Es lo Cotidiano

EL DICCIONARIO BIOGRÁFICO DEL FRACASO LITERARIO

Aurelio Quattrochi

C.D. Rose (Traducción de José Luis Justes Amador)

Aurelio Quattrochi

En una gran habitación de la cuarta planta de un palacio del siglo dieciocho sobre la Via Maqueda de Palermo, Aurelio Quattrocchi se sienta a escribir.

En primavera y en otoño, la brisa trae el aroma de los jazmines y alborota las hojas sueltas de papel que están desperdigadas por la enorme mesa de madera a la que se sienta (no tiene escritorio). Una pequeña pila de cuadernos se apila cerca de su codo, sólo con el primero abierto. En verano no hay brisa que llegue a través de la ventana abierta para alborotar sus papeles, y le agobia el calor. En invierno, la ventana está cerrada.

Puede que no sea una ocurrencia tan inusual: Sicilia tiene una reputación literaria bastante buena. Hay gente sentada en habitaciones escribiendo por todo el mundo.  No es inusual que Aurelio Quattrocchi escriba a mano usando una pluma fuente con tinta morada. Los escritores son criaturas escaramánticas, dados a unos hábitos rigurosamente mantenidos.

Lo que resulta inusual es que Quattrocchi se ha sentado a escribir en esa habitación desde que tenía dieciséis años y ahora tiene setenta y seis. Lo más inusual  es que en todo ese tiempo Quattrocchi sólo ha escrito quinientas palabras.

La velocidad es una virtud sobrevalorada, especialmente en literatura. Escribir lleva tiempo. Pocas de las grandes obras han sido escritas rápidamente. (Leer también lleva tiempo: en el DBFL tenemos muy poco entusiasmo por los ‘pasa-páginas’. Si un escritor como Quattrocchi ha pasado tanto tiempo dejando sus palabras en la página, al menos debemos rendirle el homenaje de leerlas también despacio y regocijarnos en el placer de la prosa excelente.) A pesar de todo, Quattrocchi sufre. Es consciente de que la delgada novela en la que está trabajando (Sulla Lentezza, un retrato de la amistad que se desarrolla entre dos hombres envejeciendo con el telón de fondo de la reforma agraria del siglo diecinueve) ha consumido toda su vida.

Cuando comenzó, siendo un adolescente inmaduro, se auguraba la gloria literaria, sin saber todavía lo cuidadosamente que iba a trabajar. Sólo al cumplir veintiuno, tras terminar la primera frase, se dio cuenta del giro que había dado su vida.

Los años setenta fueron un periodo especialmente lento. Pasó todo 1973 luchando con una palabra y casi todo 1974 borrándola. Los ochenta, en cambio, vieron una aceleración: Quattrocchi completó todo un párrafo en menos de una década.

Si le preguntan, algo que ocurre con frecuencia, calcula que habrá terminado para el 2042, una fecha en la que es consciente de que estará muerto. No ha escrito un testamento pero cuando lo haga, planea proponer que su manuscrito se mecanografíe en la Olivetti Lettera 22 que su padre le regaló al terminar la preparatoria.

Nada ha cambiado en esa habitación; pocas modificaciones ha sufrido además de la ventana. Quattrocchi ha visto cómo erigían un edificio de departamentos, cómo el arbusto de jazmín se convertía en un árbol y cómo el sonido del tráfico ha crecido desde que empezó a escribir.

La lentitud es una virtud rara en estos tiempos, por eso le deseamos a Aurelio que la conserve. Seremos pacientes. Esperaremos.

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