jueves. 18.04.2024
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Rudy, el repartidor de pizzas

Karen Lee Galindo

Rudy, el repartidor de pizzas

Estimado lector hostil y desinteresado: 

Ignore mis palabras.

No voy a decirle nada interesante. Se lo aseguro.

¿Entretenido?...  ¡Mucho menos!

Como quien dice, yo, de comediante… ¡me muero de hambre!

Ignore mis palabras, ponderado lector. Se lo dice una cuentacuentos de fiar. Y cuando se lo diga una cuentacuentos, hágale caso. Es decir, ignóreme a toda costa. No lea esto.

Hojeé una revista, prepárese una botana, analice a detalle el bronceado de Fernando Colunga mientras disfruta su telenovela. Ya le digo, hay infinidad de cosas mejores que hacer. Recorte sus uñas, quíteles la mugre, o lo que precisen. Saque su celular, mande un whatsapp, juegue Candy Crush, actualice su status en twitter: “#encasita #aquínomas leyendo un dizque cuento… de flojera”. Todos los cuentos SON de flojera, se lo afirmo. La Literatura-ES-de-flojera. Está científicamente comprobado. Y no vamos a desmentir a la ciencia.

Querido lector: No siga con esto. Ocúpese en algo. Sálgase a respirar. Quiérase un poquito.

Créame, a nadie le resulta agradable y muchos menos necesario leer el cuento de un repartidor de pizzas que con treinta-y-seis-años-de-edad vive con su padres, le faltan ocho semestres para graduarse de la carrera de sociología y después de cinco años llevando hawaiianas y pepperonis a las casas, insiste que se trata de un trabajo provisional. Un repartidor de pizzas que no se lava las manos antes de cocinar y que un buen día (quizá viernes de Cuaresma) decide robarse la moto de la pizzería y viajar por el mundo.

Al pasar por Zacatecas, sin pensarlo dos veces, recoge a una prostituta que le ayuda a pintar su moto. La pimpean con gusto y le pegan una calcomanía de la virgen de Guadalupe que al pizzero (que ya no es pizzero, pero tampoco sociólogo) no le gusta. No le gusta porque brilla. Y él la quería mate.

Llegando a Yucatán se le acaba la gasolina. Sí, se le acabó hasta Yucatán. Esto es un cuento. Ficción. Mi cuento. Así que por cuestión de verosimilitud, la gasolina le duró hasta Yucatán, habiendo iniciado su recorrido en una pizzería localizada al norte de León, Guanajuato… estado de Polonia. 

En Yucatán, chau gasolina. Así pues, con el dinero que tomó prestado de sus padres el día siguiente de salir de Polonia, nuestro individuo en cuestión llena el tanque con agua de mar, poderosa sustancia salitrosa que rinde hasta 10,000 kilómetros cúbicos.

Hago una pausa, amado lector, para que reconsidere poner fin a su lectura.  

Evítese la pena de enterarse que tras andar de Yucatán a Guatemala, nuestro pizzero sufre un grave accidente. Su moto se estrella en un juego inflable de una fiesta infantil guatemalteca y queda hecha pedazos.

Sin embargo, éste no es un pizzero cualquiera. Es un sujeto valiente, implacable… y suertudo. Tan suertudo que en la misma fiesta infantil, y después de comer gelatina de uva y un triangulito de sandwich (para el susto), un payaso altruista le regala su combi y le dice que persiga su noble sueño.

Una vez llegado a Islandia y tras haber pasado montañas de nieve y soportado un frío despiadado, Rudy, el repartidor, toca el timbre de un iglú, es recibido por un hombre desnudo depilado en su totalidad, y hace entrega…

…de una pizza vegetariana…

…sin aceitunas negras.

Así ocurrió, lector querido e infame, mas todos los cuentos son hechos para ser olvidados.

Ignórelos cada que alguien intente contárselos.

Y muchas gracias por su atención.

***

Karen Lee Galindo (León, Guanajuato, 1989) estudió Comunicación y se encuentra estudiando una maestría en Educación Artística. Sus diversas pasiones la han llevado por los caminos del teatro, la danza, la música y la literatura.

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