Es lo Cotidiano

EL DICCIONARIO BIOGRÁFICO DEL FRACASO LITERARIO

Eric Quayne

C. D. Rose (Traducción de José Luis Justes Amador)

Eric Quayne

De todas las falsificaciones, traiciones, fraudes y mentiras que han jugado un papel en la enorme historia del fracaso literario, las de Eric Quayne se clasifican, sin duda, entre las más logradas.

Habiéndose formado como artista en el Londres de la década de los cincuenta (y el mundo de las artes es, con seguridad, el que está más cerca del literario en sus niveles de duplicidad), Quayne se graduó de la escuela Slade como un pintor simplemente adecuado, capaz de producir paisajes idénticos a los de cualquier pintor, pero también descubrió que su verdadera habilidad estaba en la caligrafía.

Tras estudiar las cartas de van Gogh, Gaugin y Cézanne se entrenó para imitar sus firmas perfectamente, pero los cuadros eran malos y se cerró a si mismo las puertas de la falsificación artística. Sin embargo, ayudado por el famoso Louis Nodier (en aquella época uno de los más activos del mercado literario en Londres, Paris y Nueva York), Quayne encontró su camino de salida de la pobreza aumentando el epistolario de los grandes artistas. Rebosante de éxito y de dinero, Nodier alentó a Quayne a que continuara, y pronto éste se descubrió a sí mismo vendiendo a augustas librerías y archivos de universidades, de Texas a la Sorbona, manuscritos de todo el mundo, de Voltaire a Dickens. En el Soho de los sesenta, Quayne pareció encontrar su vocación y se convirtió en un  habitual de la escena bohemia de Londres. A pesar de su afición por la bebida, es posible que éste haya sido su periodo más fructífero. De hecho, bastantes de los textos ahora reconocidos como canónicos en las obras de ciertos escritores  que el DBFL no nombrará, incluidos en las múltiples recetas de los cien libros que hay que leer antes de morir, las listas obligatorias de lectura de las mejores universidades, y materia de las más honestas tesis de doctorado y de las adaptaciones de la BBC, son  obra de Eric Quayne.

A principio de los setenta Quayne se mudó al sur de Francia y, llegado a ese punto, se superó a sí mismo al completar The Mystery of Edwin Drood, produjo unos poemas  más de Ern Malley, firmó la segunda novela de Emily Brönte y escribió fragmentos de la continuación de Joyce al Finnegans Wake. Era inevitable que lo descubrieran. En una época menos tolerante hubieran funcionado los reclamos de Quayne, de ser un experimentalista moderno que trabajaba con la apropiación de textos, pero ciertos maniacos textuales como Hugh Trevor-Rope, que lo destapó en el Sunday Times, fueron algo devastador para Quayne.

Alentado por la máxima de Melville de que “es mejor fallar siendo original que triunfar en la imitación”, Quayne se mudó a Italia, donde continuó escribiendo con su nombre real, pero nadie (ni siquiera Nodier, que estaba encarcelado en La Santé) se percataron de la existencia de obras como The Man with the Flowering Hands o The Secret Mirror.

En 1996 hallaron muerto a Quayne en un sótano de Roma, con la cabeza atravesada por un instrumento punzocortante. La policía declaró que había muerto por un accidente cuando estaba ebrio, para después afirmar que podía haber sido un crimen pasional o una renta impagada. No se escucharon más voces. ¿Quién sabe a cuántos habría enojado con sus imitaciones?