Es lo Cotidiano

Hombres Fuera del Tiempo [IV y última parte]

Héctor Gómez Vargas

Hombres Fuera del Tiempo [IV y última parte]

4. Watcher of the skies (O de hombres en la vida moderna)

Hay una relación lógica –casi se podría decir un sistema- en la unión entre la belleza, el corporeísmo, el mundo tal como es y el presente que es su expresión acabada, cosas todas, no olvidemos, que son las características esenciales de lo dionisiaco.
Michel Maffesoli, El ritmo de la vida

En una cultura que está en gestación, ¿qué papel juega el culto al cuerpo, la moda, la prevalencia de lo sensorial y de lo emocional? ¿Qué se construye en lo social a partir de una forma de estar juntos por la cohesión interna que otorga el gozo, la afectividad, la intensidad de sentir y de compartir? En los cambios de época, ¿qué lugar tiene la banalidad de lo cotidiano, el lazo social y el nuevo diseño de las identidades que se construye a partir de las apariencias corporales?

Nuevamente escuchemos a Maffesoli, quien expresa que la tecnología y los arquetipos “hacen buena pareja, por ello, la cultura y los artefactos que la componen hablan de la hermenéutica que funda lo cotidiano, la vida social, y de ahí la tremenda intensidad en los fenómenos superficiales: una profundidad que se funda en la vivencia que se comparte, una experiencia por la cual las personas se sienten parte de un orden simbólico y afectivo más amplio y profundo. La cultura que emerge y se hace visible en todo lo que es corporalidad y afectividad oculta y hace invisible la fuerza que está en ascenso, la corriente hacia donde fluye la nueva energía social. La fundación de una nueva nación se inicia al remover los mundos imaginales que vinculan a las personas entre sí y con su pasado, lo que sostiene el lazo social y da continuidad a un tipo de coherencia colectiva. Es la apertura y fragmentación del tiempo histórico en múltiples experiencias colectivas, historias, relatos, ficciones, memorias, donde la corporalidad y la afectividad tienen un protagonismo importante, vital, para comprender la fundación de un nuevo tiempo que se hace espacio en lo cotidiano, y se torna cultura: lo juvenil y la masculinidad del pasado migran, se difractan, se abren, son otra cosa a partir de entonces.

Dos imágenes como muestra.

Primera imagen: Nothing has changed

En su trabajo “Voy a desembalar mi biblioteca”, Walter Benjamín menciona el vínculo que hay entre el niño y el anciano: la pulsión hacia la renovación. Ya lo había expresado C. G. Jung cuando hablaba de los arquetipos, sobre todo a partir del tarot: el loco, ese joven que avanza por la vida sin un rumbo fijo y jugando al filo del vacío, deviene en el mago, un proceso alquímico donde la persona se transforma al ser otra figura, al tiempo que sigue siendo el niño-joven.

En términos sociales es parte del proceso de individuación de la vida social contemporánea del que hablan sociólogos como Ulrich Beck, Richard Sennet, Anthonny Giddens y otro más, donde la persona avanza decidiendo sobre su vida personal, algo que se va sedimentando en su narrativa biográfica. Pero igualmente es lo que sucede con el tránsito de las identidades, las maneras como algunos hombres han asumido modelos alternativos de masculinidad como parte de su identidad y su forma de vida a lo largo del tiempo, de la importancia que han tenido sus ídolos de la música en el proceso de crecer, de llegar a ser adultos maduros.

Nick Stevenson explora en su libro David Bowie: Fame, Sound an Vision la importancia que ha tenido la figura cambiante de Bowie en la vida de sus fans o de personas que no fueron sus fans, pero que crecieron a la par de su carrera, y ya en la etapa de su madurez lo retoman como una herramienta para transitar de una etapa personal a otra. Un punto de partida del texto de Stevenson es que, para muchos de sus fans, la bisexualidad de Bowie fue una alternativa dentro de la masculinidad de la época, que para ellos fue importante porque les permitió encontrar algo diferente, tanto en la música como en las imágenes que generalmente ofrece una recia y dura masculinidad. Otro punto de partida es que se aborda la figura y presencia de Bowie desde la cultura de los fans, considerando que los fans tienden a ir más allá de lo que marcan las formas dominantes, por su alta emocionalidad y la intensidad de sus sentimientos y afectos para acercar las formas simbólicas de sus ídolos de la música, e insertarlos en su vida y subjetividad personal.

Un primer aspecto que sobresale en las entrevistas con los fans de Bowie es que permanece un  vínculo a lo largo del tiempo, una conexión variable en intensidad, debido a las distintas facetas y épocas de la trayectoria del mismo artista, así como de los mismos fans. Se admite que la figura de Bowie les permitió construir un sentido de ellos mismos a través del tiempo, donde por momentos había desconcierto e incertidumbre por los caminos que seguía el músico inglés, pero en otros momentos su figura retornaba y les facilitaba transitar ciertas fases personales, sobre todo en lo que se refiere a crecer y a envejecer. Además, ser fan de Bowie les permitía ser parte de una comunidad, y la comunidad era parte de dos momentos muy importantes: compartir una experiencia, un sentimiento y redescubrirse a sí mismos.

