viernes. 19.04.2024
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EL DICCIONARIO BIOGRÁFICO DEL FRACASO LITERARIO

Maxim Maksimich

C.D. Rose (Traducción: José Luis Justes Amador)

Maxim Maksimich

Una mañana de abril de 1862, Maxim Maksimich salió pronto de su casa para no perder el primer vapor de la estación, el que le llevaría por el tormentoso río hasta Tomsk, después Perm, después a Chelyabinsk o a Ufa, cruzando Siberia y a través de los Urales hasta Yekaterinburg y más al oeste. Ahí, creía, abordaría el tren a Moscú donde encontraría trabajo como maestro, una pequeña habitación en una casa de huéspedes y después, con el tiempo, un esposa y, después, a su tiempo, tras haber publicado unos cuantos cuentos en prestigiosas revistas literarias, la fama.

Pero no ocurrió así.

Después de tres semanas a bordo, durante las cuales el barco apenas había avanzado unas pocas y tortuosas millas por el río inesperadamente helado, Maksimich se cansó de la dieta eterna de kasha, pescado salado y brandy de Georgia. Cuando la Princesa del Rin (años después Maksimich se preguntaría cómo demonios había acabado tan lejos de casa) se detuvo a repostar en un pueblo aparentemente sin nombre, bajó al puerto y se encontró a sí mismo en una pequeña hostería, bebió bastantes flagons del kvass local y se despertó en un pajar dos días después. Descubrió que le habían despojado de todo lo que poseía, incluyendo el manuscrito laboriosamente mecanografiado de “El Cristo de los campos de trigo”. Salió corriendo hasta el muelle sólo para descubrir que la Princesa se había marchado unas horas antes.

Al principio, salvo lamentarse por la pérdida de lo que él consideraba su obra maestra, Maksimich se preocupó poco, imaginando que otro vapor llegaría pronto. No se percataba entonces de que la Princesa del Rin (a causa de su embriagado capitán) se había perdido en un tributario olvidado, uno por el que ningún otro barco habría de pasar en todo el año, ni al siguiente, ni al siguiente. Intentó no preocuparse y se dijo a sí mismo que el ferrocarril llegaría pronto al pequeño pueblo (del que había descubierto que tenía nombre pero poco más), y que en un año o dos estaría recogiendo los frutos de su labor, acomodado ya en una confortable casa moscovita, mirando con adoración a su devota esposa que se sentaría pacientemente copiando sus manuscritos, mientras que él estaría jugando una partida de bridge con Lev o Anton o Fyodor.

Pasó los cinco siguientes años en el pueblo, esperando que llegaran las locomotoras o que partiera un barco, contemplando a veces la idea de tomar un carruaje que atravesara el frondoso bosque, pero siempre volviéndolo a pensar mejor, y componiendo lentamente una serie de cuentos que recrearan la vida del pueblo mientras se acercaba y llegaba, apenas sin notarse, el cambio de siglo.

Murió en 1912, empalado por un témpano desprendido, causado por el deshielo que tanto había anhelado.

En 1992, en el octogésimo aniversario de su muerte, algún local que valoraba su herencia literaria abrió un museo para honrar a Maxim Maksimich. Su sala de estar y su estudio están preservados exactamente como estaban en sus tiempos de máximo esplendor: una pluma posada sobre la mesa de madera rugosa junto a una resma de papel, una manta de ganchillo está tirada sobre el sofá ajado, un samovar está repleto de agua preparada para hervir, para preparar la tila que tanto adoraba. El museo tiene horarios de visita limitados y en los treinta años que lleva abierto, ni un solo visitante ha traspasado sus puertas.

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