Es lo Cotidiano

EL DICCIONARIO BIOGRÁFICO DEL FRACASO LITERARIO

Hugh Rafferty

C.D. Rose (Traducción de José Luis Justes Amador)

Hugh Rafferty

Ya hemos hablado en el DBFL sobre los peligros de las adicciones. Como apunta Primo Levi en La llave estrella, las adicciones no son un territorio exclusivo de los escritores, quienes sí tienden a ser materia dispuesta a ellas.

Hugh Rafferty (Dublin, 1870-St Giles Workhouse, Londres, 1905) hoy hubiera sido diagnosticado con un síndrome de adicción múltiple, pero él no lo vería así: creía que no era adicto a nada, salvo a su propio genio. Fue el octavo hijo de James Rafferty, pintor de retratos de sociedad, y de la cantante de operetas Henrietta Mulcahy, y se vio arrojado a una familia con pretensiones artísticas y una enorme deuda. Su padre le animó a que comenzara a fumar a los cuatro años, creyendo que la pipa sería buena para sus pulmones, mientras que para desayunar, su madre le insistía en que bebiera lo que ella llamaba ‘un algo cargadito’: un vaso de leche con un generoso chorro de wiski.

A pesar de tener muy poca aptitud natural, su padre insistió en que se dedicara a la pintura, pero Hugh descubrió a temprana edad que su talento era la poesía. Fuertemente influenciado por los pre-rafaelitas, su primera composición fue Shadrach, Meshach and Abednego, un poema largo, en la tradición de Browning, en verso blanco. Rafferty mismo se refería a la pieza como ‘alegórica’, aunque los lectores contemporáneos (se dice que Wilde tenía una copia en el baño) y los críticos no han sido capaces de descifrar qué alegoriza el caótico poema, y Rafferty mismo se mostraba tímido cuando se le preguntaba.

Probablemente su timidez se debía a que estaba borracho. El ‘algo cargadito’ sólo había sido el principio. El joven Hugh se tomaba pintas de cerveza para comer y al menos tres botellas de clarete para la cena. Y eso antes de que llegara a la escuela de arte.

Alentado por el escaso éxito de su poema, e inspirado por los simbolistas, decadentistas, góticos y los maudits (por no mencionar sus viajes a Brighton para visitar a su amigo Eric, que se llamaba a sí mismo ‘Conde Stenbock’), Rafferty comenzó a ponerse una bufanda púrpura (no particularmente decadente, hay que admitirlo, pero fue lo mejor que pudo conseguir con su presupuesto limitado) y pronto se mudó a Londres en busca de una vida más bohemia. Frecuentó el Ye Olde Cheshire Cheese, pero siempre atinaba a llegar en las noches en que el Rhymers’ Club sesionaba en otro sitio, y se consolaba bebiendo tanto como podía mientras recitaba sus poemas a los camareros. Según decía, los componía improvisándolos pero, por desgracia, a la mañana siguiente no lograba acordarse de nada de lo que había dicho la noche anterior.

Fue en esa época cuando descubrió la absenta, y aunque no le gustaba especialmente (la describió como un ‘destilado ilegal anisado’), decidió dedicarle su obra maestra (‘El hada verde’). Rafferty comenzaría a escribir de noche, habiéndose emborrachado con dosis capaces de tumbar un caballo, y escribía furiosamente durante horas hasta que se caía en su mesa, o con más frecuencia en un bar, para descubrir –al despertarse- que lo que había escrito no era nada, salvo tonterías.

Cuando los vigilantes del St Giles Workhouse (el instituto para pobres en el que inevitablemente había terminado Rafferty) encontraron cientos de páginas de versos garrapateados, desperdigadas alrededor de su cuerpo sin vida y ya agusanado, tan poco pudieron hacer –salvo alimentar el fuego alrededor de él- que se sentaron a beber oporto y brandy en la fría noche de invierno, en la que el cuerpo de Hugh Rafferty fue depositado en una tumba sin nombre.

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