las conexiones entre la literatura y el activismo político han sido bastante examinadas, las que se dan entre la literatura y el terrorismo son menos conocidas. Los poetas anarquistas rusos del movimiento del “Febrero Malva” reclaman el hecho de arrojar tinteros dentro de las bombas caseras que lanzaban de la década de los noventa del siglo diecinueve, pero apenas han dejado rastro en las historias de la revolución o de la literatura. Los llamados manos-pintadas pueden haber sido un grupo armado de vanguardia en la revolución mexicana de 1910, pero están tan olvidados que ni siquiera Bolaño los ha mencionado nunca. El poeta y performancero Fausto Squattrinato dice que participó en el secuestro de Aldo Moro en 1978, pero se sabe de él que es un mentiroso.

Siendo sinceros, muchos poetas se han sentido mejor escribiendo sonetos sobre la revolución en lugar de ensuciarse las manos con ellas.

Es esto, precisamente, lo que hace el caso de Jürgen Kittler mucho más fascinante. Poco se sabe sobre esta figura en la sombra que recorrió Europa, África del Norte y el Medio Oriente bajo una serie de alias estrambóticos entre 1957 y 1989 (año en el que sus incendiarios comunicados mecanografiados dejaron de aparecer) y hay algunos que, de hecho, van más allá y afirman que Jürgen Kittler era un alias para una figura aún más en la sombra.

Kittler apareció primero en los márgenes de la Internacional Letrista (ellos mismos un grupo marginal) antes de denunciarlos como colaboradores de la burguesía en su panfleto de 1957 Le monde n’est pas sur le feu. Encore (que ha sido traducido como “El mundo no está ardiendo. Todavía” o “El mundo no está ardiendo. Otra vez”), y reapareció a principio de los setenta en lugares tan diversos como Tánger, Nueva York, Ginebra, Londres, Cap d’Antibes, Düsseldorf y Manchester (al menos, según los matasellos de las distintas cartas, poemas, diatribas, novelas y amenazas que envió a publicaciones internacionales durante esa época). También se tiene como cierto que fue fotografiado junto a Daniel Cohn-Bendit y Jean-Paul Sartre durante les evénements (y a él se le atribuyen varios de los lemas más sorprendentes de la época de oro de los lemas).

Tras esos años comenzó su periodo de madurez cuando, tras retirarse de lo que él consideraba la gran decepción, por no decir traición, del 68, escribió lo que algunos consideran su mejor obra, un manifiesto lanzado desde un refugio de los Pirineos. Towards a revolution of the word existe, para confundir a los lectores, en muchas versiones, algunas de ellas tituladas Towards a revolution of the world. No queda claro si Kittler quiso hacer un juego de palabras o si la “l” de su máquina de escribir, un Olympia Splendid 66 portátil, tenía una falla. Sea lo que sea, la obra insiste en que la revolución llegará, no con una reconstrucción del orden social sino con una reconstrucción del lenguaje.

Sus intentos por reconstruir el lenguaje dieron lugar a la mayoría de sus obras de los años setenta que, según sus discípulos más fervientes, eran incomprensibles.

A pesar de eso, los setenta fueron su periodo más activo en el que Kittler aparece (como George Sansou, Jürgen Mittelos y Eric Quayne), tocando el bajo en el grupo de karautrock Lustfaust y en el post-punk manchesteriano King Ink, frecuentando la fracción del Ejército Rojo de Düsseldorf, las Brigadas Rojas de Roma y la Brigada Airada en Londres, robando coches con Jean Genet en Marsella, jugando al golf con Carlos “el chacal” en Líbano, posando para un extraño retrato de Gerhard Richter en Berlín y haciendo circular al mismo tiempo versiones samizdat de su obra.

Ninguna ha sido publicada, en parte por su devastador potencial revolucionario, aunque eso es difícil de argumentar, ya que cualquiera que haya leído cualquiera de las obras de Kittler del periodo está ya muerto, en una prisión de máxima seguridad, o ha desparecido.

Se dice que hay copias de su obra en los archivos de los gobiernos de Inglaterra, Francia, Alemania, Italia y los Estados Unidos, pero todos tienen un embargo de cien años, y ninguno de los que ahora estamos vivos podremos leerlos nunca.

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