Es lo Cotidiano

EL DICCIONARIO BIOGRÁFICO DEL FRACASO LITERARIO

Marta Kupka

C.D. Rose (Traducción de José Luis Justes Amador)

Marta Kupka

Pocos de nosotros tenemos lo que realmente queremos como regalo de navidad. Mientras que los más afortunados pueden desenvolver un antiguo tablero de parchís, un libro del que nunca han oído hablar pero que parece fascinante o, incluso, una humilde docena de galletas horneadas en casa, nadie encuentra una lectura garantizada, respeto para toda la vida o la felicidad. Ningún regalo, sin importar lo bien envuelto que esté en una enorme caja roja y con un lazo dorado, ha de regresarte un amante.

En las navidades de 1948, Marta Kupka, que era una niña lectora y garabateaba cuentos en delgados cuadernos, recibió una Royal Quiet Deluxe de sus padres que habían reunido el dinero suficiente y, ansiosos de alentar el naciente talento literario de su única hija, habían logrado adquirir la perfecta máquina americana.

El artefacto estaba envuelto en papel de estraza y así continúo los siguientes setenta y cuatro años.

Para Kupka, que había nacido en un entorno más que desfavorecido, el presente (cuya naturaleza había adivinado, ya que era una niña inteligente) representaba un lujo inimaginable. Una vez desenvuelta, sabía que siempre estaría allí, en la diminuta mesa, brillando, repleta de promesas, pero también de amenazas.

En los años siguientes se imaginaba a sí misma colocando una hoja de papel y tecleando con frases de un curso Pitman sobre agiles zorros marrones y perros perezosos, entrenando su dedos para seguir las teclas que habrían de reproducir las historias en su mente.

El gran peso de la cosa, no sólo físicamente sino también metafóricamente, estaba tan sobre sus hombros que no podía soportar el hecho de teclear una historia, a no ser que fuera perfecta. Al igual que muchos novelistas que se paralizan a la hora de enfrentarse a una segunda novela que debe continuar con el éxito de la primera, Kupka ni siquiera podía encontrar una primera palabra perfecta para comenzar. Y por eso el regalo permaneció sin tocar.

Pero a los ochenta, el día de navidad, rescató la Royal Quiet Deluxe, que había estado sepultada por cartas, postales y documentos legales que resumían su vida, y finalmente le quitó la envoltura, dejó la etiqueta  ya ajada (‘Con nuestros mejores deseos, mamá y papá’) y se sorprendió gratamente de que las teclas, aunque crujiendo, todavía funcionaban.

Quitó el polvo de la máquina de escribir, se sentó y comenzó a escribir.

Tristemente, los años que habían sido respetuosos con la máquina habían cumplido su labor con la vista de Kupka, que no se dio cuenta de que la cinta que alguna vez había tenido tinta, se había secado por completo. Escribió incesantemente durante tres semanas, completando el cuento de su vida, sin darse cuenta de que ni una sola de las palabras que tecleaba llegaba al papel.

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