sábado. 20.04.2024
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EL DICCIONARIO BIOGRÁFICO DEL FRACASO LITERARIO

Lord Frederick Rathole

C.D. Rose (Traducción de José Luis Justes Amador)

Lord Frederick Rathole

Como ya hemos señalado antes, muchos escritores se preocupan por la persistencia de su trabajo tanto como por la presentación. A veces esto puede ir en detrimento de la propia obra. No tenemos, por desgracia, espacio suficiente para tratar los más que interesantes casos de A. Kent Holborn, que pasó ocho años diseñando una fuente que él creía que era la única forma léxica lo suficientemente digna para contener su obra, o el de Maureen Gilhooley que, a pesar de tener un contrato lucrativo con una editorial prestigiosa, se sintió tan insultada por los diferentes diseños de portada que le propusieron, que se negó a entrar en prensa.

Volteemos al caso de Lord Frederick Rathole (pronunciado, como él insistía siempre, rath-ole). La suya era una manía por la preservación en un grado elevadísimo. Antes ni siquiera de haber escrito una sola palabra, Lord Frederick decidió que su obra literaria debía preservarse para la posteridad en su propia biblioteca, una que él construiría personalmente.

Habiendo desechado rápidamente los servicios de los más destacados arquitectos de su época, Lord Frederick puso su pluma en el papel y diseñó un hermoso edificio octogonal, del que cada uno de sus lados albergaría sus diferentes obras en diferentes géneros.

Construirla tomó más tiempo del previsto, ya que Lord Frederick hizo que importaran los más finos mármoles de Carrara y los mejores cristales de Murano, para después darse a la tarea de encontrar a los mejores artesanos del país para ayudarle a completar su visión. Una vez que hubo reunido a los trabajadores y los materiales, comenzaron el trabajo sólo para descubrir que el lugar de su inmenso campo que Lord Frederick había elegido estaba en la cima de una turbera, que no aguantaría el peso ni siquiera de una cabañita de madera. Decidido, hizo demoler un ala entera de su casa solariega, para conseguir el espacio necesario para lo que él veía como una digna sucesora de las bibliotecas de Nínive, Pérgamo, Alejandría y Constantinopla.

Desafortunadamente el trabajo se retrasó cuando se descubrió que los planos de Lord Frederick estaban bastante lejos de ser geométricamente acertados, haciendo que cada lado del edificio octogonal tuviera una longitud diferente. Lord Frederick despidió a los constructores, insistiendo en que su visión trabajaba en un plano superior de la geometría no euclidiana.

Veintisiete años después se terminó su biblioteca.

Por desgracia, durante todo ese tiempo Lord Frederick había estado tan preocupado con las labores de construcción, que había descuidado la escritura. Ahora pasaba su tiempo paseando por el edificio, impresionante y curioso, soñando con el día en que sus estanterías estuvieran ocupadas por sus grandes obras.

La biblioteca se hundió tres años más tarde. Devastado con la pérdida, Lord Frederick se sentó solo una noche y comenzó a escribir su único legado literario. La nota de suicidio fue de tres páginas, apenas suficientes para llenar una mínima parte de su, alguna vez, gran y vacía biblioteca.

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