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UN RATITO DE TENMEALLÁ

Jane Eyre, una verdadera heroína o por qué toda chica debería leer esta novela

Sara Andrade

Jane Eyre, una verdadera heroína o por qué toda chica debería leer esta novela

Leí Jane Eyre atraída por este grupo de escritoras inglesas victorias que han inspirado una gran cantidad de adaptaciones fílmicas y series —especialmente de la BBC— y que han dejado una marca tan importante en el carácter de mi madre, es por eso que ella guarda con gran escrúpulo las obras de las hermanas Brontë (se pronuncia brónti) y –aunque es un poco anterior– de Jane Austen.

No esperaba mucho, ésa es la verdad. Me imaginaba la carita gris de Charlotte Gainsbourg en los igualmente grises páramos del norte de Inglaterra. Definitivamente esta novela no promete ese amor salvaje y caótico que tanto atrae de Cumbres Borrascosas. Jane no es Cathy y el amor no destruye la vida de tres generaciones. Pero ¿qué tiene que ofrecer Charlotte Brontë, la mayor de las tres, y a la que la tuberculosis no se la llevo tan pronto como a las demás?

Como muchísimos protagonistas ingleses, Jane es una pobre huérfana, odiada por sus parientes ricos y snobs, que la lanzan a un orfanatorio, Lowood, austero y religioso. Su vida nunca estuvo destinada a ser sencilla y amable. La época la trata como a una boca más que alimentar, como un desperdicio de espacio que, esperemos, la tisis se la lleve pronto. Pero Jane es diferente. Jane no es sostenida por otra cosa más que por su voluntad férrea y su pronto entendimiento de todo lo que sucede a su alrededor: ella sabe cuál puede ser su destino, y se esfuerza para cambiarlo. Como si arara una tierra yerma, sólo ayudada con la esperanza de que todo, en algún momento, puede ser mejor. Y esas pequeñas esperanzas son las que la sostienen mejor: el cariño de su amiga Helen Burns, el sueño de volverse maestra, la vaga y pocas veces pronunciada ilusión de ver más allá de los límites del orfanato. Por supuesto, uno de los puntos más importante de la trama es la relación que tiene con el señor Rochester y su irregular amor. El señor de Thornfield Hall es muy rico, muy poderoso y, por momentos, parece ser el faro que guía a la pequeña Jane hacia una posible y verdadera felicidad. Pero no hay que desatender toda la lectura, no hay que negar todo lo que hemos visto, todo lo que sucede dentro de la cabeza de Jane Eyre. Porque ella piensa, y bastante. No abre la boca más de lo debido —quizá tal vez para mencionar lo feo que es el señor Rochester— pero su pensamiento se desborda caudaloso. Esta vivo con palabras, ideas, juicios y con una conciencia de sí misma que no la hace trastabillar ni en el más confuso de los momentos.

El elemento romántico ahí está, claro. También el elemento trágico (la esposa loca y encadenada de Rochester que frustra el matrimonio entre los enamorados). Todo lo que una novela romántica necesita. Pero ésta no es una novela romántica. Y Jane sabe que no está en una posición para exigir la felicidad a través de un hombre, y menos del hombre al que ama tanto. Y esto es sumamente importante. El amor es un elemento secundario. Parece ser que fue pura casualidad que el señor Rochester la contratara como institutriz y que luego se enamorara completamente de ella. Sin embargo, existe algo que es permanente en toda la historia: la integridad infranqueable de nuestra heroína.

Jane sabe quién es desde pequeña. Jane entiende su posición en la vida (sin un penique, sin amigos, sin familia) y sabe perfectamente que lo único que ha permanecido con ella todo este tiempo es ella misma. En sus ocho años de internado, en Thornfield cuando creía que había encontrado la felicidad, y finalmente, cuando tomó la decisión de dejar a su señor, no por capricho, por mantenerse íntegra, completa, enteramente Jane y nada más que Jane. Que todo lo que es ella no está contenido en nada más que en ella.

"A mí me importa lo que hago” se dice la implacable Jane cuando está a punto de dejar su pequeño paraíso, cuando se enfrenta a un inefable futuro. “Cuanto más solitaria, sin amigos y sin apoyo, más me respetaré a mí misma. Observaré la ley de Dios, sancionada por el hombre. Sostendré los principios que seguía cuando estaba cuerda, antes de estar loca como lo estoy ahora. Las leyes y los principios no son para momentos en los que no hay tentaciones; son para momentos como éste, cuando se rebela el cuerpo y el alma contra su severidad. Son rigurosos, pero no los violaré. Si pudiera incumplirlos según mi conveniencia personal, ¿qué valor tendrían? Tienen un valor, siempre lo he creído, y si no lo puedo creer ahora, es porque estoy loca, completamente loca, con fuego en las venas y el corazón latiéndome tan deprisa que no puedo contar los latidos. Todo lo que tengo para sustentarme en este momento son las opiniones preconcebidas y las resoluciones predeterminadas, y en ellas me apoyo.” Y en ellas se apoya. Cuando le pregunte a mi madre porque le gustaba Jane Eyre, su respuesta fue sencilla: “es que es una muchacha muy fuerte”. Estoy de acuerdo con ella y porque, sobre todo, Charlotte Brontë describe con maestría las preocupaciones internas de una mujer en plena época victoriana. O por lo menos de una mujer que se sabe sola y desprotegida y que tiene que guarecerse en lo que conoce.

Al leer esto, yo sabía que Jane era como un alma gemela de papel y tinta. Lo supe desde que comencé a leer el libro, pero en este momento yo sabía con toda la seguridad en el mundo que lo que hacía Jane, lo haría yo. Que sus palabras, podrían ser mis palabras. Que sus acciones, las mías. Que todo lo que somos está contenido dentro de nosotras y nada más. Que nuestras experiencias nos moldean y nuestras reglas nos mantienen en pie. Más allá de las convenciones sociales —que afortunadamente no son tan duras como las victorianas— o de las teorías feministas, esto se trata de mirar fijamente dentro de ti y aceptar que eres la única arma que posees contra las terribles olas de la vida.

Y si tú, afortunada lectora, algún día te topas con Jane Eyre, dale la oportunidad. Micheal Fassbender puede tener la cara más apuesta de Hollywood en el momento, pero nada se compara con la preciosa novela de Brontë y la integridad de nuestra pequeña y sencilla Jane. Quién sabe, tal vez puede enseñarte una o dos lecciones.