jueves. 18.04.2024
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De la insoportable levedad de (querer) ser una ciudad pop

Héctor Gómez Vargas

De la insoportable levedad de (querer) ser una ciudad pop

León ingresó al siglo XXI preguntándose sobre su futuro. La mirada se volvió hacia el pasado: ¿qué ha sido la ciudad?

Bajo la sospecha de que más allá de las fronteras tradicionales de la ciudad había un mundo que se movía y desde donde su destino como ciudad se estaba jugando, cuando se comenzó a visitar ese mundo globalizado, internacional y posmoderno, igualmente se descubrió que para participar en el ámbito mundial había que tener un pasado con lustre, hacerlo visible y exportable para que a una persona del extranjero le pueda interesar venir a conocer, invertir o  residir en la ciudad. La conciencia por su historia y su cultura apareció como una llamarada en plena oscuridad. Entonces, apareció un desierto porque pocos se habían cuestionado: aquello que podría ser la traza de su futuro por haber diseñado su pasado: ¿qué ha sido la ciudad de León para pensar el futuro de la ciudad?

El futuro había que crearlo. Pero al pasado también, y, para hacerlo, había que trabajar en un factor olvidado a lo largo de toda su historia como ciudad: la cultura. En nuestros tiempos, impulsar la cultura no es un proyecto educativo y social, algo eminentemente artístico, sino político y económico, porque es una inversión para transformar la ciudad y dinamizarla con pretensiones a una escala nacional y global. Nos encontramos en un periodo de cambios y de mutaciones amplias que coinciden con significativas y definitivas alteraciones en la vida social, en las mentalidades, en los estilos de vida, en los actores sociales y sus sistemas de saberes y de creencias, de nuevas experiencias en la temporalidad que posibilitan los nuevos espacios urbanos a lo largo de su vida cotidiana. Se puede pensar que se está en un amplio proyecto de invención de la cultura en la ciudad.

Es por ello que casi al finalizar la primera década del siglo XXI, y en la actualidad, la pregunta más importante no se centra necesariamente en el futuro, sino en aquello que en el presente se aspira a ser, es decir, no sobre lo que ya es la ciudad, sino en lo que se está siendo, el movimiento que sustenta al presente, reinventa el pasado y abre posibilidades del futuro que ya está llegando. A simple vista parece que es más de lo mismo. No lo es; es un abismo: es intervenir en el futuro mientras se está siendo, proponer una sensación, una experiencia en la ciudad que no involucra una liga al pasado, sino la recuperación de una nostalgia de un pasado que no ha sido, pero que permite sentir que se participa de ello y, por esa vía, que se es un ciudadano del mundo in situ, un cosmopolita en vivo y en directo. Ante las incertidumbres del presente y la abolición del pasado incómodo, se propone vivir en la ciudad mediante emociones que otorgan seguridad y pertenencia a grupos y comunidades. Es la posibilidad de ingresar a una ciudad pop: aquella que pueda ser inventada cuantas veces se necesite y, además, tener ganancias de todo tipo. Un nuevo código cultural de experimentar lo que de la ciudad se ofrece: más sensaciones y estados de ánimo, la administración de una estética urbana y vías de acceso a realidades cosmopolitas que permitan la interacción la ciudad a la manera de una playlist personal que se pueda elegir a voluntad.

La vieja aspiración de llegar a ser una ciudad pop… En los últimos años se puede haber llegado a una conclusión, a la manera de Bruno Latour:[1] nunca fuimos modernos y no lo vamos a ser porque ahora podemos ser lo que desde hace siglos queríamos ser, y no lo sospechábamos, una ciudad pop, sin renunciar a aquello que nuestros ancestros querían que no dejáramos de ser y que está en el ADN del ser histórico, moral, empresarial de la ciudad.

Leoneses: uníos para ser ciudadanos (pop) del mundo

Marx y Engels lo dijeron en el Manifiesto del Partido Comunista: la burguesía es de lo más revolucionario que ha existido porque está dispuesta a arrasar con todo, a crearlo desde cero si es necesario. Algunos pensadores de lo social han visto en esta observación de Marx y Engels el reflejo de una actitud propia de la modernidad, aquella que propicia el cambio permanente, sobre todo si es acorde a sus intereses y necesidades como grupo, incluso hasta la ahora denominada revolución de lo digital.

