jueves. 18.04.2024
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Infancia busca destino

Fernando Cuevas de la Garza

Infancia busca destino


Para entender quién eres ayuda saber de dónde vienes, si bien es necesario seguir reflexionando sobre la propia condición presente como base mínima para más o menos dibujar un futuro deseable, sobre todo porque uno nunca termina de configurarse del todo. En general, incluso los niños que tienen claro su origen se hacen preguntas al respecto, pero con la seguridad de saber que ocupan un lugar en una comunidad o familia; los que no, se invaden de cuestionamientos acerca de su propia identidad y buscan adherirse a su entorno próximo, aunque de inicio no pertenezcan a él.

Un par de películas en las que un niño y una niña respectivamente, tratan de entenderse a sí mismos: porqué son como son, cuál es la historia de sus familias y cómo pueden interpretar las claves que se les van presentando, sobre todo las que parecen venir de otros lugares y épocas. Ambas están curiosamente vinculadas con la hermosa y sutil obra animada La leyenda de la princesa Kaguya (Takahata, 2013), una por temática similar y otra por pertenecer a la misma casa productora, la imprescindible Ghibli, y por ende compartiendo orientación estilística y en cierto sentido argumental. Luminosidad y luminiscencia como fenómenos cercanos pero distintos en cuanto al grado de temperatura, en este caso emocional.

Niño luminoso

Escrita y dirigida por el aún treintón oriundo de Arkansas Jeff Nichols (Shotgun Stories, 2007; Atormentado, 2011; El niño y el fugitivo, 2012), uno de los directores actuales más consistentes de la escena fílmica, El elegido (Midnight Special, EU-Grecia, 2016) transita con fluidez entre la fantasía, el apunte social y el drama familiar, centrándose en Alton, un niño con habilidades sobrenaturales y una particular fragilidad que le impide entrar en contacto con el sol. Un ser diferente ante el cual las estructuras sociales no saben qué hacer, a diferencia de su núcleo familiar, que lo protege con fe y por un amor lejos de la conveniencia relacional.

Dadas sus notables e indescifrables capacidades, el pequeño de gogles permanentes se convirtió en una especie de enviado para El rancho, la secta donde ha vivido -que recuerda en parte a la retratada en Red State (Smith, 2011)-, cuyo líder interpreta sus aparentes desvaríos y monólogos en clave como mensajes de la divinidad, anunciando eventos trascendentes y dignos de ser materia para el sermón adoctrinante; por su parte, el gobierno y sus diferentes agencias, no siempre en sintonía, detectaron el caso y lo ubican como un aliado o un peligro, según el caso, para efectos de seguridad nacional.

Pero entre estos dos grupos de interés está el padre del niño, quien ayudado por un amigo de la infancia, lo consigue extraer del grupo religioso para emprender la huida y reunirse con la madre, dando pie a una inquietante persecución en la que confluyen los distintos y antagónicos propósitos de los involucrados. Entre algunos episodios extraños, padecidos o provocados por el protagonista, entretenido en leer un cómic de Superman, va descubriendo de dónde viene y, en consecuencia, quién es y cuál es su propósito.

Con intrigante edición que deja suspendidas las secuencias, dosificando la información para que el espectador vaya insertándose en las ambigüedades del relato, el filme se despliega a la par de los amplios horizontes y espacios capturados en las escenas transicionales, enfocadas a cimentar la noción del trayecto como búsqueda, sin destinos claros pero con acciones definitivas. El enigmático y atmosférico score de David Wingo, por momentos con intenciones de acelerar la marcha, se integra de manera puntual, reforzando significados explícitos cuando se trata de escape o resignación ante las fuerzas militares y sectarias.

Michael Shannon, habitual del director, brinda otra de sus grandes actuaciones como el decidido padre del pequeño, interpretado con la necesaria dosis de inocencia por Jaeden Lieberher y acompañado por un eficaz Joel Edgerton, como el amigo incondicional, y por un dubitativo agente encarnado por Adam Driver, asumiendo por entero la confusión. El gran Sam Shepard, como el mandamás de la secta, y Kirsten Dunst como la madre confundida pero siempre amorosa, complementan un reparto que contribuye a trascender la anécdota del infante con poderes.

La cinta acaba por ser una confirmación de la competencia narrativa y de dirección de actores de Jeff Nichols, aprovechando los recursos propios del lenguaje cinematográfico, para convertir una historia que podría quedarse como una buena anécdota, en campo para la emoción y reflexión, con todo y un mundo imaginario de diseño arquitectónico emparentado con las vanguardias.

Niña luminiscente

En El mundo secreto de Arrietty (2011), el director Hiromasa Yonebayashi plasmaba el emotivo encuentro entre un niño enfermo y la diminuta adolescente del título, pertenecientes a dos especies humanas diferentes, en particular distinguidas por el tamaño. Ahora, en El recuerdo de Marnie (Japón, 2014), construye la amistad entre una niña adoptada que gusta del dibujo, y otra jovencita que habita una casa misteriosa en un pantano, cuidada por una severa ama de llaves con todo y su castigadora forma de peinar, y un par de mucamas que no parecen guardarle demasiado aprecio.

Basada en la novela de Joan G. Robinson, la historia sigue a Anna, una niña introvertida que tiene que mudarse a un pueblo por cuestiones de salud; ahí será bien recibida por un matrimonio, cuya hija ya voló del nido, que le ayudará a cambiar de aires tanto físicos como emocionales. Pronto logra hacer amistad con la misteriosa habitante de una casa que parece transformarse ante su mirada, como si de otra época se tratara: se trata de una rubia jovial que poco a poco la va sacando de su ensimismamiento, mientras un silencioso barquero y una estilizada pintora aparecen en escena, cual testigos de tiempos idos.

El halo de misterio y la posibilidad de la luminiscencia se articulan en una animación sello de la casa, cuidadamente artesanal y evocativa, tal como la experiencia que empieza a vivir Anna, cual viaje a un mundo pasado cargado de explicaciones acerca del propio origen: la posibilidad de comprender los sucesos anteriores en relación con sus padres fallecidos abre la puerta para reparar en los propios rencores entremezclados con la culpa, presentes desde hace tiempo pero difícilmente explicables a partir de la confusa información que tenía: nada como saber, para perdonar(se).

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