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Ryley Walker, un folklorista para el nuevo milenio

Fernando Cuevas de la Garza

Ryley Walker, un folklorista para el nuevo milenio

Los distintos géneros de la música popular, cimentados a lo largo de muchos años, han logrado combinarse para dar como resultado nuevos estilos y fascinantes imbricaciones sonoras: porque la diversidad nutre y el arte se dinamiza y evoluciona a partir de los encuentros entre tendencias, ideas y perspectivas. Las mutaciones e hibridaciones contribuyen a mantener las formas musicales en condiciones vitales. La visita reciente de un músico joven a nuestro país ejemplifica muy bien la forma en la que no hay mejor forma de innovar que sustentarse en la tradición, trascendiendo etiquetas y fronteras estéticas.

El cantautor Ryley Walker (Chicago, 1989) creció en un vibrante y ecléctico contexto musical cortesía de la ciudad de los vientos, aunque en su segundo disco, Bill Meyer aclara que su evolución como artista inició en Rockford, una ciudad industrial donde surgió Cheap Trick y que representa un espacio de apertura donde igual convive el skate-rock que la nostalgia sesentera. Claro, no basta con estar ahí, sino aprender a absorber sonidos y esencias musicales del medio ambiente.

A través de algunas presentaciones en vivo acompañado de su guitarra, el intérprete, compositor y cantante desarrolló un estilo propio que se ha ido consolidando gracias a la disposición exploradora: gusto por los pasajes instrumentales, hundiendo dedos y sentimientos en las cuerdas para producir un folk con aliento de actualidad, aderezado con notas de jazz, rock y cierta experimentación en los márgenes de las composiciones, para viajar por estados de ánimo calmos a convulsos sin mediar palabra.

De pronto aparecen las influencias que van de los clásicos del género como Tim Buckley y John Fahey a reminiscencias del Neil Young más campirano. Con The Evidence of Things Unseen (2011), un EP de edición limitada solo grabado en cassette, empezó a manifestar sus planteamientos en torno a un reconocimiento de la tradición, ahí está el homenaje en la portada al Death Chants, Breakdowns & Military Waltzes (1963) del propio Fahey, pero con la mirada puesta hacia la innovación, como se infiere en Deathly Premonitions (2011), disco de cuatro canciones realizado en colaboración con su colega Daniel Bachman y en West Wind (2013), vinil de tres canciones que alcanzó circulación más en forma.

El sello de autenticidad quedaba fuera de duda. La búsqueda de la complejidad armónica, más por el cúmulo de ideas puestas en juego que por un mero lucimiento, quedó plenamente plasmada en All Kinds Of You (2014) su primer largo: la guitarra se lanza por caminos de terracería con toda la convicción de quien ya ha recorrido esos parajes, mientras otras cuerdas acompañan las acometidas con un peculiar sabor a campo que igual se abraza a texturas psicodélicas o bluseras.

The West Wind y Blessings representan un faro inicial de identidad con todo y esa viola que aporta su nota de bucolismo, mientras que en las dos partes de Twin Oaks, contrastantes en ritmo e intención, despliega su habilidad para diseñar figuras sonoras. Junto con la tradición de la América profunda, se insertan influjos provenientes del folk inglés que remiten al gran Bert Jansch, aún en activo, como se disfruta en Great River Road, Clear the Sky y Tanglewood Spaces, corte que cierra este sorprendente disco inicial.

Bendita primavera

Primrose Green (2015) le abrió las puertas a públicos más allá del circuito por el que transitó en su debut. Eficazmente infectado por un jazz proveniente de la acertada inclusión de músicos locales clavados en el género, de pronto mutando a sonidos más rockeros, el álbum se mantiene en la tesitura de un folk innovador, destilado en barril de viejo cuño con la integridad y cuidado del caso, para generar canciones de un sabor popular con sello de origen, tan fehaciente como los colores que empiezan a aparecer a partir de finales de marzo.

Instrumentación boyante desde el corte titular para de inmediato atajar la síncopa en Summer Dress y dejar que la instrumentación burbujeante de Love Can Be Cruel y Griffiths Buck Blues se expliquen por sí mismas a partir de un diálogo de cuerdas. En tono de mayor gravedad, Same Minds se articula con un dejo de insistencia que se expande a cortes con vocal a tono como Sweet Satisfaction, The High Road y la ceremonial Hide in the Roses, en una epifanía que ameritan las certezas del caso. Se trató de uno de los discos principales del año.

Muy pronto apareció Golden Sings That Have Been Sung (2016), otro sólido álbum que si bien no llega a las cuotas impuestas por su antecesor, sí alcanza a perpetuar esta naciente racha creativa con figuras tutelares en la mira tan disímbolas como John Martyn, cuyo fantasma se pasea entre las cuerdas, el genio ubicuo de Jim O´Rourke y Tortoise, sus coterráneos que gustan del postrock intenso (no sé si hay de otro). La abridora The Halfwit in Me, memorable en su arquitectura, y la tensa de lograda sutilidad A Choir Apart, funcionan a manera de continuidad en relación con la obra previa, mientras que el resto apunta hacia direcciones diversas, prometedoras en su mayoría.

Después de tocar en México, Ryley Walker puso en su cuenta de twitter: “Mexico City rules. Good food. Cool people. Beautiful architecture everywhere. So dope.” Estos vecinos del norte son a los los que hay que invitar.

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