Difícil es hablar de la presencia histórica de una burguesía en la ciudad de León. De lo que sí se puede hablar es de una serie de grupos que tienen aspiraciones como la de aquella burguesía mencionada por Marx y Engels, que son capaces de derrumbar la ciudad histórica para crear una ciudad cosmopolita en la actualidad. Grupos con mentalidad pop, más que moderna, que buscan encontrar la pauta de crecimiento y desarrollo de la ciudad impulsando entornos de vida, espacios de interacción y de consumo de acuerdo a modelos y estéticas internacionales, aspirando a alcanzar y mantener vínculos globales y multiculturales, segmentando y dividiendo los espacios urbanos de acuerdo a esferas de acceso, movilidad y acción. Con ello la ciudad se fragmenta, se divide y se expande en regiones por donde circulan y transitan determinados grupos sociales para que puedan hacer, pensar y sentir cada quien a su manera.

El historiador Eric Hobsbawm,[2] cuando habla de la Europa del siglo XIX, expresa que la burguesía, para conformarse como tal, edificó un proyecto de cultura a través del fomento de la educación y el arte, un proyecto restringido a una serie de grupúsculos que podían acceder a las pautas y espacios para su degustación. Igualmente menciona que el proyecto de la cultura burguesa sufrió una fuerte herida cuando llegó la cultura de masas, el entretenimiento del hombre y la mujer ordinaria, y la estocada fue a finales del siglo XX con la cultura pop: cuando la economía vinculó el arte y la estética como recurso para generar experiencias a través de la diversión y el tiempo libre, el ocio, en la vida cotidiana de las personas. A la manera de un servicio exprés, en el caso de la ciudad cuya clase dirigente no se desarrolló tomando al arte como uno de sus rasgos distintivos y definitivos para edificar un orden social y sensible, remite a las expectativas de dejar de lado una ciudadanía histórica y social, a la aspiración de una ciudadanía cultural con miras de alcanzar la certificación de una ciudad creativa, de denominación mundial. Pero llegar a una ciudadanía cultural, e incluso a una ciudadanía creativa –como ahora corre por boca de muchos que se mueven por las denominadas ciudades globales-, es una apuesta en el tiempo que es bueno considerar y respetar.

Es peligroso pensar que la ciudad de León ha sido sólo una, y de una sola manera para todos a lo largo del tiempo. Evidencias varias hacen ver que ha sido múltiple y cambiante, y ahora lo es de una manera más compleja. Si tomamos en cuenta la propuesta de Francisco Cruces[3] sobre el tránsito de las metrópolis, como es el caso de la ciudad de León, a las megalópolis, es posible observar el paso de una ciudad moderna, aquella que se sedimentó desde el pasado y hasta finales del siglo XX, la histórica, la industrial y la cívica, a una ciudad más de orientación y vocación postmoderna al andar el siglo XXI, cuando otras posibilidades y nuevas figuras de ser ciudad dentro de sus entrañas, fueron emergiendo como el caso de la cosmópolis, la tecnópolis, etnópolis, y con ello, entrar a un proceso largo, intenso y complicado de invención de la ciudad.

La ciudad está en construcción, un work in progress, y en ese proceso hay una tensión de fuerzas: el pasado y sus ecos nocturnos, aquellos que no ha querido encarar y más bien los ha mandado a la clandestinidad o a la invisibilidad, aparecen y conviven con aquellas dinámicas que mueven a la ciudad y a sus habitantes: la vida del consumo, la vida de noche, la presencia de una diversidad de minorías que, al encontrarse en espacios urbanos o digitales, conviven y deciden actuar y hacerse visibles.

¿Qué se está construyendo en la ciudad a partir de esas tendencias de ciudad?

A partir de lo anterior, y retomando al historiador Eric Hobsbawm, es posible encontrar en la ciudad un fenómeno inédito a nivel mundo que denomina la “transnacionalidad”, es decir, “el movimiento de personas para quienes cruzar fronteras no reviste casi ninguna importancia, puesto que su vida no está ligada a ningún lugar o país en especial”, y que tiene con una dinámica dual: por un lado, aquella que tiene que ver con los viajeros internacionales que llegan a la ciudad e intervienen en ella incorporando conocimientos e implementando dinámicas de dimensiones internacionales, y por otro lado, aquellos leoneses que por su profesión y vocación se transforman en viajeros y van por el mundo, actuando, aprendiendo y actuando en la lejanía en la transformación de la ciudad.

