Es lo Cotidiano

EL DICCIONARIO BIOGRÁFICO DEL FRACASO LITERARIO

João Quaresma

C.D. Rose (Traducción de José Luis Justes Amador)

João Quaresma

Aunque Joyce se apoya en su bastón en mira hacia North Earl Street, Puskin preside el interminable embotellamiento de Ulits Tberskaya y Dante frunce el ceño lúgubremente sobre casi cada ciudad de Italia, las estatuas de los escritores son pocas. Puede que esto no sea tan malo: apiadémonos de la tierra que necesita héroes, advierte el Galileo de Brecht, y por consiguiente de la tierra que necesita sus estatuas. Pero, ¿escritores muertos? ¿Son una amenaza?

Cualesquiera que sean las complejidades teóricas de semejante modo de memorialización, nos gustaría celebrar la estatua de João Quaresma que destaca en la plaza principal de un pueblecito del norte de Portugal.

Fuertemente influenciado por su coterráneo lusitano Camões, João Quaresma paso la mayor parte de su vida componiendo un poema épico sobre las hazañas de los duros pescadores de bacalhau del Atlántico Norte. Sin embargo, conforme iba llenado páginas (que llegarían a superar las mil) y Quaresma envejecía, la sensación de que pocos –si es que alguno- leerían su obra, se hacía más y más real para él, y comenzó a preocuparse de su lugar en la inmortalidad. Ya que su trabajo diario era de maestro cantero (alguna de sus líneas más logradas están inscritas en varias lápidas por todo el alto Duero), en su tiempo libre Quaresma se puso a labrar su propia estatua, seguro de que tras su muerte su trabajo habría de ser reconocido, y que su autorretrato de mármol sería colocado ceremonialmente en uno de las grandes plazas de Lisboa u Oporto.

Por desgracia, tras su muerte se descubrió que Quaresma no había pagado un solo escudo de impuestos en toda su vida, y el gobierno local se abalanzó sobre su viuda, que tenía la esperanza de saldar las deudas de su difunto esposo con la venta de su obra literaria. Las autoridades, sin embargo, estaban más interesadas en el mármol de Carrara que era el autorretrato de Quaresma.

En ese punto de la historia, el fervor republicano que barrió el país resultó en el magnicidio del rey Carlos I y el alcalde sintió que sería un gran gesto patriótico levantar una estatua de su sucesor Manuel II en el centro del pueblo. En esa era pre visual pocos sabían cómo era el rey realmente, por lo que quitaron los lentes de Quaresma, añadieron un impresionante mostacho de estuco a su cara y develaron la estatua en octubre de 1910, apenas unos días antes de que Manuel (‘el infortunado’) se marchara al exilio a Inglaterra. Viendo que la figura apuntaba hacia el mar distante, se decidió que en lugar de al rey representara a Vasco de Gama o a Enrique el Navegante. A pocos les importó realmente.

El mostacho se ha caído ya pero la estatua ahí sigue, afeada por grafitis que discuten los méritos relativos del Sporting de Lisboa y el F. C. Porto. Junto a las de Pessoa y de su amado Camões en Lisboa, la estatua de João Quaresma es una de las pocas literarias en Portugal, aunque hoy no sólo nadie conoce su obra sino que nadie sabe que es él.