Es lo Cotidiano

El Último Blues

Esteban Cisneros

El Último Blues

I

Había cargado ya la pistola. Sentado en su cama, pesando acerca de sí mismo y de su vida, había tomado la decisión. Simplemente quería morir: dejar ese cuerpo inútil en este mundo; y elevar su alma a un nivel más alto. La nota estaba en sus manos, y como todo buen suicida había escrito sus motivos, su despedida. Ya no le importaba nada; ni siquiera podía llorar.

-Este será el momento más hermoso de mi vida- le dijo a la Magnum que sostenía en sus manos. Había pensado en otras técnicas de muerte, sin embargo, encontró el arma y tomó la decisión. Había llegado la hora. Faltaban quince minutos para la medianoche. Miró a su alrededor. Su alcoba estaba vacía, y tan solo montones de papel periódico adornaban fríamente el suelo de cemento. Había vendido su piano en días anteriores, y quemó sus libros. Había estado preparando este día.

Posó la punta de su pistola sobre su sien. Ya no quedaba nada. Su juventud se le había ido de las manos, y tan atrás quedaban aquellos días en los que se podía dar el lujo de reír. Reía, mucho, cada que podía, y tocaba el piano con mucha emoción. Pero de un momento a otro la vida cambia. Se volvió desdichado, y todo era gris. Ya el sol de las mañanas no le causaba ninguna emoción, ni era capaz de reír. Ya no valía la pena nada.

Así que, con el dedo en el gatillo, siguió buscando en su mente algún motivo para no hacerlo, pero se alegró de no encontrarlo. Y tarareando su canción favorita, aquella que adoraba tocar en el piano, disparó.

II

La cama era incómoda y el cuarto era frío. Pero a él ya no le importaba tanto. Su piel negra palideció, y parecía que ya nada lo salvaría. Habían entrado en coma después del fatal accidente, que había cobrado la vida de su compañero de parranda. Su Mustang ’75 quedó hecho pedazos, al igual que la guitarra que siempre lo acompañaba a todos lados. Había sido una gran noche, llena de música y de aplausos. Sintió que había tocado como nunca, y se sentía feliz. Él y su eterno compañero siempre habían tocado juntos. Así que, cuando terminaron, celebraron con una botella de Jack Daniels, y salieron por la parte trasera del local. Terminó la tocada poco antes de la medianoche, y se subieron al Mustang, su adoración. Las mujeres y el blues eran su pasión.

Ya en el auto, conversaron acerca de lo felices que se sentían al haber tocado, al ser aplaudidos. Nunca sus instrumentos se conjuntaron tan bien como esa noche. Sus voces sonaban majestuosas y emotivas.

Pero llegando al boulevard, en el cruce, terminó todo. Nunca vieron la luz roja. Nunca vieron al camión que chocaría contra ellos por la derecha. Y nunca más vieron la luz.

Con ese blues en la mente y una hemorragia cerebral, moría el músico negro en su cama de hospital. Los doctores no pudieron hacer nada para revivirlo. Minutos después de la medianoche fue oficialmente declarado muerto.

III

 

Había llegado la hora. Saldría de su celda, para irse a vivir con los muertos. Una inyección y listo. No habría dolor, tan sólo sería como dormir para no volver a despertar. Habían dictado la sentencia dos meses antes, y nada lo pudo salvar. Y desde hacía dos meses contaba los días que le faltaban para irse. Llevaba tres años encerrado, mientras duró el juicio.

Él había sido un baterista de la banda local, que conoció la fama por algún tiempo. Llegaron a ser populares en el país entero. Y su forma agresiva y emotiva de golpear los tambores le hizo ganar respeto. Era un hombre gordo, de piel clara y barba abundante, amigo de la bebida y la percusión. Desde que recuerda amaba la música, y siempre le atrajo la batería. Comenzó a tocar profesionalmente hasta los 25 años. Cuando él y su grupo saltaron a la fama, se casó con su novia de toda la vida. Parecía que se amaban, pero nunca tuvieron hijos.

En una de sus giras por el país, él le dijo a su esposa que regresaría en dos meses. Pero se cancelaron algunas fechas y volvió a su hogar tres semanas antes de lo planeado. Cuál fue su sorpresa al encontrar a su esposa con otro hombre, en su misma casa, en su misma cama, con su misma bata de baño. Su enojo fue enorme. Golpeó al adúltero, y en un ataque de ira, sacó un rifle del armario y mató a ambos.

Ahora estaba a pocos minutos de ser ejecutado. Se había declarado culpable desde un principio, pero sus abogados quisieron alargar el plazo, para poder darle la oportunidad de ampararse. Sin embargo, él sabía que pagaría. A la medianoche del sábado, recibía la inyección letal en el reclusorio. No lloró, no gritó. Tan sólo murió.

IV

Desde la medianoche de aquel sábado, hay gente que asegura que en el antiguo edificio, que fue el hotel en su época, pero que ahora son ruinas, se escuchan voces, que preceden a un estremecedor, pero emotivo blues. Un blues, tocado del alma, desde el cielo del infierno.

C/S.

***

Esteban Cisneros (León, Guanajuato) es panza verde, músico de tres acordes, lector, escritor, dandi entre basura. Cuanto sabe lo aprendió entre surcos de vinilo y vermú. Cree con fervor que la felicidad son los 37 minutos que dura el primer disco de Dexys Midnight Runners. Procura llevar una toalla a todos lados por si hay que hacer autoestop intergaláctico.

El cuento El último blues fue ganador del Concurso de Habilidades Escriturales organizado por el Tec de Monterrey campus León en 2000.

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