Se viven otros tiempos y el factor cultural es central y vital en todo ello.

Todos somos Matosas

El pasado se re-inventa, se transforma, sin importar si aconteció o no. El pasado se construye por un sentimiento que se adopta y se asume como propio por un grupo a quien no le interesa otra cosa sino ser parte del momento, como esa selfie que se ha de subir a Facebook.

Por medio de un rediseño de aquello que en algún tiempo fue típico o tradición en la ciudad, se puede modificar y ganar en atractivo y actualidad: una comida, un ritual, un objeto, un espacio, un monumento, una celebración. Se abandona aquella aura de viejo, rancio, pueblerino, aburrido, y se le otorga una nueva aura, la del presente que le entrega el título de ser algo digno de ser parte de un catálogo para turistas nacionales e internacionales. Es la identidad histórica y cultural que adquiere dimensiones de la cultura mundo y que cumple un antiguo sueño, muy antiguo, en la ciudad de León: no solamente estar a la altura de lo más novedoso e importante del país, sino poner el ejemplo de serlo.

Si el proceso de la transnacionalidad en la ciudad se gesta a partir del establecimiento de espacios como universidades, centros de salud, parques industriales, ferias y exposiciones nacionales e internacionales, los procesos por los cuales lo tradicional en la ciudad se dinamiza buscando estándares contemporáneos y cosmopolitas es a partir de la creación de plazas públicas y comerciales, food trucks, festivales y eventos artísticos, lúdicos en los cuales factores empresariales, religiosos, deportivos, mediáticos y artísticos se vinculan y se proponen como una forma de convivir y entretenerse, de experimentar mientras se es parte de un consumo de cultura o de diversión, como es el caso del Festival del Globo, la plaza Expiatorio, el Festival de Arte Contemporáneo, las actividades del Forum Cultural Guanajuato, por mencionar sólo algunas.

Pero el indicio más claro de ello es el revival en la ciudad de su amor por el equipo León de fútbol, al que desde que sus partidos son transmitidos a nivel internacional a través de la cadena Fox Sports se le conoce como “la Fiera”. Si durante décadas fue una parte fundamental de la identidad histórica y cultural de la misma ciudad, y durante los años que permaneció en la liga de la Primera A fue una manifestación del fervor de aquellos que se asumieron algo así como ser los guardianes del legado del pasado glorioso del equipo, ahora ha estallado y todos en la ciudad aman al equipo León, aunque sería mejor decir que a “la Fiera”, al diseño pop del equipo de fútbol que juega en la ciudad y rediseña su pasado, lo coloca en la mira mediática internacional, y hace que todos quieran ser parte del equipo y portar alguna de sus vistosas camisetas y todos los souvenirs alrededor del equipo y sus jugadores convertidos en figuras públicas. El diseño de la visualidad para tener impacto internacional, y el desarrollo de una estrategia de mercadotecnia con una diversidad de mercancía, ha sido clave, algo que nunca había sucedido con el equipo León.

El fervor de los niños por jugar fútbol, y que su equipo vista alguna de las camisetas del equipo, al igual que la admiración y la devoción se haya extendido a las mujeres, pero sobre todo a las niñas y mujeres jóvenes, redobla el impacto. Estar con la Fiera, en el estadio o en la pantalla de televisión, es algo más que ir a ratificar una identidad histórica: es ser parte de un ambiente colectivo, testigo de momentos para ser tuiteados porque se será parte de los hashtags que serán la evidencia de que el momento fue relevante por la cantidad de likes, y porque con ello se participó creativamente a ser cosmopolita en el mundo, desde la ciudad de León. Es una forma de ser fiel al León de antes, al mismo tiempo que se adquiere credenciales cosmopolitas por ser seguidores de la Fiera.

