jueves. 18.04.2024
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Colectivos en la frontera de la ley

Fernando Cuevas de la Garza

Colectivos en la frontera de la ley

Un par de películas corales que prometían una cuota saludable de entretenimiento se quedaron a medio camino de la aventura criminal y del truco de magia eficaz, en particular por la forma de entretejer los respectivos argumentos y acaso confiando demasiado en el carisma de sus protagonistas, de pronto atrapados en diálogos y situaciones poco imaginativas o insertadas de forma caprichosa, evidenciando un apresurado trabajo de edición.

Villanos domesticados

A finales de los cincuenta apareció el primer escuadrón suicida en el universo DC, conformado por un grupo de soldados desobedientes en el contexto de la II Guerra mundial. El segundo fue creado en los ochenta por John Ostrander, cuando la guerra fría seguía presente pero empezaba a dar signos de derretimiento. Estaba conformado por un grupo de villanos con poderes que aceptaban trabajar para el gobierno, medio a fuerza, a cambio de la reducción de sus condenas. Todos estaban controlados con un explosivo insertado que detonaría en caso de cualquier viso de rebeldía.

Con esta idea de base, David Ayer, quien había mostrado mayor intuición y enfoque en Tiempo para morir (2005) y Último turno (2012), escribió y dirigió Escuadrón suicida (Suicide Squad, EU, 2016) como parte de este nuevo intento de DC Comics por levantar cabeza en el traslado de sus historietas al cine, que no ha sido todo lo superpoderoso que se pudiera esperar. Y la tendencia parece continuar. Lejos siguen estando sus esfuerzos del nivel alcanzado por Tim Burton y Christopher Nolan en sus respectivas recreaciones de Batman.

La premisa de juntar a un enloquecido grupo de supervillanos con su corazoncito bien puesto en el fondo de sus anhelos, sonaba atractiva y con gran potencial de entretenimiento, pero al final del día la película falla en su conjunto, aunque de pronto pueda ser rescatada por algunos lances individuales, como si de una selección deportiva se tratara, llena de estrellas pero sin una estrategia colectiva más o menos vistosa y funcional para desempeñarse en el terreno de juego. La lucidora selección musical no alcanza a ocultar esta ausencia de imaginación para el tejido fino, sí observada en Guardianes de la galaxia (Gunn, 2014), por poner un ejemplo propio del género.

El problema central radica en la estructura del guión. Como bien apunta el especialista Max Cuevas, a la historia le falta desarrollo, porque no hay un segundo acto distinguible y nos saltamos de un par de presentaciones poco imaginativas de los personajes, a la batalla contra la brujita contorsionista metida en el cuerpo de una arqueóloga (Cara Delevingne), su hermano obediente y las personas transformadas en un ejército sin rostro que va muriendo como si estuviéramos en un repetitivo videojuego sin niveles.

A los intentos más o menos interesantes por trazar la psicología de los personajes utilizando flashbacks o adentrándose en el mundo de sus deseos, que de pronto se contradicen entre las expectativas de vida y las motivaciones presentes, se presenta una historia secundaria que se mete con calzador, dando la sensación que ni picha, ni cacha ni deja batear: es el guasón haciendo sus locuras y rescatando/usando a la protagonista como carne de cañón, amante maldita o lo que se ofrezca en el momento. No ayudan la falta de picardía propia de criminales de este tipo y la extraña conversión de los malosos tratándose como si fueran una familia, lugar común que no cabe en este tipo de historias.

El cuadro actoral cumple en la medida que el corte final lo permitió. Viola Davis le da el necesario toque de insensibilidad y control a Amanda Waller; Will Smith hace lo propio con Deadshot, entre la fanfarronería y la empatía; Margot Robbie consigue equilibrar desquiciada candidez con agresividad espontánea para darle vida a Harley Quinn, pasando del ejercicio de la psiquiatría al sueño de darle de desayunar a los hijos en bata y tubos, mientras despide al marido proveedor, un Jared Leto que encuentra el filón adecuado para distinguirse de los ilustres intérpretes previos del Guasón, a pesar de las limitaciones del guión y los tijeretazos de la postproducción.

El resto del reparto hace lo que puede y las secuencias de acción más logradas son las que dan rienda a suelta a las habilidades de cada uno de los integrantes, liderados por el rudo primero y enamoradizo después, Rick Flag (Joel Kinnaman), en conjunto con la implacable Katana (Karen Fukuhara) y complementado por un sufriente Diablo (Jay Hernandez), con todo y el guiño a los latinos; el desenfadado Boomerang (Jai Courtney); Killer Croc (Adewale Akinnuoye-Agbaje), con su bienvenida cuota de humor, y otro villano que no nos fue presentado y se quiso pasar de vivo a las primeras de cambio.

Magos sin chispa

Escrita por Ed Solomon y dirigida por Jon M. Chu (G. I. Joe: El contraataque, 2013), Los ilusionistas 2 (Now You See Me 2, EU-China-GB-Canadá, 2016) sólo se sostiene por ciertas secuencias de creativo engaño colectivo y algunas de habilidad individual que parecen atrapadas en una historia, cual truco de magia gastado y ejecutado con trampas evidentes, incluyendo un villano resentido (Daniel Radcliffe) que los obliga a robar un dispositivo que permita ingresar a todos los sistemas de información del mundo.

Más que un filme, pareciera un conjunto de actos de prestidigitación atractivos con intermedios innecesarios, mostrando problemas de fluidez narrativa que no abonan al interés sobre los personajes ni a la admiración hacia la forma de resolver las situaciones en las que se meten los cuatro jinetes, de protagonismo un tanto disminuido (ahora hasta el gemelo de Woody Harrelson es más divertido), ahora con la bienvenida inclusión de Lizzy Caplan y rodeados por la siempre agradecible presencia de Michael Cane, Morgan Freeman y Mark Ruffalo.

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