Los fans reconocen que Bowie ha sido un recurso cultural, una figura múltiple que en ocasiones era una especie de maestro, en otras su padre o un tutor-guía que abría y facilitaba en camino para reinterpretar y reinventarse ante los cambios de la vida ante un mundo incierto e inquietante. Bowie les permitía un retorno a sí mismos, explorar imágenes y afectividades para continuar en su proceso de individuación: cómo pueden ser en el futuro. Bowie es la figura del joven y del anciano simultáneamente, y su trayectoria artística es el camino de un “eterno retorno”: el joven eterno que avanza en círculos, envejece en loops.

Segunda imagen: Close to the edge

Una de las imágenes más fuertes del mexicano en el siglo XX provino del cine: el macho vestido de charro, su principal figura durante la década de los cuarenta. En cierta forma era una figura mediática que cumplió un rol importante en el mundo imaginal en México y en el extranjero, la de aquel macho del que Octavio Paz hablaba en El laberinto de la soledad. Una fisura en ese mundo en los cincuenta, primero con aquella figura que encarnó Pedro Infante, un hombre fuerte y bullangero, pero sensible y hasta llorón. La modernización del país, ésa de la que habla Carlos Fuentes en su novela La región más transparente, no necesariamente significaba buenas noticias para la figura masculina recia del mexicano. Pedro Infante debía adaptarse y cambiar ante una nueva y creciente sensibilidad urbana, algo que fue evidente en los ídolos de finales de los sesenta e inicios de los setenta, con actores juveniles que eran estudiantes preparatorianos o universitarios, cantaban y bailaban twist, que descaradamente querían ser otra cosa distinta a sus padres y de las figuras mexicanas conocidas en esos tiempos.

En abril de 1964, dos meses después de la llegada de los Beatles a Estados Unidos y de la explosión de la beatlemanía internacional, la prensa local publicaba una pequeña nota que decía que ya era posible comprar una peluca de cualquiera de los miembros de los Beatles en la Ciudad de México. La nota era un tanto una mofa a los fans del grupo musical inglés, pero por otro lado era un señalamiento sobre los riesgos de los hombres maduros del momento: las melenas eran propias de las mujeres; los Beatles, por tanto, eran unos afeminados.

Las personas que han estudiado e investigado la trayectoria de los Beatles han señalado que en los primeros años del grupo la mayoría de sus fans eran mujeres adolescentes, y que sólo hasta el giro de música y de imagen que dieron con la etapa del Sargento Pimienta, la identificación mayor fue de los hombres jóvenes. Habría que pensar que si bien los ídolos iniciales del rock ya eran una rasguño dentro de lo que se conoce como masculinidades hegemónicas, en su primer momento se habla de los masculinidad del “cock rock”, y los Beatles (a quienes hizo famosos Brian Epstein) hablaban de otra cosa, que se manifestó en la Invasión Británica: el “soft male”, una masculinidad que se mueve más bajo una exploración y manifestación de sentimientos y actitudes, muy a la James Dean en Rebelde sin causa o Rodolfo Valentino en varias de sus películas.

Parte de la mitología sobre los primeros Beatles los presentaba como hombres jóvenes adorables, amables y juguetones. Pero en un segundo momento, cuando comienzan a hacer otro tipo de música como “Strawberry Fields Forever”, “Lucy In the Sky with Diamonds” y “A Day in the Life”, ya en plena exploración de la psicodelia, la música electrónica y el arte de vanguardia, mostraron un cambio radical en los prototipos de masculinidad que devendrían después en el rock progresivo y en el glam rock, pues es a partir de esa época cuando se habla del “soft male” y que particularmente comenzó a ser empleado para referirse a los miembros de Pink Floyd. Los Beatles se plantaron frente una puerta de la masculinidad en la música, y a partir de eso otros grupos la traspasaron, como es el caso de los grupos del rock progresivo: Pink Floyd, Yes, King Crimson, Genesis, Premiata Forneria Marconi, Le Orme y Emerson, Lake and Palmer, por decir algunos.

A la manera de los cantantes y grupos musicales del k-pop que se presentan con una imagen de seres bonitos e inocentes pero que portan una poderosa energía sexual, los primeros Beatles se relacionaron con sus fans con una fuerte dosis de pulsión sexual, pero más adelante eso fue alterado por una exploración de cosmovisiones que provenían de nuevas esferas del sonido y referencias culturales de diverso tipo. La música psicodélica avanzó por esta última dirección y el sonido del rock progresivo fue la apertura a cosmovisiones y mundos mitológicos mediante la exploración de músicas varias como el jazz, la psicodelia, música folk, la música clásica y de vanguardia, con miras a crear una nueva sensibilidad mediante el médium de la música. Sso fundó en los jóvenes del momento una forma alternativa de crecer, de crecer como un prog.

