martes. 23.04.2024
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¿A dónde fuiste, Connie Converse?

Esteban Cisneros

¿A dónde fuiste, Connie Converse?

Antes que muchos de los héroes modernos, Connie Converse ya estaba allí, con su voz a punto de quebrarse y su hiperestesia febril. Lástima que nadie se dio cuenta entonces.

Pero a veces el mundo reivindica. A veces. Por fortuna estamos ante una de esas.

Connie Converse nació en Laconia, New Hampshire, en 1924. Su padre era ministro religioso y lideraba una activa campaña en favor de la Prohibición; eso no impedía que la familia fuese muy festiva y tuviese claras inclinaciones artísticas. Los hermanos Converse pasaban su tiempo libre leyendo obras de Shakespeare en voz alta, devorando libros, cantando canciones tradicionales y pintando. Connie creció para ser una alumna destacada, lúcida y brillante que lo cuestionaba todo (para pesar de algunos.) Los que le rodeaban coincidían en que le esperaba sólo lo mejor, pues a pesar de su edad, dominaba numerosas disciplinas. Todo lo hacía bien.

Al terminar el colegio se mudó a Nueva York, a pesar de sus padres, buscando hacer una carrera en la música. Fue un acto de rebelión, un escape necesario. Cambió su nombre de pila, Elizabeth, a Connie. Trabajó en una oficina a la par que componía canciones y tocaba en clubes y cafés de la Greenwich Village. Se inició en la bebida y la vida nocturna. Se codeó con Pete Seeger. Ayudó a fundar la escena folk neoyorquina con su voz y su guitarra; no es poca cosa, considerando lo mucho que crecería este movimiento. Eran los años 50.

Bob Dylan y Joan Baez eran unos niños. Connie Converse fue La Cantautora original, una de las primeras de una tradición pop que se arraigaría con fuerza en la segunda mitad del siglo XX. Sus canciones eran confesionales y personalísimas.

Gene Deitch, quien había grabado a John Lee Hooker y a Seeger, la escuchó y se interesó en ella. Le llevó a su casa y, en la cocina de la residencia Deitch en Hastings-on-Hudson, Connie Converse grabó un set de canciones folk con su guitarra a lo largo de varios meses. Deitch estaba fascinado con ella. Aún hoy, asegura que Converse estaba al menos 50 años adelantada a su tiempo. No se equivoca.

Gracias a los contactos de Deitch, apareció en “The Morning Show” con Walter Cronkite en CBS en 1954. Aun así, el éxito la evadía.

En realidad, nunca lo conoció. Nueva York puede ser una ciudad cruel.

Ya en los años 60 se mudó a Michigan. Trabajó como secretaria y luego como editora del Journal of Conflict Resolution, de Sage Publications, periódico académico de ciencias políticas. Justo en esa época Bob Dylan llegó apenas a Greenwich Village. Connie Converse estaba cada día más frustrada con la rutina de su trabajo y su poco éxito. Terminó por tocar sólo en fiestas de conocidos y para sus amistades más cercanas. Para 1973, después de años de estar en un pozo ciego, sufría una depresión rampante. Su familia la envió a Londres a pasar ocho meses sabáticos; descansó y vio mundo, pero no fue suficiente. Cuando regresó a Ann Arbor, ciudad donde residía, decidió que no podía más.

En agosto de 1974 escribió algunas cartas para su familia y amigos; en ellas expresaba su intención de hacer una nueva vida y partir. Empacó sus pocas pertenencias y tomó carretera en un Volkswagen. Tenía 50 años.

Nunca se le volvió a ver.

A la fecha, no se sabe qué le sucedió. Desapareció sin rastro.

Pudo haber sido el final de la historia. Pero en enero de 2004, treinta años después de su desaparición, Gene Deitch mostró en el programa de radio Spinning On Air del neoyorquino David Garland una grabación de Connie Converse cantando “One By One”, una tonada de apenas 35 segundos de duración. Dan Dzula y David Herman, productores musicales, escuchaban el show y quedaron pasmados por la canción. Decidieron descubrir más sobre Connie. La colección personal de Gene Deitch se encontraba en Praga, su lugar de residencia, y Phillip, el hermano de Connie, también tenía algunas grabaciones. Gracias a sus esfuerzos se publicó en 2009 en Lau derette Recordings How Sad, How Lovely, un cedé con 17 canciones de Connie Converse. Un disco que, huelga decirlo, es una maldita maravilla.

Diecisiete canciones, diecisiete poemas. No sé describirlos. No son sublimes, para nada. Son mundanas, frustradas, increíblemente bellas. Guitarra acústica y voz frágil, risitas nerviosas, mucho dolor, muchas preguntas. Las grandes canciones están hechas de duda y angustia y congoja. How Sad, How Lovely está lleno de ellas.

El disco termina con una pregunta: “Where will I get another soul to tell my trouble to?” Y luego, silencio. Carajo. Escalofríos.

Y pensar que estas canciones pudieron haberse perdido para siempre.

Su hermano Phillip cree que, como no encontraron el auto, pudo haberse arrojado de un puente. A un río. Con todo y vehículo. Quién sabe. Hay quien dice haberla visto o leído su nombre en directorios telefónicos en Kansas y en Oklahoma. Hoy tendría 90 años. ¿Qué habrá pensado, si es cierta la teoría del hermano, al ir hundiéndose? Y si no sucedió así, ¿dónde terminó? ¿Fue feliz?

¿Fue feliz, por fin?

Su música, por suerte, sigue viva. Más que nunca. En 2014 la soprano Charlotte Mundy y el pianista Christopher Goddard grabaron Connie’s Piano Songs, un compilado de canciones compuestas por Converse; fue lanzado por el sello Monkey Farm y, como bonus, contiene “Vanity of Vanities”, la única pieza en que la cantautora toca el piano. Y el 1 de octubre de 2014, dentro de un evento llamado Connie Converse Tribute Night (organizado por Nat Johnson, cantante inglés, dentro del festival de cine y música Sensoria, en Sheffield) se estrenó un documental de 40 minutos sobre la cantautora, dirigido por Andrea Kannes y financiado mediante Kickstarter. Kannes tuvo acceso privilegiado a los archivos de la familia Converse, que incluían cartas, fotografías y manuscritos.

De alguna manera, Connie Converse está viva. A veces el mundo reivindica, aunque –puta vida– lo hace tarde. A veces. Por fortuna estamos ante una de esas.

Porque antes que muchos de los héroes modernos, Connie Converse ya estaba allí, con su voz a punto de quebrarse y su hiperestesia febril. Lástima que nadie se dio cuenta entonces.

C/S.

 

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Esteban Cisneros (León, Guanajuato) es panza verde, músico de tres acordes, lector, escritor, dandi entre basura. Cuanto sabe lo aprendió entre surcos de vinilo y vermú. Cree con fervor que la felicidad son los 37 minutos que dura el primer disco de Dexys Midnight Runners. Procura llevar una toalla a todos lados por si hay que hacer autoestop intergaláctico.

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