Haber estado en el limbo de la Primera A generó una división de aficionados del equipo León: los que fueron fieles y llenaban el estado pese a las derrotas y los malos momentos, y el resto de la afición, que se alejó por pena o menosprecio. En ese mismo periodo algo sucedió: la creciente sensación de que el equipo era de quienes le eran fiel y lo amaban hasta morir desgarrados de ser necesario. Los emblemas tradicionales cambiaron: de aquella imagen de un felino impresionante y sobrio, a un animal feroz y rugiente, con llamas de fuego a su alrededor y acompañado de frases donde se señalaba que se estaba con el equipo hasta la muerte, se afirmaba (a la manera del catolicismo reinante) de fidelidad eterna e inconmensurable.

Ahora que se es bicampeón, portar emblemas del equipo León es una manifestación de que se ha disuelto la frontera entre los aficionados fieles y los demás, aunque los primeros insisten en que la división sigue de alguna manera, porque ahora han aparecido miles de nuevos aficionados: quien porta un emblema del equipo le manifiesta su pasión y su amor, porque lo hace parte de su vida, su cuerpo, su identificación. Como expresan muchos y muchas aficionadas en redes sociales, al mostrar la playera que han adquirido como última novedad: “conozcan mi nueva piel”. Pero igualmente se puede ver en cómo la gente ha creado distintos productos por los cuales ofrecen una vinculación a los aficionados con el equipo, como es el caso de aquella tienda de ropa para fiestas para mujeres y que ofreció un traje para adolescentes que van a festejar sus XV años, diseñado con los colores y emblemas del equipo León, y con lo cual la adolescente puede mostrar su traje de quinceañera como si portara la camiseta del equipo, su “nueva piel”. O la playera para niñas con la figura del personaje femenino de la película Frozen, pero con un vestido verde y con la leyenda que reza: “Princesa Esmeralda”.

Dentro de las múltiples manifestaciones de euforia por haber ganado el bicampeonato a mediados del 2014, hay una serie de indicios que nos dan una idea del fenómeno de lo que en dos o tres años ha sucedido en la ciudad. Una de ellas es la pinta que hicieron algunas de las barras del equipo en las mallas frente al estadio: Boulevard López Matosas, que fue emulado en varios souvenirs para festejar el bicampeonato. La frase manifiesta algo más amplio: el sentido de la reescritura para entender y querer habitarla la ciudad de otra manera, al modificar el nombre de una de las avenidas emblemáticas del desarrollo de la ciudad moderna de los sesenta a la fecha, sustituyendo el segundo apellido del expresidente del país por el apellido del entrenador del equipo León que logró tanto el título de ascenso a la primera división, como los dos títulos que le han dado el desde ya legendario bicampeonato.

El entrenador Matosas no es cualquier entrenador, es el “Maestro” porque ha ingresado al imaginario colectivo de los leoneses como un líder, un ejemplo, un motivador, y al ser convertido en una figura pública no solamente apreciada y reconocida, sino con una credibilidad que no tienen otras figuras públicas de la ciudad, como los políticos y funcionarios públicos. Algo similar ha sucedido con los jugadores del equipo León, cuya hazaña y carisma los ha convertido en figuras reconocibles y confiables y son, históricamente, la primera manufactura de un símbolo que dinamice a la población y a sus imaginarios colectivos, y que tanto se prestan para defender los intereses de los empresarios leoneses que luchan contra las prácticas desleales de China dentro del mercado internacional del calzado, como son la imagen para vender prendas deportivas, conjuntos habitacionales, seguros de vida, casas de empeño, industrias que fabrican pegamentos para zapatos o para pisos de las casas, y otras cosas más.

Lo que acontece con el equipo León es una formula exitosa de dinamizar aquello que ha sido parte de la historia de la ciudad, y que ahora es un síntoma de una ciudadanía cultural que está en emergencia y expansión.

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Hipsters en la Gran Chichimeca

En tierras de la Gran Chichimeca, el pueblo y lo popular ha sido la evidencia de lo indeseable, de un salvajismo y una incultura (y cualquier cosa que se haya entendido por eso) por ocultar, limpiar y, mejor, convertirlo en una especie en extinción. En los tiempos recientes el estigma del salvaje por extirpar en la ciudad la ocupan los jóvenes, y pertenecer a algo que se ha llegado a conocer como “tribus urbanas” es signo de algo indeseable y nocivo: violencia, desmadres, ignorancia, inmoralidad, caos. Son los nuevos chichimecas a quienes hay que someter.

