Es lo Cotidiano

Carta de mamá

Leticia Ávila

Carta de mamá

“Y si todos se van hija mía,
¿Qué vamos a hacer los que nos quedamos?
Cristina Peri Rossi

Hoy encontré un cúmulo de cartas respuestas, en su mayoría, a las que mi madre me obligaba a escribir, siempre bajo su dictado y que no me permitió leer.

Recuerdo aquellas tardes en que me decía: “¿quieres que comamos uvas, tiradas de panza en la cama?  O “ven, te voy a contar un cuento, pero tráete tu libreta”. Fue entonces cuando comencé a comprenderla un poco, pues gracias a sus dictados, entendí cuánto amaba a cada uno de sus hijos y lo que esperaba de ellos.

Sólo por eso me hubiera gustado irme de su lado y conocer así, por añoranzas escritas, lo que quería encomendarme o platicarme. Saber si ella y mi padre me extrañarían, si la casa se sentiría sola sin mí o si yo le daba a ese lugar un olor o un ruido especial.

Tampoco logré saber si las vecinas o los amigos me enviarían recuerdos, saludos o cariños; efectivamente, todo aquello que mi madre me pedía escribir con exactitud en el papel y que en ocasiones yo modificaba un poco para que los destinatarios no sintieran el dolor que le provocaba a ella sus lejanías.

Hubo cartas de todo tipo, acompañadas de todos los sentimientos, de todas las dudas y certezas. No es que ella no supiera escribir, decía: “si yo las escribo, me ganan los llantos y se espantan las noticias”.

Hasta ese momento entendí la importancia de las respuestas que en ocasiones no llegaban, y porque cuando eso ocurría ella comenzaba a rezar sus novenarios o a ir a donde la bruja del pueblo a que le tirara las cartas y le diera noticias de los suyos; decía: “las noticias las debe traer o Dios o el Diablo, pero no las casualidades que se empujan unas a otras sólo para decir medias verdades”.

Revisé una a una aquellas cartas. Mi sorpresa aumentaba cuando me daba cuenta que ella había recuperado, por no sé qué azares del destino, algunas que remitió. Eso me permitió hilar las historias, porque yo muchas veces me preguntaba, desde mi visión infantil,  el porqué de algunas preguntas fuertes o por qué hablaba de personajes que yo no conocía. Encontré algunas escritas por ella que me hicieron recordar que hubo tardes en que la encontraba extraviada en sus pensamientos, agarrada a una escoba que no avanzaba del mismo punto de la nada y sólo la sostenía.

Así fue como di con la única carta que escribió para mí y que supo siempre que no me enviaría, porque de sobra sabía que no me iría nunca de su lado. Carta reveladora, seria,  pero llena de amor y solicitud de comprensión. Contestaba a mi pregunta eterna: “¿qué vamos a hacer los que nos quedamos?”

 Está de más decir que pese a su convencimiento de que no la abandonaría, ella hablaba también, de cómo imaginaba que sería vivir sin mí en casa, sin mis ruidos, sin mis llantos, sin el olor de mi perfume vagando por las habitaciones. Me pedía perdón por retenerme a su lado, por no hablarme de los cariños con que los ausentes hablaban de mí, y del inmenso amor y gratitud que mi padre me tenía.

Del padre que  hasta ese momento descubrí que no era el mío, sino el que me cobijó al igual que ella, dentro de una familia, después de que alguien me depositara en sus manos, entre sollozos, solicitando solamente un hogar para una huérfana. 

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