Es lo Cotidiano

Al teatro en martes por la noche

Esteban Cisneros

Al teatro en martes por la noche

Para Héctor C, como siempre

Viniste desde otra ciudad para presenciar un espectáculo. En casa te dijeron que estabas loco: ¿viajar a otra ciudad sólo para ver una obra de teatro? ¿Al teatro en martes por la noche? Sí, no lo dudaste. Además, querías verlo sobre el escenario. No era muy lejos: sólo tenías que viajar dos horas y media en camión. Querías revivir ese sentimiento de estar en el escenario, aunque ahora te tocaba ser público. Siempre es más fácil estar sentado en una butaca, pensabas. Tomaste el autobús al salir de trabajar. No llevabas muchas cosas en tu maleta. Entre ellas, un libro de teatro (entre las páginas iba un boleto de aquella obra en la que actuaste en 1974, Juicio a un paragüas de Eduardo Quiles) y uno de poesía de Ernesto Cardenal. Les diste una última lectura superficial, recordando cosas que parecían lejanas, de las que preferías no acordarte. Ahora eras otro, te decías: ya soy un hombre.

Te sentaste en primera fila en el teatro. Sobre el escenario había unas sillas rojas e imponentes. Grandes. El telón abierto te dio vértigo: aún no había nadie en escena, sólo las sillas. Suficiente. El vértigo era el de aquel tiempo que ya nadie puede regresarte: el tiempo de los jardines de pulpo, de la caligrafía, del teatro. De ensayar, de leer a Chéjov, de improvisar camerinos en escuelas y plazas. Tiempo de flores, de inspiración, de cabello largo y de ideas geniales. Todo de regreso, de golpe. Cruel. Bello.

Una vez actué en una obra basada en la música de Pink Floyd, le dijiste a quien se sentó al lado tuyo. Sonrió. Estabas ansioso de que la obra comenzara, para que tardara menos en terminar. Dieron segunda llamada y los actores aparecieron en escena. Eran actores, aún no personajes, que tomaban su lugar en aquellas sillas. El segundo de izquierda a derecha, yo lo conozco, casi soy yo, dijiste casi en voz alta. Tú sabías lo que se sentía estar ante un auditorio lleno. ¿Lo olvidaste? ¿Por qué dejaste el teatro? ¿Para crecer? ¿Has crecido? ¿Qué tanto? Dieron tercera llamada y ya estabas muy cómodo en la butaca. Los actores comenzaron a jugar, como hacías tú, y el juego te incomodó. Recordabas, pero no en imágenes, sino en sensaciones.

No eres de arrepentirte, ni deberías de hacerlo: el aplauso lo das tú, es tu turno de ser público. Es tu turno de dejarte seducir y regocijarte por el presente, porque el teatro está hecho del presente y del estar. Es turno de que juzgues, de que no sepas qué va a pasar después, ni cómo va a ser el final. De extrañar y desear ser joven. De envidiar y resignarse. Bajó el telón.

Te deshiciste de los libros que llevabas: los regalaste al actor, al segundo de izquierda a derecha en el escenario, a ti mismo en otro tiempo quizá. Lo esperaste a que saliera del teatro. No dijiste mucho más. Tomaste el autobús de las 00:15. Regresaste de madrugada a tu ciudad, a tu casa, sintiendo que había valido la pena el viaje y las lágrimas derramadas al regreso. Fue como hacer un viaje a la casa de la niñez, de la juventud, al primer amor, al teatro, que frecuentabas como espectador, de niño (eso y las matinés con películas del Santo y el tocadiscos del vecino con discos de los Beatles) y como actor, de joven. Teatro que ya no frecuentas. Y que sigues amando, a pesar de todo. Recuerdas.

Eres un actor muy valiente, aún, al enfrentarte a ti mismo sobre el escenario de lo cotidiano, del absurdo día a día, de la rutina y el esfuerzo-para-qué. El show debe continuar. Y lo hará.

Mayo de 2003

C/S.

 

 

***

Esteban Cisneros (León, Guanajuato) es panza verde, músico de tres acordes, lector, escritor, dandi entre basura. Cuanto sabe lo aprendió entre surcos de vinilo y vermú. Cree con fervor que la felicidad son los 37 minutos que dura el primer disco de Dexys Midnight Runners. Procura llevar una toalla a todos lados por si hay que hacer autoestop intergaláctico.