Si a principios de los sesenta algunos jóvenes deseaban comprar una peluca para parecerse a John o a Paul o a George o a Ringo, con ello se manifestaba un relación con ciertas energías del pasado, aquellas que provienen de los misterios y las artes de la máscara y del disfraz, y que hoy tiene una plena actualización en los universos del cosplay. Si el rock’n’roll era excitación y el rock psicodélico se abría a cosmovisiones cuyo arquetipo era el viaje y la alucinación, el progresivo llegaba a otra orilla de la música rock, la exaltación artística hacia confines míticos, oníricos, literarios y fantásticos.

En el libro colectivo Yes Is the Answer and Other Prog Tales, varios de los colaboradores hablan de la importancia de  descubrir la obra de ciertos grupos de rock progresivo, y un punto fundamental fue que muchos de los discos eran la creación de una obra completa en sí misma, un mundo autosuficiente con atmósferas sonoras diversas, una puesta en escena de una representación musical que era para los fans un viaje operativo paralelo a su realidad cotidiana, como era el caso del grupo Yes y su obra  Close  to the edge. Además, estaba la parte visual donde las portadas de los discos era una manifestación artística y una instantánea de las artes de hacer con la música progresiva: las estéticas y las sensibilidades del universo de lo progresivo, la ropa y la moda en general, así como los performances que se extendían en los conciertos.

Los discos de Yes o de Pink Floyd son una muestra de lo anterior, pero el caso de Genesis fue ejemplar, desde las portadas de Nursery Cryme, Foxtrot, Selling England by the Pound, que eran como un mapa de un mundo mítico visto desde distintas ópticas y a través de varios relatos. Está también la portada de Genesis Live, donde las piezas que la componen remiten a otras puestas en escena, como aquellos conciertos en que Peter Gabriel se disfrazaba y, junto con el concepto multimedia, se abrían a otras posibilidades dramáticas y expresivas al escenario y proyectaban nuevas posibilidades a la música y a las identidades de los fans… como sucedería también con algunos grupos y cantantes de glam rock. El rock progresivo en general permitía a sus fans reconocerse y saberse diferentes a los demás, pero en el caso del Genesis con Peter Gabriel sus seguidores se daban cuenta de la potencia de la puesta en escena, del disfraz y de la máscara. Además de lo andrógino, los mundos posibles que abre la ficción en la realidad y lo cotidiano.

En la experiencia de varios de los autores del libro colectivo sobre el rock progresivo se narra lo que representó encontrar la música de Genesis, en particular la figura de Peter Gabriel y los cambios que dio junto al grupo desde la etapa del disco Foxtrot, donde comienza a disfrazarse en el escenario, hasta la de The Lamb Lies Down on Broadway y el momento en que comienza su carrera como solista. La obra de Genesis con Gabriel no solamente les permitía encontrar una brújula para su mundo caótico y rudo, sino que su sensibilidad era un artefacto para habitar otro tipo de mundos en los que el carismático cantante era una especie de psicopompo que les permitía crecer y pasar por diversas etapas de su vida personal. Incluso, hay quienes reconocen que la figura del Peter Gabriel maduro les ha permitido ingresar a la etapa del envejecimiento.

Una constante de la experiencia de quienes crecieron con el rock progresivo es que cada obra podría ser un descubrimiento que les volara la cabeza, y en algunos casos permitía que algo floreciera en su interior.

Cuando llegó la explosión del punk, el rock progresivo declinó y con el tiempo se convirtió para la historia y la mitología del rock en un lapsus o en un paréntesis en el que cosas poco importantes e interesantes sucedieron. Para los fans del rock, su cierre representó avanzar en círculos alrededor y a partir del pasado del rock progresivo, y desde ahí en adelante, cuando se reconoce que el rock en general, como lo expresa Simon Reynolds, permanece atrapado en su pasado, avanzando igualmente en círculos.

Epílogo:

La horma (o sea, la configuración facial, el modo como uno se arregla o dispone de su cara, el golpe de vista de acuerdo a los cánones de la Onda), la horma de estos chavos, rematada con melenas diversas, enmarcada por patillas de chinacos, suavizada por lentes de aro, agraviada por bigotes marlonzapatistas, enturbiada por barbas de detective privado, clausurada con parches de pirata; la horma de los onderos se ve continuada con un atavío ya casi convencional, típico: pantalones vaqueros, camisas oaxaqueñas de botones de concha, mocasines, huaraches de variedades infinitas, camisas supuestamente sioux o cherokees, chaquetones de ex marino, chamarras de mezclilla, collares, cinturones mixtecos, cordones, sudaderas negras, trajes de cuero verde, de cuero negro, chamarras y pantalones de pana deslustrada, camisas kiowa, botones de protesta.
Carlos Monsiváis, Días de Guardar

HGV

Julio 2016

León, Guanajuato

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Héctor Gómez Vargas (León, Guanajuato, 1959) es autor de libros sobre cultura popular y subculturas, la radio, la música y los fans en el siglo XXI. Es doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Colima, investigador del SNI y académico en la Universidad Iberoamericana León.

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