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GUÍA DE LECTURA

Amsterdam, de Ian McEwan

Jaime Panqueva

Amsterdam, de Ian McEwan

Algunos de los peores pronósticos para la Gran Bretaña se avizoran en esta novela de McEwan publicada en 1998. Por entonces el Brexit no era un tema común, pero su germen estaba latente en la incomodidad de la derecha inglesa con el proyecto europeo. Julian Garmony es el personaje que encarna al adversario de la civilidad; sin él “la hipocresía saldría a la luz, el país seguiría en Europa, la pena capital y el servicio militar obligatorio seguirían siendo estantiguas del pasado, la seguridad social sobreviviría de una forma u otra, la ecología planetaria recibiría un empujón decoroso”. Garmony es uno de los antiguos amantes de Holly Lane, una mujer que une en su funeral a su viudo, George, y a otros dos ex-amantes de formación contraria a Garmony, Vernon y Clive.

Los desencuentros de Vernon, periodista al mando de un diario amarillista, y Clive, compositor sinfónico reconocido, se inscriben dentro del tema esencial de la literatura de McEwan: los dilemas éticos entre la profesión y la esfera privada. Vernon tiene la clave para destruir políticamente a Garmony con unas fotos que George ha hallado entre sus pertenencias. Y, a pesar de la oposición férrea de Clive, está dispuesto a usarlas para arruinar su carrera.

Sin embargo, las cosas salen mal para ambos y, hay que decirlo, para la novela también. Quizá por las mismas prisas que Clive achacaba a quienes le habían encargado la Sinfonía del Milenio, McEwan parece haber terminado a la carrera esta obra, que desmerece respecto a otros grandes trabajos por su final inverosímil, de la mano quizá de un autor apremiado por sus editores.

Amsterdam, la ciudad que da título al libro y destino final a los protagonistas, se erige como el icono de la civilización continental; “era un lugar tan tolerante, tan libre de prejuicios, tan adulto”, donde “los tenderos parecían profesores; los barrenderos, músicos de jazz. No había existido nunca una ciudad más racionalmente ordenada”. Y justo en el lugar de la razón, la novela desemboca en un final sin justificaciones, más allá que la voluntad de su autor.

Sin embargo, quien desee internarse en Amsterdam será bien recibido desde la primera página por la prosa exacta y acogedora del británico, y seguramente disfrutará construir el retrato de una Molly Lane seductora, activa y anhelada aun como amiga o amante. Dicen que lo que bien empieza, bien acaba; aunque en este caso no fue así, hasta la fecha nunca me he arrepentido de entrar en las obras de McEwan.

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