Desde la conformación de una ciudadanía de corte cultural, las agrupaciones de jóvenes, las reuniones de las minorías dispersas como las indica Eric Hosbsbawm, son la superficie de algo que se está formando, de algo que parece ser parte de una mutación más amplia, quizá parecida a la que sucedió en el centro del país a mediados del siglo XVII cuando se gestó una simbiosis de castas. Se puede percibir en ciertas tendencias de la población en general, y que habla de las nuevas formas de ser sujetos sociales, de nuevas simbiosis sociales y culturales, de quiebres radicales con el pasado, porque hay un factor clave en todo ello: se alimentan de sincretismos culturales que provienen de otras culturas, de otros tiempos, de algo que nunca ha sido sino que se está creando conforme se vive y se experimenta, algo muy apreciado para una ciudad con aspiraciones de llegar a ser una ciudad con una cultura pop propia y por exportar al mundo.

Jóvenes en el mundo pop, actitudes de hípster son los que experimentan en lo cotidiano para abrir nuevos caminos en la vida en la ciudad, no solamente por la forma como se apropian de espacios, por las innovaciones que construyen al realizarlo, sino porque son la interfaz de reinventar el pasado, ser una opción ante una cultura dominante y de aparador, y porque son quienes crean las condiciones de una ciudadanía creativa propia de una ciudad con aspiraciones mundiales para ser reconocida como creativa. Antes, los jóvenes en la ciudad tendían a escuchar la música que llegaba de los medios de comunicación; ahora buscan música en rincones del mundo, la comparten y la convierten en formas de expresión y códigos comunes de las agrupaciones; producen música propia y la interpretan, la difunden. Lo mismo sucede con los jóvenes que estudian lenguas modernas, arte y cultura, artes escénicas, diseño de modas, cocina internacional, y con ello se están hibridando culturas, sensibilidades, estéticas, narrativas para poblar y habitar la ciudad pop a la que muchos aspiran.

Es un mundo que se vive al filo y entre las ranuras de muchas cosas: la vida nocturna, los excesos, la marginación, el saltar fronteras y límites conocidos y por conocer, la sexualidad y el goce, las decoraciones y perforaciones del cuerpo, del alma, los nomadismos por las culturas y la ciudad, las identidades múltiples, la experimentación con olores, sabores, sonidos y movimientos corporales, el reconocimiento y la recuperación de los pasados que se ha sido para recuperarlos en formatos vintage, reto-futuros, steampunks, retromanías y otras cosas más.

Históricamente el centro de la ciudad de León lo era todo para la población. Al crecer y convertirse en zona peatonal sucedieron dos procesos: se crearon nuevos polos de desarrollo y se reconoció que la plaza principal era el centro histórico. Con el tiempo ese proceso implicó que la plaza principal fue abandonada para crear otras experiencias en la ciudad. En los tiempos recientes, y a la par de que se reconoce que es parte de un proyecto político y económico dinamizado como una zona artística, cultural y turística, la plaza principal es recuperada por jóvenes con actitud hípster, y otras de diversos talantes, porque la consideran otra opción para experimentar la ciudad, porque pueden ser parte actuante de ese proyecto turístico y cultural, y porque son quienes están imaginando el nuevo presente de la ciudad. Ese presente que está siendo mientras re visitan sus pasados que pueden entrar dentro de los márgenes de lo posible para propiciar una experiencia localmente cosmopolita, una cultura pop propia de la ciudad y que no había existido antes. Es el ingreso a una novedad en el tiempo y la cultura. Una posible mutación.

HGV,

9 y 10 de junio de 2014

y 6 de julio 2016

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Héctor Gómez Vargas (León, Guanajuato, 1959) es autor de libros sobre cultura popular y subculturas, la radio, la música y los fans en el siglo XXI. Es doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Colima, investigador del SNI y académico en la Universidad Iberoamericana León.

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[1] Bruno Latour. Nunca fuimos modernos. Ensayos de antropología simétrica. Buenos Aires, Editorial Siglo XXI, 2007.

[2] Eric Hobsbawm, Un tiempo de rupturas. Sociedad y cultura en el siglo XX. México, Editorial Crítica, 2013.

[3] Francisco Cruces. “Hacia Cosmópolis”, en Nivón, E. (coordinador), Voces híbridas. Reflexiones en torno a la obra de García Canclini. México, Editorial Siglo XXI, 2012.